En cierta película histórica llena de sangre y abdominales, el rey Leónidas de Esparta, antes de la batalla de las Termópilas, pregunta a los arcadios por su profesión. Cada uno tiene una respuesta: alfarero, herrero, escultor. En cambio, los espartanos tienen muy claro que son soldados y solo soldados.
En esta cuarta edición del congreso del libro electrónico, se plantea la misma pregunta: Gente del libro, ¿cuál es vuestra profesión?
«¡Vendo libros, señor!», responderán algunos. Pero si hacemos caso a los participantes en este congreso, esa no es la respuesta correcta. Para empezar, ni siquiera está claro ya qué es un libro. El libro, ese fajo de hojas de papel, ya no tiene el monopolio de la transmisión del conocimiento. Si queremos saber algo sobre astronomía, no buscamos en un libro, sino en Google.
Llegamos a un congreso de libros en el que, sobre todo, se habla de datos. Si antes la medida era cuántos libros se vendían, hoy usando los algoritmos para desenmarañar el mar de datos de las redes sociales, podemos saber quién lee, cuándo lee, cómo lee, por qué lee, sobre todo, podemos saber si se lee o no. Un congreso en el que gana sin premio una iniciativa de emprendedores que puede certificar la autoría de los creadores de un libro usando un método que sería imposible de explicar a nuestros padres.
Las librerías pueden desaparecer, nos dijeron nada más arrancar. ¿Y los libros? Viajamos al futuro cercano para encontrarnos con libros clasificados por las emociones que nos provocan algo que, para confusión de bibliotecarios, tiene mucho más sentido que el orden alfabético. Vimos novelas metamórficas cuya trama cambia para adaptarse a las preferencias y el estado de ánimo del lector. Libros escritos por inteligencias artificiales que son imposibles de distinguir de los creados por autores humanos. Este futuro que redefine tanto la lectura como el concepto del libro es tan cercano que tiene toda la pinta de ser el presente.
Ya en una de las mesas se decidió que es imprescindible redefinir qué es un libro para poder venderlo. Especialmente cuando en pocos años el pastel editorial se ha quedado reducido a la mitad de lo que era antes de la crisis. ¿Es una crisis de ventas o una crisis de identidad? ¿Qué vendemos cuando vendemos un libro?
Llegamos a un congreso del libro en el que hablamos de emociones y experiencias. ¿Pero cómo se empaqueta una experiencia? ¿Cómo vender una emoción?
Un texto en una pantalla no es un libro electrónico, del mismo modo que apuntar la cámara al escenario de un teatro no es hacer cine, leer el periódico delante de un micrófono no es radio y un busto parlante no es televisión. El consumidor de hoy no compra objetos, compra experiencias, y las experiencias son fluidas, cambiando con el entorno.
¿Volveremos a la tradición oral? Díganselo a quien conduce en medio de un atasco camino al trabajo y no puede leer, pero puede escuchar audiolibros, un mercado por abrir en español a pesar de contar con el catálogo, los derechos, el talento de los actores para que pongan su voz y la demanda del público.
Al final es la experiencia la que determina el precio que el lector está dispuesto a pagar por un libro electrónico, más allá de si es rentable o no. El libro tiene mucho que aprender del negocio de la música. Las tiendas de discos desaparecieron y con ellas las colecciones de CDs y los vinilos. Desaparecieron también los kioscos de prensa. ¿Son los libreros inmortales?
Puede que sea la resistencia al cambio de un sector que ve problemas donde hay oportunidades, y esto puede hacer que vengan otros de fuera a dar a los lectores lo que piden. La colaboración es la única forma de plantar cara a los grandes de Internet para crear redes de recomendación, mercados digitales y plataformas de publicidad. ¿Conseguirán las gentes del libro ponerse de acuerdo?
Las redes sociales no son la realidad, pero desde luego son parte de la realidad en la que vivimos. Hablamos de personas y de lo que desean, y las personas de hoy están en Internet, con o sin máscaras. Es difícil sostener que la tecnología nos hace menos humanos, cuando es la misma tecnología la que nos permite compartir nuestra vida, nuestros intereses y nuestras emociones. Cuando un algoritmo nos recomienda nuestra siguiente lectura, en realidad está sumando las voces de cientos, de miles de lectores. Detrás de los bits, hay ojos y mentes.
Volvemos a preguntar pues. ¿Cuál es vuestro oficio, gentes del libro? ¿Vendemos fajos de papel o vendemos sueños?
Soñemos pues, porque cuando despertamos, el libro todavía estará allí. Pero puede que no lo podamos reconocer.
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