El tiempo pasa rápido y las modas envejecen. Ya nadie recuerda cuando lo chic en España eran los peluqueros (entonces llamados estilistas) y las top-model al tiempo que se presumía de beber güisqui escocés de nombre impronunciable. Eran los años de la modernidad, esos años de la cultura del pelotazo que se propiciaba desde las esferas del poder, recuerden a un tal Solchaga pavoneándose al proclamar que España era el país más fácil en que enriquecerse. Años de cultura hueca, de pensamiento débil y de diseño. Hoy han cambiado los actores pero no la obra. El güisqui ha sido sustituido por el gin tonic y los mismos modernos de entonces son ahora entendidos en tipos de ginebras combinadas con pepino, limas u otras variantes. Los peluqueros han pasado a mejor vida y ya no participan en programas de máxima audiencia ni son entrevistados junto a aquellas exuberantes mujeres que hacían las delicias de las pasarlas siendo sustituidos por la nueva moda: los cocineros.
Hoy los cocineros (restauradores al parecer) son lo más de lo más. Copan portadas de dominicales, programas televisivos y tertulias radiofónicas. Su opinión es considerada como la de cualquier filósofo al uso y casi casi pueden desalojar a esos tertulianos habituales que hablan con el mismo aplomo de economía,del conflicto del próximo oriente, de las minas de coltán, los resultados de la NBA o el último ataque cibernético: saben de todo, como los peluqueros en los 90.
Uno de estos afamados trabajadores de los fogones ha generado cierta polémica al reconocer en un tuit que su negocio no funcionaría si tuviera que pagar a sus becarios, más o menos el 50% de la plantilla. Dice eso mientras ha comprado con su compañera un palecete para uso personal por unos tres millones de euros. Dice eso mientras hace dormir a sus becarios en pisos pateras como los pisos chinos de los que tampoco hemos vuelto a oír hablar.
Es normal que el reputado chef piense así y que se escandalice del escándalo que han provocado sus palabras, escándalo en cierto sector social, claro está, ya que después de esas declaraciones sigue siendo protagonista de un programa televisivo en horario de máxima audiencia. Y digo que es normal porque hoy la economía son los grandes números y los beneficios empresariales. Para que la economía funcione la empresa debe dar beneficios aunque para eso no se pague a los trabajadores: es el sino de los tiempos. Y no crean que lo que digo es una barbaridad, miren el caso de Inditex, un gran empresario que tiene mano de obra infantil esclava ¿acaso se distingue mucho del cocinero? Claro que Amancio Ortega hace obras de caridad con parte de sus beneficios mientras los tertulianos al uso también opinan sobre el asunto y hacen grandes loas a la evasión de impuestos mientras glosan la figura de un tipo que lleva el nombre de España por el mundo, esto último es muy importante, la cosa esa de la Marca España. Todavía recuerdo cuando se pedía dinero público para el fútbol en Huesca con la excusa de que llevaban el nombre de la ciudad por toda la Piel de Toro. He de confesar que jamás comprendí aquél argumento que era mayoritario, supongo que la gloria nacional (en este caso de la patria chica) suple con ciertas garantías los estómagos vacíos.
Reflexiono y no llego a ninguna conclusión, o a las que llego no me terminan de gustar. Reflexiono y lo comento en las barras de los bares, en las cafeterías o en la cola del pan, reflexiono en voz alta buscando un alivio, un punto de luz como un náufrago en medio del océano hasta que un amigo me dice: ¿Sabes quiénes eran los personajes de moda justo antes de la caída del Imperio Romano de Occidente? Los cocineros.
Becarios
Por Jesús Perez Navasa
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