Cuando el pasado día 23, festividad de San Jorge, la periodista barbastrense y directora del diario 20 minutos, Encarna Samitier, se refirió a los muchos aragoneses de los que hay huella en esta “gran ciudad acogedora y amable” que es Madrid, rememorando a personalidades como los hermanos Argensola, Buñuel, Ramón y Cajal, Gracián, Soledad Puértolas, Costa, María Moliner, Goya o Lázaro Carreter -a quien trajo a colación entre otras cosas por su afición a la expresión aragonesa «no reblar»-, tampoco podía dejar de referirse, al hablar de San Jorge, héroe legendario y patrón de los aragoneses desde que las Cortes de Calatayud declarasen el 23 de abril fiesta solemne[1], a los dos «dragones» que aún campan por Aragón, que según dijo son: la despoblación y la falta de comunicaciones[2]. O tal vez no se trate sino de un solo dragón con dos cabezas, porque mientras no haya población las comunicaciones se seguirán considerando no prioritarias y, a la inversa, no habrá asentamientos de población nueva donde no estén garantizadas las comunicaciones. El dragón de la despoblación se muerde la cola.
Cuando Sergio del Molino publicó su libro La España vacía. Viaje por un país que nunca fue (Turner, 2016), el adjetivo ‘vacía’ todavía no se había alargado hasta el participio ‘vaciada’, tal vez porque aun no se había extendido el uso de una expresión tan crítica en cuanto al hecho de que no se trata de una vacuidad intrínseca sino, más bien, del resultado de acciones bien (o mal) dirigidas a producirla y del todo responsables del vaciamiento interior: el adjetivo ‘vacía’ es calificativo, el participio ‘vaciada’ es resultativo, y aquí no se trata de una cualidad de los territorios, sino del resultado negativo de ciertas acciones (o de su omisión) sobre los mismos.
El problema viene de antiguo, como también los intentos de adopción de medidas colonizadoras con las que tratar de paliarlo. La preocupación poblacionista de los siglos XVI y XVII[3] influyó grandemente en el XVIII; en Aragón es buen ejemplo de ello el Fuero Alfonsino: “Las Cortes de Valencia de 1329, convocadas por Alfonso IV de Aragón, aprobaron la concesión de la jurisdicción civil plena y la baja criminal a quien poblara un territorio con, al menos, quince vecinos cristianos y construyera igual número de casas”, señala Giménez López.[4] Según este autor, dicho fuero tuvo consecuencias positivas inmediatas, y tras ser derogado en los comienzos del siglo XVIII, siguió siendo a pesar de ello una referencia en posteriores textos colonizadores[5], de tal modo que están documentadas varias actuaciones entre las que, acogiéndose a este fuero y a otros de similar espíritu, hubo incluso la de quien intentó repoblar ciertas zonas de los Monegros, con condiciones miserables para los colonos, sin otro objetivo que el del lucro personal.[6]
Aragón es uno de los territorios más despoblados del país, y según la mayoría de las opiniones más expertas, lo es como resultado de la acción y de la omisión. Al igual que ha ocurrido con los trasvases de agua, el abandono de los transportes -en especial el ferrocarril- y la despoblación son resultado de acciones muy concretas, no peculiaridades de nuestra tierra. Es, desde luego, un tema de moda en la actualidad, y como con todos los temas que se ponen de moda, y más cuando se está en plena campaña electoral, para no pecar de ingenuos ni caer en un exceso de idealismo, hay que preguntarse a qué intereses sirve esa moda y quién puede estar detrás de los hilos que controlan las movilizaciones que hemos presenciado en los últimos tiempos. ¿Interesa a alguien que se desvíe la atención de ciertos temas y se ponga el foco en la despoblación, interesa hurgar o no en la sempiterna confrontación entre las zonas del interior y las zonas costeras, obviar o recalcar la secular dicotomía entre el centro y la periferia de la península?
