A menos que uno sea un «borrico» (en cuyo caso el sufijo diminutivo está tan fusionado a la raíz que es posible añadirle otros diminutivos como borriquillo o borriquito) sabrá distinguir cuándo los diminutivos son usados de forma apreciativa y cuándo despectiva. Esa posibilidad de doble significación, positiva y negativa, es algo que comparten la mayoría de los sufijos diminutivos, y aun añaden al valor atenuador otros como el afectivo, el irónico o el peyorativo… menos el sufijo –ico del aragonés, que casi nunca puede tener valor despreciativo. Así lo señala Jerónimo Borao en su Diccionario de voces aragonesas: “el diminutivo en ico tiene dos ventajas incontestables, el uso preferente que de él hicieron los padres de la lengua, y su significación especial e intrínsecamente distinta de los de otras terminaciones. En los escritores de nuestros orígenes, sobre cuyos sencillos versos parece que vagaba, como una fresca brisa sobre las plantas silvestres, el ambiente de la naturalidad, era el diminutivo ico el que dominaba en la expresión de los afectos o las apreciaciones, y por eso es tan general en la poesía popular y en la familiar de posteriores tiempos. La segunda ventaja –continúa explicando Borao– que abona el uso del diminutivo en ico es su particular significación, pues aunque parecen sinónimos los en ico, illo e ito, que la Academia agrupa concediendo la elección al gusto del escritor, es lo cierto que el diminutivo aragonés (permítasenos esta frase) tiene dos diferencias con aquellos otros, una que podemos llamar gramatical y la otra moral”. Para Borao, la diferencia gramatical “consiste en que la terminación en illo tiende visiblemente al desprecio, al achicamiento voluntario de un objeto, por ejemplo chiquillo, capitancillo; la en ito tiene algunas veces carácter depresivo y no pocas denota cierta repugnante hipocresía, como se observa por ejemplo en las frases ¡tiene una risita! ¡la mosquita muerta!; la en ico demuestra cariño o predilección, siendo a lo menos un aditamento inofensivo”.
Por lo que se refiere a la diferencia que Borao llama «moral» del diminutivo en –ico, estriba para él en que “el diminutivo en ico representa el lenguaje de la familiaridad, de la conversación, de la intimidad, y por decirlo así, de la buena fe, fuera del cual apunta en cierta manera el estudio, el disimulo, la desconfianza, la reserva, la falta de espontaneidad”. Y así ocurre que el diminutivo en –ico, además de en el actual aragonés, sigue siendo de uso en castellano cuando se echa mano de cosas tan poco «estudiadas», tan «familiares» y de tan «buena fe» como son la lírica de tipo popular o el refranero: «Vale más un refrancico que cien libros», dice, muy a propósito de lo que venimos diciendo, un refrán bien conocido.
Quizás sea esa pretensión de intimidad que señala Borao la que hace que el «besico», tal vez la forma diminutiva más usada entre los aragoneses, tenga en el fondo la misma grandeza que en otras regiones se pretende con los aumentativos «besazo» o «besote», para diferenciarlos del inapreciable «besillo» o del pueril «besito»: un «besico» es, en ese aspecto, un beso grande y fuerte y sin reservas. ¡Y mira que hay seguidores de Judas en el mundo!, pero esos, de seguro, no le darían de buena fe a nadie un «besico», como éste que hoy les mando yo, como ejemplo de buen aragonés, desde Madrid.
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