Pedro Sánchez ha recibido el encargo de intentar formar Gobierno. De negociar un acuerdo de Gobierno. La noche del 20-D millones de personas estaban muy contentas: habían llevado por primera vez representantes al Congreso. Era para estarlo.
Pero mirado con un poco de distancia, el nuevo Congreso mostraba el mismo panorama que en los últimos 200 años de nuestra historia. En esta ocasión son cuatro los partidos que representan esta configuración básica. Los bloques progresista y conservador están igualados, cada uno puede impedir al otro llegar a la mayoría, pero ninguno puede, por si solo, alcanzarla.
Este equilibrio de fuerzas ha hecho que ninguna revolución haya triunfado en los dos últimos siglos, cuando en otros países vecinos no había tal equilibrio y se decantó una revolución con cambios drásticos.
Lo más parecido a una revolución que podemos aspirar los trabajadores y las clases medias son cambios pactados y sostenidos en el tiempo. Los pactos que se han hecho en estos años nos han dado la convivencia pacífica, que se valora más cuando falta, las pensiones y la sanidad universales, la educación como un derecho público, la integración en Europa y el final de aislamiento, y el reconocimiento de la expresión política de las diferencias. Este es el bagaje del acuerdo, que no es poco. Hoy está claro que ese es el punto de inicio, no el de llegada, pero estoy convencido de que solo puede superarse mediante el pacto.
El acuerdo puede hacerse entre los representantes en el Congreso o, como ha ocurrido varias veces en los que el PSOE o el PP obtuvieron mayoría absoluta, pactando con la sociedad y atrayendo a sus posiciones una parte de los ciudadanos que no son socialistas o populares, pero que les interesan sus soluciones en ese momento.
Esta vez, los ciudadanos decidieron no hacer ellos mismos el acuerdo y han mandado al Congreso a los partidos, cada uno con su opinión, su programa y su peso en número de diputados, para que alcancen un acuerdo. Tengo la impresión de que todos los líderes de los Grupos Parlamentarios saben que tendrán que condensar su programa electoral en lo esencial, el esqueleto. Que tendrán que asumir que una parte de su esqueleto no estará en los acuerdos y que, el músculo que tiene que darle forma y vida al Gobierno, se construirá con medidas concretas, solo algunas de las cuales serán suyas.
Lo que no tengo tan claro es que los ciudadanos que les han votado sepan que ese es el precio del acuerdo y que siempre hay que pagarlo, salvo que uno tenga por sí mismo 176 diputados. Y aún así, hay mucho que pactar en un sistema donde afortunadamente, el poder político se ejerce desde muchas instancias, no solo en la Moncloa.
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