Al grito de ¡No me da la gana! cuentan que comenzó la revuelta del pueblo de Madrid contra el marqués de Esquilache, ministro de Carlos III. El conocido como Motín de Esquilache fue una forma híbrida de protesta de un pueblo hambriento que fue utilizada por las fuerzas más reaccionarias. Sus medidas de cambio alarmaban a los grupos privilegiados tratando de usar a las masas populares amparadas en una “falsa tradición” en el vestir y en el casticismo tan español de renuencia al cambio. Incluso las más de 4.000 farolas que se habían instalado en Madrid para iluminar la noche fueron destrozadas por los amotinados ya que eran el símbolo más evidente de las políticas de modernización de la vida española.
Estos días volvemos a escuchar nuevamente el grito del ¡No nos da la gana! en boca del portavoz popular del Ayuntamiento oscense que se hace portavoz de esa marea de fondo reaccionaria tan características de las comunidades pequeñas cuyas élites controlan el pensamiento comunitario, sociedades que se ven a sí mismas como eternas, inmóviles y satisfechas de su propio reflejo.
La propuesta de modificación del Reglamento de Protocolo del Ayuntamiento que trata de situar a Huesca en la estela del laicismo europeo (en Francia este debate quedó superado con una ley nada menos que en 1905), significa un hito más en la lucha entre quienes apuestan por la modernización de las estructuras sociopolíticas, pero también mentales, y quienes se anclan en una visión romántica y conservadora de una especie de arcadia mítica y feliz defendiendo los símbolos más castizos de la esencia oscense, símbolos a preservar como baluarte ante el temor a cambios no tan simbólicos pero sí más profundos. Las batallas del Reglamento de Protocolo, como la de los toros o las mairalesas, no carecen de importancia por ser el escenario visible de un conflicto entre pasado y futuro. Todo está encuadrado en el mismo debate y tiene a los mismos protagonistas.
¿Pero acaso es tan sólo una mera cuestión ideológica o de carácter partidista? No lo creo. El pasado episodio de la peatonalización del Coso (que todavía está dando los últimos coletazos) es otro ejemplo más al que podemos asistir para apuntalar la tesis que sostengo. En este caso los recalcitrantes al cambio eran las mismas fuerzas sociales de siempre que quisieron ser utilizadas por uno de los dos grandes partidos del régimen como argumento de peso a su favor, aunque con los papeles cambiados, me refiero al PP y al PSOE.
En definitiva, la modernización de las tradiciones es el lugar de los grandes y apasionados debates entre los partidarios del “nada cambie, todo está bien” y quienes creen que la sociedad es dinámica y las instituciones deben tratar de acompasarse al ritmo de los tiempos.
Eso sí, las cuestiones simbólicas tienen su importancia, y mucho, pero para que no sean “significantes vacíos” (ese término que tan de moda estuvo hace unos meses, es decir, mera carnaza populista), tienen que tener detrás unas políticas reales de cambio y sobre todo de soluciones a los problemas de la gente. Si el actual gobierno municipal no es capaz de escenificar, además de este tipo de cuestiones, otras políticas de mayor calado relativas a la vivienda, al empleo, a la fiscalidad, a las becas escolares, a las plazas de guardería infantiles… y sobre todo al desequilibrio interno que sufre Huesca, será barrido en las próximas elecciones municipales por las fuerzas “eternas” con la posibilidad, no sólo de una vuelta atrás en lo simbólico, porque es posible que, al igual que en el Madrid del XVIII, se destruyan las farolas, es decir, que volvamos a ver circular los coches por las zonas peatonalizadas.
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