Lo primero que vi la noche del 22 al 23 de abril al salir de la Casa de Aragón de Madrid fue una esplendorosa luna llena, y entonces caí en la cuenta de que era la segunda vez que había experimentado, en pocas horas, la sensación de recibir esa bondadosa luz, porque al acudir al acto en el que se celebraba el Día de Aragón con la entrega de premios del concurso de relatos y poesía y la posterior Copa de Letras organizada por la Casa y la Asociación Aragonesa de Escritores, capté enseguida en los bellos ojos de Blanca Langa (ojos que saben ver al mirar, pensé para mí) la generosa receptividad de quien es capaz de captar la luz ajena para unirla a la propia y reflejarla: de quien recibe sólo para dar el doble.
Así es esta mujer, creadora de bellísimos versos, que representa a la Asociación Aragonesa de Escritores. Blanca: como la luz lunar. Nos vimos por primera vez, nos miramos y de inmediato nos reconocimos, y luego todo aconteció como en esos claros de luna que evocaba María Zambrano: la lectura de las obras premiadas por sus autores (los relatos cortos “Angkor Wat”, de Santiago Asensio Merino y “El fusilamiento” de Carlos Tundidor Diaus, y el poema “De poetas y de locos” de Juan Manuel Seco del Cacho); la sensualidad de la cata de los caldos aragoneses dirigida por María José Serrano; los versos recitados por Silvina Magari y yo misma; las reflexiones, certeras y tiernas, recogidas en su libro de relatos sobre la adolescencia, de Andrés J. Moreno; un público encantador, atento y respetuoso, pero dispuesto al intercambio de sonrisas y pródigo en aplausos… Ya les digo: una va a un recital poético y a una entrega de premios literarios de la que ha sido jurado convencida de que, ni allí ni en ningún otro sitio habrá quien pueda ya alcanzarle la luna, y sale relatando que no una, sino dos veces en una misma noche se ha bañado en su luz. Buen plenilunio fue, este de la víspera de San Jorge, del Día de Aragón, del Día del Libro y de la efeméride del IV centenario de la muerte de Cervantes. Casi nada.
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