Los datos son tozudos, la realidad es así y todos los indicadores macroeconómicos apuntan en la misma dirección: estamos saliendo de la crisis. Los augures y videntes están reconfortados porque el tiempo les ha dado la razón: la crisis de 2008 no es el fin del capitalismo. Los suspiros de alivio se escuchan en los consejos de administración de las empresas del IBEX y en los órganos de dirección de los principales partidos españoles, desde la gestora del PSOE a las directivas de PP y Ciudadanos.
¿Acaso alguien dudaba que de la crisis se iba a salir? La verdadera incertidumbre no era esa sino cuándo y cómo. Claro que, dado el estado mental de la mayoría de la población, nadie se pregunta quienes.
Cuando se habla de salir de la crisis todo el mundo habla de un único sujeto, España, en todo caso con variantes sobre el mismo, la economía española, las empresas españolas… España, ese sujeto construido desde el artificio, como cualquier otra nación, léase Cataluña, Euskadi o Aragón, que se parece más a un ectoplasma que a una realidad tangible y los mismos datos económicos así lo demuestran.
Mientras la macroeconomía nos dice que ya tenemos un crecimiento del PIB del no sé cuánto por ciento, que el índice de confianza empresarial sube en unas cuantas décimas o que los datos de afiliación a la seguridad social han aumentado en algunos miles la gente sufre las consecuencias de la crisis. ¿Paranóico? En absoluto. Para que las grandes empresas ganen más y más dinero es necesario que los salarios bajen, el empleo sea más precario y las prestaciones sociales se recorten. Para que España salga de la crisis es necesario que su población aumente el sufrimiento.
Que de la crisis se iba a salir era evidente el mismo año 2008, lo que se debatió era cómo y quién salía. Había dos formas de superar el bache económico, una pensando en las personas, con medidas sociales orientadas al reparto de la riqueza y profundizando en políticas de solidaridad; otra pensando en España. Está claro que se apostó por la segunda.
Quizá piensen ustedes que estoy exagerando, que soy un radical o incluso que me voy de la cabeza al separar tan nítidamente los conceptos España (nación) con la población que vive en el Estado y algo de razón no les falta ya que no toda la población ha sufrido las mismas consecuencias porque el pueblo no es homogéneo: hay ricos y pobres. Los más ricos son quienes se identifican con la idea de España y esos son precisamente los que más pueden gritar que las cosas van bien: los ricos son mucho más ricos que antes de 2008, la brecha salarial ha aumentado y el dominio que tienen sobre el aparato del Estado es mayor que nunca. Para ellos, para esa gente, la crisis ha supuesto un vivero de oportunidades (ahora se dice así) Sin embargo, para la mayor parte de la población la salida de la crisis ha supuesto una pérdida de todo, de derechos, de libertades, de capacidad adquisitiva, de estabilidad laboral… en suma de felicidad.
Sin embargo la paradoja es que esa gran parte de la población perdedora del conflicto se siente identificada con España y siguen pensando que si España va bien ellos también van bien, o lo irán, y por lo tanto se sienten satisfechos con los datos macroeconómicos. Si acaso tienen dudas (una crisis de fe se decía en otros tiempos) los nuevos sacerdotes (economistas y tertulianos) desde sus nuevos púlpitos (televisiones y radios) se encargan de predicar la buena nueva y reafirmar las bondades de las políticas económicas liberales. En todo caso, si ven que el auditorio flojea recurren a un artificio que nunca falla: Venezuela.
Sea pues y disfruten, sufridos lectores, de la salida de la crisis y no protesten ni voten cosas raras, que España va bien.
Ya salimos de la crisis
Por Jesús Pérez Navasa
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