En pleno proceso de cambio climático los humedales se revelan como un medidor importante de la evolución de este fenómeno a escala global y también como eficaces paliativos de algunos de los peores efectos del calentamiento global.
Por un lado, los humedales reflejan mejor que ningún otro ecosistema las distorsiones que se están produciendo en el clima. En el caso de España, además de la prolongación de los periodos de sequía, también la agudización de los procesos más extremos, que alargan e intensifican el calor, pero que también producen violentos periodos de abundantes precipitaciones.
Por otro lado, los humedales ayudan a paliar los perniciosos efectos del cambio climático. Con su capacidad de acumular agua, amortiguan y retrasan las sequías. Y con su capacidad de laminación y retención del agua reducen los efectos de las inundaciones.
Si no fuera por la ocupación, la canalización y la sobreexplotación a que se les somete por las actividades humanas serían aún más eficaces en esta labor beneficiosa para prevenir y paliar los efectos del cambio climático.
Un ejemplo de la vinculación de los humedales con el cambio climático y lo que nos pueden ofrecer para disminuir sus efectos lo encontramos en el recientemente recuperado río Manzanares a su paso de Madrid. Aun no siendo un espacio Ramsar, la restauración ambiental que se está llevando a cabo refleja como la recolonización vegetal ayuda a regular los caudales, y servirá de apoyo en el caso de avenidas.
Otro ejemplo es el de las Tablas de Daimiel, que aunque ahora se encuentran en un estado muy deteriorado debido a la sobrexplotación, sirven de freno a las avenidas que puedan llegar por los ríos Cigüela, Guadiana o Azuer.
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