El asunto ha saltado a primera línea de la actualidad con motivo de la manifestación en Madrid del pasado 31 de marzo bajo el lema “La Revuelta de la España Vaciada”, pero anteriormente a ella se habían organizado también en marzo en la Casa de Aragón en Madrid una serie de conferencias-coloquios para analizar esta cuestión, y unos días más tarde, el 3 de abril, una jornada en la Fundación Telefónica con el mismo objetivo: “La España que se despuebla. Innovación y cultura como estrategia contra la despoblación”. En esta jornada, organizada por la Fundación Telefónica y la Asociación Territorio Goya, el presidente de esta última entidad, Julio Martínez Calzón, presentó el proyecto diciendo que no es un proyecto político, y que la coincidencia con la manifestación del 31 de marzo había sido “casual”. Tras la intervención de Lucía Ybarra, quien además de las manifestaciones mencionó ciertas medidas que ya se están poniendo en marcha, como el apoyo al emprendimiento o la banda ancha, José Manuel Matilla, Jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del Museo del Prado, se refirió a la figura emblemática de Goya, quien sólo había estado un mes en su pueblo natal, Fuendetodos, por lo tanto su vinculación a este lugar “es un mito”, dijo, “pero un mito no tiene por qué ser una mentira”, y sí la forma de salvar a un pueblo, gracias a esa vinculación cultural: Goya trasciende la idea de cronista de su tiempo porque es un autor universal, su mirada crítica “molesta” como molestan las manifestaciones, señaló Matilla, y esa mirada crítica es lo que lo hace, precisamente, universal.
En la misma jornada Luis Antonio Sáez, profesor de Economía aplicada y Director de la Cátedra sobre Despoblación y Creatividad de la Universidad de Zaragoza, habló de la necesidad de “asumir lo inevitable”, dadas las duras condiciones de vida que a veces se dan en las zonas rurales. De hecho, señaló que uno de los primeros territorios en despoblarse fue el Pirineo, ahora en vías de recuperación gracias al turismo. Defendiendo también el valor de la cultura, señaló que “todos somos híbridos” y que lo que necesitamos es “talento y compromiso” para ayudar a mantener esas poblaciones rurales en peligro de desaparición.
Por su parte Javier Esparcia, Catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Valencia, señaló que aunque el tema de la despoblación está de moda, hay que ser realistas en cuanto a las expectativas de repoblar o rejuvenecer las áreas amenazadas de despoblación. Para él, lo que importa es el concepto de territorio, más práctico que el de municipio. Invitado a intervenir, fuera de programa, César Alierta (Presidente ejecutivo de Telefónica hasta 2017) indicó que lo único que hace falta para que los jóvenes se queden en sus pueblos es ofrecerles formación en digitalización y banda ancha, para que puedan trabajar desde ellos. Para terminar la jornada, por la tarde tuvo lugar una mesa redonda en torno al tema “Desarrollo en armonía y revitalización rural mediante la interacción entre arte, ciencia, tecnología y sociedad”, en la que participaron el Director General de Industrias Culturales Benito Burgos, la periodista y antropóloga Virginia Mendoza, el periodista y escritor Sergio del Molino, el artista Ricardo Calero, y como moderadora Rosina Gómez–Baeza.
Talento, compromiso, cultura, banda ancha, mirada crítica… pero también medidas eficaces en infraestructuras de la máxima importancia. En su conferencia de la Casa de Aragón, el economista Chusé Inazio Felices Maicas vino a incidir una vez más en los aspectos que ya había tratado en un trabajo anterior:
“Es evidente que de no invertir con firmeza la tendencia poblacional actual, Aragón será a lo largo del próximo siglo un territorio semidesértico suministrador de recursos baratos, con hermosos valles pirenaicos destinados a servir de almacén de agua para nuevos embalses, de paisajes más o menos deteriorados para visitar los fines de semana, con Zaragoza como única estación de paso importante en los flujos entre Cataluña con el País Vasco y Madrid, entre Burdeos y Valencia… y poco más, que en cierto modo es ya el escenario actual.”[7] Chusé Inazio Felices Maicas no se confundía, desgraciadamente, en sus predicciones. Esos tres males (despoblación, desertización, carencias de comunicación) continúan siendo los mayores dragones que asolan nuestra tierra, y son aquellos mismos males históricos que recoge Enrique Giménez López en el estudio que hemos citado.
