¿Un oximorón? Depende de quien la use y de quien lo diga. Debatir sobre nacionalismo en España hoy supone una hazaña quijotesca, digna de media docena de brigadas de bomberos en el pavoroso incendio portugués dado que los molinos son, en realidad, gigantes. De entrada deberíamos descartar a aquellos nacionalistas más radicalizados que niegan la existencia del otro, pongamos por caso aquellos que desde la inquebrantable fe del nacionalismo español niegan la existencia de la nación catalana o viceversa. Éstos son casos irrecuperables que acaso pudieran tener solución en los ya desaparecidos campos de reeducación maoístas. Sin embargo el virus nacionalista se extiende en las condiciones ambientales precisas entre la población menos concienciada cuando dos enfermos de nacionalismo opuesto llegan a las instituciones ya que el discurso de la patria en peligro siempre ha generado buenos réditos políticos a los indeseables.
La solución que nos ofrecen los taimados pasa por una contradicción in terminis ya que una nación, según la propia definición nacionalista, es un objeto único y cerrado que se opone al resto de naciones: una cultura y lengua propia, una historia común, la existencia de instituciones y legislación arcáica… y sobre todo un territorio con unas fronteras claras y definidas, una muga que en definitiva diferencia a unas personas de otras, tanto en derechos como en deberes.
Estos días hemos visto como el congreso del PSOE ha asumido como propia una idea podemita, esa de que España es una nación de naciones, término impreciso como el del federalismo, especie de idea fuerza (significante vacío que diría Errejón) que pretende ser la panacea al modelo de constitución del estado.
En esa lógica, la del progesismo, la definición de naciones se basa en un principio que, a primera vista, es incontestable: una nación es un pueblo y los derechos del pueblo son los derechos de la nación. Dicho así no hay ninguna objeción y por lo tanto, con una mínima decencia democrática, el derecho de autodeterminación de cada pueblo es incontestable. Aplastante. El problema radica en la definición de pueblo. Cualquier nacionalista usará para ello los mismos términos que para la nación, pues son, aparentemente intercambiables: un grupo humano con unos valores comunes, una lengua, una cultura, unas tradiciones… y por supuesto un territorio sobre el que se asienta la susodicha comunidad. ¿Qué territorio es ese? Naturalmente el de la nación que previamente ha definido el nacionalista. Es decir, es una pescadilla que se muerde la cola ya que la nación define al pueblo y el pueblo a la nación.
Por lo tanto la propuesta de definición de España como nación de naciones no resuelve el asunto de la soberanía popular ya que no aclara si existe una única soberanía o varias.
Quizá algunos de los lectores se pregunten cual es mi postura, si a favor o en contra del referéndum catalán, al fin y al cabo lo que estoy haciendo es sobrevolar este tema. Pues bien, les diré que no me gusta el fútbol y por lo tanto cuando asisto a la eterna rivalidad entre el Real Madrid y el FC Barcelona, me mantengo al margen. Ello no me impide opinar ni sobre Messi, ni sobre Ronaldo o sobre Guardiola o Mohurinho. El asunto es que cuando mi opinión es negativa sobre Messi me acusan de madrilista y cuando lo hago sobre Ronaldo me acusan de barcelonista. Para los creyentes futboleros es impensable un mundo fuera del fútbol en el que nadie tome partido. Con la nación pasa lo mismo, no soy nacionalista y por lo tanto soy objeto de furias y ataques tanto de nacionalistas españoles como catalanes, o vascos o aragoneses.
No debemos olvidar que en toda la historia de la humanidad la nación como concepto político no ha existido hasta los dos últimos siglos, más o menos a partir del siglo XIX. Es decir, la nación no es una formación natural de grupos humanos, es una creación política que responde a intereses de clase en una coyuntura histórica concreta. La división del mundo en naciones es muy reciente y el sentimiento de pertenencia a una nación no es natural, se aprende, es inculcado a la población desde las instituciones políticas y administrativas.
En definitiva, tenemos un problema político de primera magnitud y las respuestas que nos ofrecen no son satisfactorias puesto que no resuelven el problema. Mi oferta pasa por la comprensión del fenómeno nacionalista como fenómeno histórico, su estudio y análisis, la popularización de las grandes tesis… en definitiva, por incitar a la lectura de los numerosos escritos que hay desde hace muchos años en las diferentes disciplinas: antropología, sociología, historia… algunos de ellos de lectura muy gratificante. Podría citar unos cuantos pero me conformo con que se queden con un nombre de unos de los principales científicos sociales españoles: Álvarez Junco. Léanlo, reflexionen y si les apetece seguir profundizando sobre la materia, lean a otros autores, de aquí, de allá o de más allá todavía, quizá después de eso también puedan decir: “Es que a mí no me gusta el fútbol”.
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