Teby y Salif viven en Mali y la verdad es que sus condiciones de vida son algo precarias hace tiempo que están pensando en abandonar su pueblo y viajar a Europa, es cierto que es un viaje largo, lleno de peligros, mafias, guerras, el desierto… y el Mediterráneo. A Teby y Salif les llegan noticias contradictorias, incluso de la vida arrastrada que llevan muchos de sus nacionales que han conseguido pisar el Viejo Continente. Entre los rumores que son objeto de comentario al caer la tarde aparece de improviso nuestra pequeña ciudad de Huesca. “Es verdad que allí no atan los perros con longanizas pero hay fábricas de comida para mascotas” “¿Mascotas?” “Sí, animales domésticos, perros y gatos, ya sabes” “¿De verdad que hacen fábricas para dar de comer a los perros?” Salif no sale de su asombro y mira con cierto escepticismo a Teby que es quien suele dominar la conversación porque de vez en cuando se conecta a internet en un locutorio que está cercano a su vivienda. “Mira, precisamente ayer leía que van a ampliar una fábrica en un pueblo que se llama Berbegal. Van a ser capaces de producir miles y miles de toneladas cada mes. Incluso la ponen en latas como el atún y la venden en los supermercados al lado de la comida destinada a las personas” “No puede ser, no me lo creo, ¿cómo va a ser verdad?” Teby, seguro dominante de la situación le explica a Salif más sobre el asunto. “Cada latita de esas para gatos puede llegar a costar unos tres euros” “¿Tres euros?, ¡pero si es lo que gané yo ayer después de todo un día trabajando!” “Ya ves, en Europa viven en la superabundancia. Y eso no es todo, además de esa fábrica que hay en un pueblecito pequeño, en la capital de la zona, en Huesca, han tenido que regular la comida a los gatos callejeros” “¿A los gatos callejeros? ¿Les dan de comer a los gatos que no tienen dueño?” “Al parecer, continúa muy flemático Teby, la gente compra esas latitas de carne de atún y buey y las ofrece en la calle a los gatos de su zona y eso, para las autoridades públicas, se ha convertido en un problema ya que, según dice internet, tienen unos 300 gatos en una ciudad de unos 50.000 habitantes” “¿Y cuál es el problema?” “Piensan que tienen muchos gatos callejeros” Salif, hombre pragmático, si se le puede llamar hombre pues tiene 17 años y es el quinto de una numerosa familia de 9 hermanos acostumbrado a resolver constantemente graves problemas responde con cierta sorna “Joder, pues que los maten” “No, no, eso no se puede hacer. Allí en Europa son tan civilizados que no matan ni a los animales callejeros. En vez de eso van a regular la situación. No van a dejar que la gente, así como así, pueda dar de comer a los gatos y para ello van a hacer unos cursos de formación o algo parecido. Sólo quien tenga esa certificación estará autorizado a comprar esas latitas de comida para gatos y llenarles la panza” Salif piensa en su madre que ayer no pudo quitar del todo el hambre a sus hermanos pequeños porque no había bastante arroz blanco y durante ese rato de silencio un brillo especial le ilumina la mirada. Incluso piensa en uno de esos gatos que tan buen acompañamiento hubieran dado al insulso arroz. “¿De verdad que no los matan?” vuelve a insistir incrédulo ante la seguridad de Teby. “De verdad. Pero han encontrado una solución para evitar que proliferen en demasía. Van a hacer un censo de gatos con ayuda de voluntarios y los van a marcar uno por uno. Después los llevarán a un servicio sanitario a cuyo frente hay un médico especializado en animales llamado veterinario que…” “¿Un médico especializado en gatos y perros?” “Sí, al parecer tienen bastantes de esos. Bueno, los llevarán y les realizarán una operación para evitar que puedan reproducirse. Una vez repuestos los volverán a soltar a cada uno en su calle para que las personas con cualificación específica les pueda comprar una lata de comida por unos tres euros diarios” Salif y Teby se quedan callados, contemplan la miseria de su entorno y piensan que con tres euros diarios podrían enviar una verdadera fortuna a su casa, con eso garantizarían que ninguno de sus hermanos pasase hambre y además comerían algo más que arroz blanco. Piensan también en los peligros del viaje, en las enfermedades y accidentes pero si allí operan gratis a los gatos callejeros seguro que les atenderán en los hospitales si caen enfermos. Salif y Teby lo tienen decidido y van a emprender el viaje a Europa, quien sabe, quizá puedan pedir trabajo en ese pueblo con aquella fábrica tan curiosa que hace comida para mascotas.
Mientras tanto, en las noticias de la televisión, en España, como un tema menor, vuelven a hablar de una patera a medio hundir que ha sido rescatada por los guardacostas al tiempo que lo ilustran con cifras que son tan sólo eso, números: “En lo que llevamos de año son decenas de miles las personas que han intentado cruzar el Mediterráneo y cientos de ellas no lo han conseguido quedando sus cadáveres como pasto para los peces”
Entonces pienso en los atunes del Mediterráneo, en la comida de gatos y en los Salif y Teby que habrá en las barrigas de nuestros gatos callejeros.
Gatos
Por Jesús Pérez Navasa
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