En las conclusiones de su trabajo Felices Maicas dice: “Pensando en el desequilibrio real que existe en el desarrollo del Territorio Español, y en el innegable proceso de creciente concentración de riqueza y población en algunas provincias a costa del desarrollo, la hipoteca y la desertización de otras, podríamos planearnos otro modelo en verdad más justo, que intentara equilibrar esa situación, tanto económica como demográfica […] Aragón por formar parte de un Eje Europeo de Desarrollo está en condiciones y en la obligación de exigir apoyo para que ese equilibrio sea posible, con medidas que favorezcan la recuperación demográfica y que eviten el expolio territorial, que le permitan conservar los recursos hídricos y escénicos asociados que todavía tiene y el desarrollo de infraestructuras de comunicación […] Aragón se juega su futuro como nacionalidad histórica. Ya que su limitación poblacional le impide que su representación política supere determinados niveles de influencia en las decisiones estatales, cabría preguntarse si sus instituciones y políticos estarán a la altura de este reto histórico. ¿Sabrán los aragoneses ganarse el derecho a exigir el respeto a los valores patrimoniales de su Tierra y a reclamar un futuro más digno para ella? La esperanza es lo último que se pierde.”[8]
No se ha perdido la esperanza, a juzgar por el éxito de la marcha contra la despoblación del 31 de marzo. Pero es hora de hacer balance de lo conseguido desde la fecha de ese escrito de Felices Maicas hasta ahora, para trazar caminos más seguros conducentes a la realización de tales esperanzas. No se trata de atraer a las zonas despobladas, casi bajo engaño, a una población mísera y desesperada en busca de un pedazo de pan, como pretendía el corrupto repoblador del XVIII Comenge. Tampoco se trata de convertir nuestros pueblos en núcleos de trabajadores a distancia especializados en medios digitales. Se trata de dar valor y garantizar el arraigo en las zonas rurales sin que por ello pierdan su singularidad. Aunque sea un duro esfuerzo y la tarea no sea fácil. Porque, como dijo Samitier el 23 de abril en la Casa de Aragón en Madrid, para los aragoneses no sólo este último, sino todos los días de San Jorge, deberían ser siempre un día de festejo y un día soleado, aunque llueva o tengamos trabajo, porque es un día en el que “hacemos fiesta y miramos a las raíces”, que, para casi todos, están en nuestros pueblos. Y porque, como también dijo recordando a Lázaro Carreter, la vida es “no reblar”. Este día de San Jorge, en la Casa de Aragón en Madrid, los aragoneses de la diáspora han celebrado un año más su raigambre esperanzadamente en torno a la legendaria figura de su patrón, y unidos contra el dragón amenazador del vacío rural. Sin reblar.
[1] La festividad de San Jorge fue declarada perpetua y solemne por las Cortes de Aragón en 1461 como se lee en el siguiente fuero:
«E assimesmo ordenamos, que la fiesta del glorioso Martyr señor san Iorge, que caye a XXIII días de abril, sia en el dito Regno inviolablemente, e perpetua, guardada, observada e celebrada solemnement: assí como los días del Domingo e otras fiestas mandadas guardar. E todos los Prelados del dito Regno sian tenidos aquella mandar guardar e observar, jus aquellas penas mesmas que deven e son tenidos fazer observar e guardar los Domingos e otras fiestas.»
[2] Enrique Giménez López, en “Fuero Alfonsino y fuero de repoblación de Sierra Morena en los proyectos de colonización de la Corona de Aragón en la segunda mitad del siglo XVIII” (Revista de Historia Moderna nº 12, 1993:141-184) señala la importancia de esta idea en el XVIII: “La repoblación de zonas próximas a vías de comunicación era […] asunto considerado prioritario por la administración, pues no sólo incidía en el incremento demográfico y el progreso de la agricultura, sino también en la crucial cuestión de la seguridad” (Giménez López, 1993:158-159).
[3] Giménez López (1993:141) recoge dos citas en su estudio que dan buena fe de esa preocupación, una de 1640, de Diego Saavedra Fajardo, que escribía en la Empresa LXVI de su Idea de un Príncipe Político-Cristiano: «La fuerza de los reinos consiste en el número de los vasallos. Quien tiene más es mayor príncipe, no el que tiene más estados, porque éstos no se defienden ni ofenden por sí mismos, sino por sus habitadores, en los cuales tienen un firmísimo ornamento; y así dijo el emperador Adriano que quería más tener abundante de gente el imperio que de riquezas, y con razón, porque las riquezas sin gente llaman la guerra, y no se pueden defender, y quien tiene muchos vasallos, tiene muchas fuerzas y riquezas. En la multitud dellos consiste (como dijo el Espíritu Santo) la dignidad del príncipe, y en la despoblación su ignominia». La segunda, de 1650 de Francisco Martínez de Mata, quien en su discurso tercero, escribía que «a la multitud acompañan los frutos, proporcionándose la abundancia, como la sombra al cuerpo. Si sobra multitud, y falta lo necesario de frutos, padece la multitud. Si sobran frutos, y falta la multitud que los ha de consumir, se pierden los frutos».
