Ante la convocatoria internacional de una jornada de paros por parte de las mujeres quisiera expresar mi apoyo. Detesto las perversas vinculaciones a colores o ideologías por parte de sus detractores. Y no crean que lo hago para posicionarme como el más feminista de cuantos sepamos apoyar sus demandas.
Pertenezco a una generación a la que nos ha costado verdaderos esfuerzos alcanzar a ver las conquistas hechas por la mujer en estos últimos cincuenta años. En aquellos tiempos iba a una escuela que segregaba por sexo y ni en la calle solíamos compartir juegos con las niñas. De hecho , cuando subía a clase de los Escolapios de Barbastro después de comer pasaba frente a un colegio de chicas , el de san Vicente de Paúl y me causaba temor abrirme paso entre los uniformes de color azul marino a pesar de que yo mismo llevaba un uniforme parecido , una bata rayada de azul y blanco sobre los pantalones cortos.
Sin embargo fui testigo de las primeras clases mixtas en el bachillerato de los años setenta en el Seminario, eso sí…los chicos delante en el aula y las chicas agrupadas detrás.
No es que me haya costado mucho asimilar la carrera de obstáculos en que las mujeres han sabido conquistar poco a poco una igualdad que el día ocho las unirá otra vez pero en alguna ocasión he sentido que me daban una buena lección y de eso les quisiera hablar.
Mi relación con las mujeres comenzó a ser fluida cuando empecé muy joven a recorrer montañas. Siempre he tenido muy buenas compañeras en las excursiones y aunque lo diga con orgullo recuerdo aquel día a mediados de la década de los noventa en que participaba en una prueba de esquí de montaña al pie del túnel de Viella en su cara sur y que un club catalán había organizado. Se corría en patrullas de dos y no dejaba de sorprenderme por el número elevado de participantes femeninas.
Había que subir un tres mil, el Mulleres, y con mi compañero queríamos disfrutar del día más que competir en aquella prueba. Sin embargo ocurrió que acercándonos a la cima en zig – zags cortos y empinados un equipo de chicas nos adelantaba sin mucho brío y a mí me dio por disputarles la posición. No eran las únicas que nos habían sobrepasado y pensé que había llegado la hora de plantear batalla por lo que acelerando el ritmo se produjeron varios adelantamientos alternos. La pendiente cada vez era más empinada y al llegar el momento de quitarse los esquís para continuar subiendo a pie en una línea vertical hacia un collado antes de la cima, escuché cómo una voz enérgica a la vez que templada y suave me pedía que le dejara sitio para continuar. Sí, aquellas chicas me hicieron el último y definitivo adelantamiento antes de coronar el tres mil. Y yo me preguntaba, entre avergonzado y enfadado conmigo mismo…: ¿-Qué tontería había hecho disputando con esas esquiadoras por una plaza?. ¿Por qué había creído que sería fácil pasarlas, quizá porque eran mujeres…?.
No fue el único momento de bochorno aquel día ya que entusiasmado por el descenso una vez coronado el pico me lancé con mis esquís olvidando la mochila en el lugar de inicio de la bajada. Fue recogida más tarde por los controladores y se me entregó al final de la carrera con no muy buena cara.
A partir de entonces creo que me lo he pensado mucho antes de prejuzgar a nadie en la montaña y menos por su condición de mujer.
Con el pasar de los años, además, repito una y otra vez que es con mujeres con quienes mejor disfruto del deporte en la Naturaleza. Puedo atestiguar que son las mejores compañeras y ahora que voy más en bicicleta quisiera dedicar este escrito a una compañera especial, Carmenchu Alonso , con la que compartí una salida en bici el sábado pasado.
Por si fuera poco, en mi casa somos cuatro y yo soy el único varón, créanme, un privilegio.
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