Hace unas semanas les hice pública promesa aquí de relatarles, bajo el título de “El erotismo de la grieta”, algo más sobre el amor y el humor, los dos temas que han servido de eje este mes a los encuentros literarios que, alentados por José María Ortí Molés, presidente de la Casa de Aragón en Madrid, han tenido lugar allí mismo estos días. Y no es del todo casualidad que, dentro del erotismo en literatura, hablásemos del mito del andrógino que refiere Aristófanes en “El banquete” de Platón, ni que uno de nuestros autores invitados, Guillermo Arróniz, sea buen conocedor de la temática erótica del mundo gay, sino que responde también al intento de ir acompasados con la actualidad, en unas fechas en las que se celebra la fiesta del “Orgullo” como celebración del amor homosexual y, por extensión, de cualquier amor tenido por “diferente”.
Porque, sea del tipo que sea, cualquier amor parece ajustarse en nuestra cultura al tópico de la búsqueda de la “media naranja”, consecuencia del humano estado de “separatidad” que tan prolijamente describió Erich Fromm en su ya clásico libro “El arte de amar”, pero que en el fondo proviene de la antigüedad grecolatina y aparece recogido no sólo en el mencionado libro de Platón, sino en numerosos escritos literarios y filosóficos, como éste del danés Soren Kierkegaard :
“En una época vivió en la tierra una raza de hombres que, sintiendo que se bastaban a sí mismos, no conocían los dulces vínculos del amor. Pero eran muy fuertes, tanto que un día pretendieron asaltar el cielo. Zeus los dividió de tal modo que de cada uno de ellos derivaron dos seres nuevos: un hombre y una mujer. A veces, ocurre que dos que antes fueron un solo ser, vuelven a unirse nuevamente por la fuerza del amor y entonces ellos son más fuertes que Zeus, más fuertes aún que aquel primitivo ser único, porque la unión en el amor es la fuerza suprema…”. (i)
Aquel primitivo ser tenía forma esférica y ocho extremidades, y podía ser de sexo masculino, femenino o andrógino; en los tres casos, se trataba de un ser maravilloso, perfecto, que ni conocía ni tenía necesidad del amor, y por eso mismo era tal su fuerza que amenazaba a los privilegiados dioses, por lo que fueron divididos por estos. El anhelo de amor es la consecuencia de aquella primitiva división de los sexos, y es también lo que se lee en este fragmento del escritor rumano ya en varias ocasiones candidato al Nobel Mircea Cӑrtӑrescu:
“Estaban desnudos, tumbados de espaldas bajo el sol ardiente, con las manos entrelazadas y mirándose a los ojos. Un halo de ingenuidad e inocencia doraba sus rostros de niños; era como un sueño antiguo que te asalta de repente a la hora de la siesta. Mientras los contemplaba fascinado, recordaba que en algún lugar del hipotálamo existe un centro del placer, un jardín paradisíaco donde la luz del orgasmo, que enciende el aire en gruesos círculos de oro, pierde todo el calor animal y se transforma directamente en algo espiritual y cristalino. Ese icono de un erotismo más elevado – porque todo, todo, era simétrico y tenías que hundirte en las grietas de carne, piel y mucílagos antes de llegar hasta el placer sagrado- se me revelaba ahora, barroco y conmovedor: dos jóvenes desnudos mirándose a los ojos en un valle lleno de flores. Quizás se amaban a través de la mirada como en el poema de Donne, tumbados sobre la hierba aplastada, somnolientos, exánimes y dorados, contemplándose con la secreta alegría, profundamente impresa en nosotros, de reencuentro con la hermana o el hermano perdido, con la mujer reprimida en todo hombre y con el hombre escondido en toda mujer…”. (ii)
El texto recuerda la forma redonda de aquel primitivo ser completo mediante elementos lingüísticos de gran sensualidad: la esfera solar, su luminosidad y calidez, el color dorado, el orgasmo como multiplicación de gruesos círculos de oro… frente a lo escindido, lo simétrico, que alude a una línea divisoria, a esa ‘grieta’ por la que hay que llegar a lo ‘sagrado’, a la reunión con el hermano perdido, la mujer reprimida o el hombre escondido…
Por si esto fuera poco, hay numerosísimos elementos de la tradición erótica judeocristiana y de las fuentes más antiguas que la nutren: la flor como símbolo del amor, el valle, la hierba fresca, son elementos que están en nuestra mística, en San Juan, y ya antes en el “Cantar de los Cantares” bíblico; son símbolos de una enorme sensualidad y erotismo, presentes en nuestra cultura desde siempre y hasta hoy (sin ir más lejos en el último libro del aragonés Ángel Petisme, en el que habla de grietas pero también, como en el “Cantar de los Cantares”, de eróticas gacelas). Esto el hombre medieval y renacentista lo sabía muy bien, como lo sabía Fray Luis de León, que sufrió prisión precisamente por haber traducido el “Cantar de los Cantares”. A esa maravillosa y sensual percepción de la unicidad hay que llegar a través de las grietas, de las fisuras de la carne dividida. La parte fisiológica, que es casi dolorosa, violenta, hiriente, es la que predomina en nuestra literatura actual, plagada de recursos escatológicos, duros, que acaban insensibilizando por saturación. La literatura erótica basada en lo obsceno, de tanta fuerza hoy en día, se ha convertido en un hurgar doloroso en esa grieta, aderezado de drogas y sádicos juguetes eróticos que más parecen instrumentos de tortura. Esta es la visión que recoge y denuncia la novela que tengo ahora mismo sobre mi mesa, “Después del silencio”, recién firmada y dedicada por su autor, Salvador Mira. Aunque se nos presente de un modo deliberadamente irreverente con su prosa provocadora, se trata de un escritor profundamente cristiano, que trae a sus escenas de sexo un erotismo muy primario y hasta brutal con el fin de establecer, por contraste, parámetros éticos.
Lo físico es la grieta por donde se accede al erotismo sagrado (por eso en los escritos de Jaco Liuva, otro de los autores que nos acompañaron, es símbolo del sexo femenino); es a través de esa grieta por donde se cuela la luz de las esferas doradas del orgasmo. Y tanto Jaco Liuva como Alberto Jesús Vargas nos dieron buena cuenta de cómo por la grieta se cuela también, junto con el erotismo, el humor, pues ambas cosas combinan bien juntas: amor y humor. Hay que acceder al amor a través de esa grieta, pero con la intención de cerrar el círculo. Y ese círculo de lúdica belleza se cerró la otra tarde, en la casa de Aragón en Madrid, cuando los asistentes nos arracimamos en un embelesado corro en torno a las ilustraciones del cuaderno “Las lágrimas de Eros”, creación de Alberto Ferrándiz. Cuánto talento, cuánta generosidad y cuánto ingenio en esta Casa, donde las tertulias vienen a circundar, agradecidas, la mesa compartida con los autores, cerrando el círculo en torno a una copa de buen vino…
[i] Extractado de Soren Kierkegaard: “Diario de un seductor”, www.elaleph.com, pag. 129
[ii] Extractado de Mircea Cӑrtӑrescu: “Lulu”. Editorial Impedimenta, 2011, pag. 92-93
Leave a Reply