El resultado de estas elecciones deja algunos interrogantes y evidencias sociológicas sobre el comportamiento electoral en España; constata mundos distintos entre Cataluña y Euskadi por un lado y el resto del Estado por otro; evidencia una solidez de una España con raíces profundas sobre las que se construye al ritmo de los sucesos nacionales e internacionales, una derecha monolítica; un PSOE capaz de recoger una buena parte de la cosecha de votos de la izquierda y una coalición a su izquierda incapaz de romper un techo de cristal que parecía más transparente que nunca. Tiempo habrá para, además de tener opinión, conocer datos, por ejemplo las encuestas postelectorales de voto, que sustenten opiniones mejor fundadas. Pero para mí, lo más llamativo es la deriva que ha sufrido Ciudadanos y por lo tanto el éxito del PP.
Más allá de los avatares propios de una campaña electoral y de los aciertos o errores de sus partidos y sus dirigentes, sorprende que en el campo de la derecha Ciudadanos no sea capaz de abrir una brecha sustancial en el muro del PP. Lo cierto es que resulta inquietante que Ciudadanos no sea capaz de rentabilizar los ingentes casos de corrupción del PP que en algunos casos ha llevado hasta la misma desarticulación de ese partido como sucede en Valencia. ¿Por qué?
Es obvio que no puedo nada más que expresar una opinión, una idea, tan válida o errónea como cualquier otra, seguramente menor y lo más seguro que equivocada, pero en eso no me diferenciaré de tantas y tantas otras opiniones que estamos leyendo y oyendo estos días de resaca electoral. ¿Por qué los votantes del PP siguen votando a un partido corrupto?
Todos conocemos a gente de derechas, a votantes del PP. Son, como todos los demás, gente normal, gente con convicciones morales, gente a la que no le gustan los ladrones, que enseña a sus hijos que robar está mal, que hay que ayudar al prójimo, que los delincuentes de cuello blanco merecen todo nuestro desprecio porque precisamente a su acto delictivo no les impulsa la necesidad de llevar dinero a casa para que coman sus hijos, o para pagar la hipoteca o los gastos derivados de una enfermedad. Sin embargo esa misma gente que con tanto desprecio trata al delincuente son los mismos que el pasado domingo acudió en masa a depositar en la urna una papeleta con las siglas del PP. ¿Acaso son unos hipócritas? No lo creo, más bien entiendo que la explicación nos la ofrece un filósofo italiano, un tal Gramsci.
Gramsci ha pasado a la historia como el autor de la idea de la hegemonía cultural. No voy a profundizar aquí lo que eso significa, sería demasiado y además a buen seguro que lo haría mal, seguro que el lector o lectora que desconozca ese concepto buscará inmediatamente datos, Internet está lleno de ellos. Pero para entendernos, en una definición de andar por casa, digamos que la hegemonía cultural es lo que se llama el sentido común, eso a lo que Mariano Rajoy apela constantemente. Digamos que el sentido común es lo que piensa la gran mayoría de la población.
¿Cómo funciona el sentido común con el latrocinio del PP y qué efectos tiene sobre el sentido del voto? La ciudadanía de derechas tiene, quiere votar derecha. Está en su derecho y es normal que se identifique con partidos que defiendan su forma de ver el mundo pero ¿por qué eligen al PP con más de un centenar de casos de corrupción en vez de optar por un partido nuevo y sin esa lacra como es Ciudadanos?
Porque todos son iguales. Eso es lo que se llama sentido común, o hegemonía cultural, o como lo quieran llamar. La mayor parte de la población piensa que todos los partidos y los políticos son iguales: están para robar y si no lo han hecho no es porque sean distintos, sino porque no han tenido la oportunidad de hacerlo. El sentido común es inflexible, es una creencia profundamente arraigada y sin conmiseración, como una apisonadora que arrolla cualquier otra forma de pensamiento. El sentido común se ha impuesto, todos son iguales, y por lo tanto da lo mismo votar a unos que a otros. Si Ciudadanos están limpios es porque no han tenido la oportunidad. Esa identificación por abajo, tan de sentido común, es la que hace que la corrupción no se convierta en una lacra que fulmine al PP al menos en los lugares más flagrantes. Ese sentido común, que no deja de ser nada más que la visión del mundo de las clases dominantes, es el talón de Aquiles de la campaña de Ciudadanos porque se ha presentado como el partido de la derecha de la limpieza y la decencia, sobre todo frente a un Rajoy incapaz de controlar lo incontrolable. Su apuesta por una renovación del PP desde fuera ha fracasado. Su intención de cambiar a Rajoy y a sus protegidos ha topado con el muro del todos son iguales. Porque, si todos son iguales, ¿qué más da votar al PP que a Ciudadanos?
Es obvio que el sentido común no es la realidad. La realidad es que Ciudadanos no es un partido corrupto. La realidad es que no todos son iguales, es más que hay muchas diferencias entre unos y otros, pero el sentido común es una creencia y mi explicación se basa en la razón y en la lógica, y creencias y razón son términos incompatibles. De allí el fracaso de Ciudadanos y el éxito del PP.
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