Un monólogo interior como recuerdo indignado de todas las víctimas de la violencia doméstica, y en solidaridad con quienes padecen en silencio situaciones de maltrato físico opsicológico.
“Nunca me sonríe, todo lo que hago le fastidia. Para estar en calma, pinto mandalas. Son feos, mis mandalas, no sirven para nada, me dice. Todos los que asisten conmigo al taller de mandalas son gente loca que no vale para ninguna cosa de provecho en la vida. Como yo. Un día a la semana trabajo en el huerto del colegio. Es una tontería, no da ningún beneficio. Hay que ganar dinero, no somos ninguna ONG, las facturas no se pagan solas. Nunca me dice que estoy guapa cuando me arreglo para salir. Me compra ropa interior sexi, pero si me la pongo para ir a algún sitio, es con algún propósito sospechoso. Siempre albergo intenciones extrañas en todo lo que hago, y no es que no me dé cuenta , sino que lo hago adrede. Cada vez que voy a la compra, por ejemplo, se me olvida algo, y siempre son cosas necesarias, en especial cosas suyas. Es porque siempre estoy pensando en “lo mío”. Lo único que me importa a mí es mi “autorrealización”. No le tengo el menor respeto, siempre intento tomarle el pelo, pero él se da perfectamente cuenta cuando pretendo engañarle: por eso tiene que revisar mis correos electrónicos o mis facturas de teléfono, comprobar a quién llamo, para poner en evidencia mis mentiras. Y soy una narcisista que sube fotos y escribe en las redes sociales, para ligar, pero, ¿acaso no me doy cuenta de que todos los que comentan algo o reaccionan lo hacen porque pretenden algo de mí, y no porque mis notas tengan el menor interés? Por eso me tiene bloqueada, justamente por eso. No porque tenga él nada que ocultar, como yo, que llevo una doble vida en el mundo virtual sólo para darme importancia. Porque soy una mentirosa y una desequilibrada que lo único que quiere es faltarle el respeto a su marido, que va al trabajo abnegadamente y sólo pide, cuando llega a casa, encontrar a una pareja comprensiva que se muestre atenta a sus estados de ánimo y a sus necesidades. ¿Acaso eso es mucho pedir? Para ser felices, basta con eso: con sentarse a ver algún partido o un programa cómico en la tele y tomar una copa para relajarse tras la dura jornada. Los niños lo mejor es que se vayan a su cuarto lo antes posible. Es por su bien. Para que estudien y para que descansen lo suficiente. Las otras mujeres con las que a veces hablo en la escalera o en el parque y que en ocasiones me invitan a quedar con ellas son unas arpías, sólo quieren vivir a costa de sus maridos, sacarles cada día las entrañas cuando vuelven del trabajo, o unas marimachos que, si llevan un sueldo a casa, es sólo para anularlos como hombres. Pero él no es un calzonazos como ellos, él se da cuenta de todo lo que hago, sabe cuándo he visto a mis amigas a escondidas o cuándo he cruzado tres frases con un hombre. Menos mal que le tengo a él, que está siempre pendiente de mí, mirando por mi bien, como un ángel custodio. En el último mandala que he dibujado quería diseñar ángeles, pero le quiero tanto, que me han salido arpías. Como yo, que soy su arpía: la que cada día le devora las entrañas, pobre ángel mío”.
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