Nadie duda que vivimos en una democracia. Y nadie duda tampoco que la democracia es la voz de la mayoría de los ciudadanos que legislan a favor de los intereses generales, ¿o sí? Veamos un ejemplo europeo y su traslación a los futuros pactos de gobierno. Una de esas pequeñas noticias, sin importancia, de las que estamos acostumbrados, ha saltado a la actualidad: el Parlamento europeo ha votado a favor de que los coches puedan contaminar más (con la abstención, por cierto, de los 14 diputados del PSOE) Eso ha sido como consecuencia del escándalo de Volkswagen. Por muy poca diferencia en votos, tan sólo 6, se ha impuesto el criterio de los fabricantes por encima de todos los demás. Está claro que si los europarlamentarios han votado a favor de media docena de grandes compañías y en contra de la población europea no ha sido por intereses espurios, nadie en su sano juicio pensaría que Europa es una república bananera ¿verdad? ¿O alguien tiene dudas? ¿Podríamos poner más ejemplos de este estilo? Por supuesto, pero no es el motivo del artículo, tiempo tendremos para ello. Lo cierto es que la decisión aparenta que quienes gobiernan son las grandes empresas y los intereses económicos por encima de las personas.
¿Y si realmente fuese así? ¿Y si la democracia fuese tan sólo un gran teatro, un matrix que escondiese otra realidad? ¿Y si quienes realmente gobiernan, pero de verdad, no son los representantes del pueblo sino los consejos de administración de las grandes multinacionales? ¿Qué pasaría en España? Veamos.
Imaginemos que somos consejeros de alguna empresa del IBEX 35 y tenemos que decir que hacemos con los actores que han sido elegidos en votación popular el pasado 20 de diciembre. ¿Cómo escribiríamos la obra? En primer lugar nos interesan actores que sean dóciles a nuestra dirección y se ajusten al guión que les marcáramos por lo que nos gustarían aquellos de trayectoria incuestionable. Nos gustarían los del PP y los del PSOE. La primera opción sería hacer un guión con un gran pacto entre ambas fuerzas y todo resuelto. Sin embargo sabemos que eso puede ser el fin de uno de los comediantes, en concreto del PSOE, que no podría justificar ante sus fans el cambio de discurso. Por otra parte nos interesaría que ese papel, en el futuro, lo siguiera representando el mismo actor impidiendo que nuevas promesas, por ejemplo PODEMOS, accediese al mismo porque no tenemos garantías que se ajustasen al texto escrito y les diese por improvisar. Es decir, que no nos interesan nuevas elecciones porque puede ser que el PSOE se quede como actor secundario. Tampoco al PSOE le interesa perder su papel estelar. En definitiva, que no interesan nuevas elecciones. ¿Entonces? Entonces toca teatro. Una trama de grandes discursos y huecos enfrentamientos, una apariencia vívida y truculenta de enfrentamiento entre rojos y azules que encandile al auditorio con un argumento esencial que sobrevuele toda la obra: la estabilidad de España ante los inminentes peligros que la acechan. Para ello debemos implicar a la Casa Real, con muchas consultas y resultado imposible. Amenaza el caos. Pero en el último momento, como en las malas novelas de detectives, surge la solución, justo cuando parece que nos encaminamos al caos. Todo el mundo asume su responsabilidad y se llega a un gran compromiso: el PSOE llega a un acuerdo con Ciudadanos y para garantizar la estabilidad económica ante los mercados y el PP asume el papel de mártir voluntario, renuncia a gobernar y se abstiene en la investidura propiciando un gobierno que responda ante los compromisos internacionales. La solución es perfecta. Recuperamos otra vez el teatro de la derecha/izquierda que tan buenos resultados ha dado en las últimas décadas, recuperamos la comedia que encandila a la población. ¿Qué surgen asuntos importantes? Haremos un PACTO DE ESTADO. ¿Qué son menores? Gresca en el Congreso. De esta manera guardamos las formas y de paso anulamos los 71 diputados de la izquierda con un método eficaz: si votan en contra del PSOE hacen la pinza con el PP y si votan a favor del PSOE se convierten en su muletilla y se desprestigian. Todo perfecto. Claro que eso pasaría si España no fuese una democracia, pero España lo es, como el Parlamento Europeo.
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