Precisamente, hace pocos días, encontré por WhatsApp un interesante sketch donde se citaba este tema y hasta pude reírme.
Sin embargo, hoy, voy a hablar con seriedad, pues lo experimento en mis propias carnes desde hace una década larga. Por favor, detente unos minutos a reflexionar sobre lo que aquí voy a compartir, confío que, con la mayor humildad y asertividad posible.
Puesto que cuento con la invitación de los responsables de esta casa, me refiero a Ronda Somontano & Ronda Huesca, para escribir una vez a la semana, este es el primero de una serie de pequeños artículos dedicados a tratar lo que sucede con el acceso a la vivienda de alquiler en zonas rurales. Al menos, lo observado desde la realidad que me toca vivir.
Regresé a Aragón en marzo de 2007, tras 13 años en Castilla y León, para estar cerca de mi familia biológica: madre afectada de Alzheimer y única hermana, con la que llegué por primera vez a Aragón, procedentes de Madrid, un hermoso y helado diciembre de 1989.
Entre finales de 2006 y marzo de 2007, contando como campamento base con el recién estrenado domicilio de mi hermana y su marido, realicé una exhaustiva búsqueda de vivienda para alquilar y convertirla en mi domicilio habitual. Visité todos y cada uno de los núcleos próximos a Graus (localidad de residencia de mi familia) para hallar una vivienda habitable a un precio que, una unidad familiar de un solo miembro la cual, además, aún no sabía cuánto tiempo iba a tardar en encontrar un empleo, pudiese abonar con los ahorros con los que contaba.
En las visitas a todos esos núcleos, tomé conciencia de la cantidad ingente de viviendas que quedaron vacías, tras las diversas oleadas de emigración a las ciudades, o pueblos relativamente grandes, en los tiempos en que la gente habitaba en hogares sin calefacción, sin aislamientos eficaces (por lo menos ventanas con climalit) y sin sistemas energéticos eficientes. Viviendas que sus propietarios dejaron de necesitar hacía décadas y, sin embargo, no habían decidido ni remodelar (ponerlas al día para convertirlas en segundas residencias), ni vender, ni mucho menos alquilar a un precio bajo, dadas las prestaciones obsoletas de las mismas. Las construcciones de edad más moderna eran intocables: el turismo era el destino de las mismas y, el resto, sólo asequibles a ciudadanos con empleos estables y bien remunerados.
Fue descorazonador comprobar que, los pocos propietarios dispuestos a alquilar alguna las viviendas de edad más antigua, aún siendo personas prósperas, es decir, sin necesidad real de obtener una renta por las mismas, sino guiados del más absoluto y aplastante ánimo de lucro, pedían sin rubor, por infraestructuras en las que no habían invertido en décadas ni un euro, ni una peseta, una media de 350 €/mes más gastos. Por la única que encontré disponible, con mejores condiciones de habitabilidad, me pidieron 450 € + gastos.
A pesar del pequeño colchón de esos ahorros con los que contaba, no me pareció responsable aceptar, por lo que considero, y siempre voy a considerar, un derecho esencial, pagar un precio de lujo.
Alquilar una vivienda para convertirla en domicilio habitual, más en zonas rurales, donde son contadas las oportunidades de empleo por cuenta ajena y en las que, los servicios (hospital, etc…), siempre exigen disponer de un vehículo privado para desplazarse, es inadmisible que suponga invertir más de un 60 % de lo que se obtiene con el sueldo mensual que uno es capaz de conseguir.
Para algunas personas, como yo misma, esa es la realidad. Una realidad que, en lo más hondo de las entrañas, considero un abuso. Un abuso posibilitado por una sociedad mercantilista que, no sólo no aporta oportunidades de empleo creativas y sostenibles en estas zonas rurales con amplio potencial para ello, sino que, encima, parece satisfecha permitiendo que, la escasa oferta de viviendas en alquiler, pase por el cobro de alquileres abusivos, aún siendo nuestra Constitución la primera que establece como derecho básico, el acceso a una vivienda digna y adecuada. Si rizamos el rizo, esta sociedad parece satisfecha también, escuchando, de boca de todos los políticos, casi cada día, la urgencia de asentar población en estos territorios. ¿Asentar población? ¿A quién pretenden engañar esos políticos que no han implementado ni una sola actuación para conseguir ese fin?
Esta realidad, nada coherente con lo que dicta la Constitución Española y, nada positiva, creo que, para ninguno de los agentes involucrados (propietarios de viviendas, arrendatarios, instituciones sociales, administraciones locales, etc…) puede cambiar y, de hecho, ruego, a todos los que están involucrados de un modo, u otro, en ella, que reflexionen sobre lo que pueden hacer para cambiarla, al objeto de permitir que todo ciudadano viva donde libremente elige vivir.
De mi parte, en los próximos artículos, voy a ir desmenuzando las ideas prácticas y urgentes que, una vez observado y experimentado lo que me está tocando vivir desde mi regreso a RIBAGORZA en 2007, creo es un estupendo momento empezar a aplicar. Ideas que pueden favorecer el dinamismo de todos esos pobladores que, como yo, desean residir todo el año en estas zonas rurales y, para ello, han de coexistir viviendas en alquiler de todos los precios posibles. Precios coherentes con las características y cualidades de la vivienda concreta que se alquila y, además, viviendas en alquiler adaptadas a todos los bolsillos, sin necesidad de verse obligada ninguna ciudadana, ni ningún ciudadano, a compartir, u otras soluciones que no respetan la libertad del individuo.
Nos encontramos la próxima semana. Gracias por escuchar !!!
Bella Vida !!!
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