Ya están comenzando a levantar las banderas del miedo y las barreras de los frentes. Y todo en busca del susto del votante para que apoye una opción política.
Miedo es lo que han pasado Ángel Sastre, José Manuel López y Antonio Pampliega secuestrados durante diez meses en Alepo a manos de Al Qaeda. Terror es lo que debió sentir esa niña siria, que en un campo de refugiados, levanta los brazos y se arrodilla al confundir la cámara del reportero con un arma. Y nada de todo eso es comparable con unas simples elecciones en un país democrático.
La cultura del miedo construido está cuidadosamente creada y alimentada por los que quieren infundir temor a base de técnicas deliberadas como distorsiones, generalizaciones de situaciones complejas o directamente manipulaciones con el fin de influir en el comportamiento de las personas. El miedo sirve para protegernos de peligros reales, pero también puede ser provocado para modificar nuestra capacidad de juzgar el riesgo real de las situaciones.
Y nuestro riesgo real como país, son el paro, la falta de modelo productivo, la corrupción o el mantenimiento del sistema de bienestar; y no la estrategias electorales de los partidos para obtener los mejores resultados posibles. Una coalición electoral legítima no puede despertar miedo, ni la victoria del Partido Popular tampoco, ni la de ningún otro partido en liza. Sí preocupación por elegir la mejor opción para gestionar y dirigir las políticas públicas de este país, aunque algunos líderes no han parecido entenderlo en estos cuatro meses.
“El miedo va a cambiar de bando” repetía Pablo Iglesias después de su resultado en las elecciones europeas. Pues yo no quiero ni bandos, ni miedos, ni de un lado ni de otro. Que no nos planteen un país así porque no existe, que no deformen la realidad de una sociedad abierta, libre, solidaria y eso sí cada vez más desigual económicamente.
Como dice mi apreciada Imma Aguilar “jugar con las emociones es jugar con fuego, por lo que es arriesgado y peligroso, más si cabe en las colectividades. La política debe ser sensible al estado de ánimo social, no para manipularlo, sino para gestionarlo con responsabilidad, con sinceridad”
El miedo se utiliza en campaña electoral para movilizar a tus posibles votantes, ante unos resultados previsiblemente ajustados, y produce un efecto desmovilizador sobre aquellos más moderados y los más indecisos. Es claro que nos vamos a encontrar con una campaña polarizada, pero eso no significa obligatoriamente de frentes, y con un tono marcadamente negativo, que también interesa a algunos de los protagonistas. Pero tengo la impresión, y es sólo la impresión de que la gente está cansada de estos planteamientos tácticos. Quién utilice esta estrategia estará errando en el diagnóstico, porque se necesita de un discurso propositivo, posible y responsable encaminado primero a formar gobierno (no se nos olvidé que votamos para eso) y a resolver los conflictos que mantienen a este país en una situación de precariedad, de derechos restringidos y de falta de proyecto colectivo; y eso sí que es motivo de alarma.
Leave a Reply