[4] “El privilegio, incorporado a los fueros de Valencia, tuvo positivas e inmediatas consecuencias en la colonización del Reino valenciano, además de ser utilizado para el control de multitud de alquerías musulmanas y también, como ha señalado Primitivo Pía, para lograr el orden político en tierras valencianas, pues muchos señores «defendían la vigencia del Fuero de Aragón en Valencia, una postura que escondía su oposición al proyecto político implícito en los Furs de Jaime I, y que hacía del naciente reino un espacio político invertebrado». La utilización del fuero alfonsino como elemento colonizador tuvo en la segunda mitad del Quinientos una nueva etapa de auge hasta la expulsión de los moriscos en 1609, renovándose su uso para iniciativas colonizadoras en la segunda mitad del siglo XVII. La derogación de los Fueros por el Decreto de 29 de junio de 1707 parecía que incorporaba a la Corona las jurisdicciones alfonsinas” (Giménez López 1993: 144).
[5] “ […] hay datos que señalan que el privilegio alfonsino no dejó de ser considerado como elemento colonizador con anterioridad a 1772, y no sólo para territorio regnícola valenciano, sino para otros ámbitos de la antigua Corona aragonesa” (Giménez López, 1993:145)
[6] “En ocasiones, el Fuero de Población de Sierra Morena era utilizado para maquillar importantes operaciones especuladoras, muy alejadas del espíritu inspirador de aquél. Sucede así con el proyecto de Narciso Comenge de crear una nueva población en los Monegros, en las inmediaciones de Sariñena, distribuyendo a cada colono una parcela de tierra de 53 fanegas, de las que 50 estarían dedicadas a cereal, y las tres restantes estarían regadas para cultivar hortalizas, legumbres y alfalfa […] los nuevos pobladores de Monte de Moscallón, lugar de ubicación del poblamiento, estarían exentos durante una década del pago de impuestos reales. Para su trabajo y subsistencia, cada poblador recibiría dos bueyes y utensilios de labranza, ocho gallinas, un gallo y una cerda, y se le asignarían 30 árboles de la margen del río para que pudiera utilizar la leña de la poda. Pero estas disposiciones eran pura apariencia, pues el objetivo de Comenge era otro muy distinto: […] repoblar a su costa el monte Moscallón y las cinco aldeas despobladas, con lo que la dehesa debía quedar restituida a la nueva población, con sólo el compromiso de abonar a Sariñena el rendimiento de los pastos que había venido utilizando durante el tiempo en que durara la construcción del nuevo pueblo.” Pese a los apoyos de los que Comenge disponía en la corte borbónica de Madrid, el recurso interpuesto por Sariñena finalmente alcanzó el éxito: “Todos coincidían en que la gracia solicitada por Comenge no debía perjudicar sus derechos sobre tierras, pastos o uso de aguas, y eran unánimes en considerar el proyecto repoblador como un pretexto para apoderarse de pastos y acumular en poco tiempo una importante renta, sin utilidad alguna para nadie, excepto su patrocinador, pues el plan de Comenge era todo él «imaginario e impracticable», necesitado de una inversión muy elevada para obtener una utilidad muy escasa, dada la mala calidad de la tierra. El escrito de los lugares de Sena y Villanueva de Sigena eran los que de forma más directa denunciaban las durísimas condiciones de la carta de población que, en su opinión, convertiría a los colonos en mendigos: «…que todo el aumento que se presentaba de población en el proyecto era de 30 miserables y un pueblo de 30 albergues para otros tantos infelices que serían el espectáculo de la miseria sin necesitarse de otra prueba que las condiciones con que habían de ser admitidos, insoportables por ellas mismas en un hombre libre»» (Giménez López, 1993:163-167).
[7] Felices Maicas, Chusé Inazio, en VV.AA. (1997): El agua a debate. Zaragoza, pág. 127-128.
[8] Felices Maicas (1997:154-155).
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