La respuesta de la sociedad ante un estado de alarma suele ser ordenado y organizado a pesar del contagio emocional y del miedo.
Somos seres sociales y generalmente nos comportamos de manera adecuada y cívica en situaciones de alarma. Prueba de ello son los aplausos que cada día a las ocho de la tarde se producen para expresar las emociones, como muestra de agradecimiento, y para ser, en cierto modo, «útiles» para la sociedad porque una de las necesidades psicosociales de primer nivel es la de pertenencia, «pertenecer a un grupo social» y no «estar aislados». Y es en este sentido, donde se producen estas conductas que se dan por imitación o influencia social. Es decir, es posible que inicialmente alguien viera a sus vecinos aplaudir y lo hiciera por influencia normativa (porque todo el mundo lo hace) sin tener información de su significado, pero una vez conocido el mensaje las personas actúan por influencia informativa es decir porque creen firmemente en que es lo adecuado (piensan, sienten y actúan al unísono) y lo que motiva esa conducta no es una recompensa externa, es la motivación intrínseca la que nos lleva a actuar unidos, lejos de esa imagen histérica y de pánico referida en ocasiones, el ser humano es un ser social y sigue las normas de la mayoría que son mejor para el grupo. Más aún cuando los cinco tipos de poder (de recompensa, coercitivo, experto, legítimo y referente) confluyen en esta situación.
Las investigaciones de las últimas décadas sugieren que el pánico, incluso en los eventos más catastróficos, puede no ser tan común como parece apuntar la lectura de los medios de comunicación. Así se desprende, por ejemplo, del estudio de un equipo de especialistas de universidades norteamericanas, liderado por Sarah De Young, sobre la falsa alarma de misiles balísticos sucedida en Hawái en 2018, que los titulares de las noticias describieron como una situación de pánico, terror y caos (BBC News, 2018). De hecho, tal y como ya indicaba en 1990 esta misma profesora de la Universidad de Georgia, las personas suelen reaccionar de manera adecuada ante estas situaciones, difiriendo de lo reportado por los medios en muchas ocasiones. Es más, durante la evacuación del World Trade Center de 1993, considerada en gran medida exitosa, las personas indicaron que se dedicaron a intentar analizar la situación y compartir información, buscando desarrollar una comprensión de la amenaza, sus impactos y las acciones que deberían tomar, antes de abandonar el edificio, tal y como recogieron en 1998 el sociólogo Benigno Aguirre de la Universidad de Texas en colaboración con investigadores del Centro de Emergencias de ese estado.
Es importante tener en cuenta que a veces algunos informes de pánico son solo construcciones sociales de medios de comunicación. Hadley Cantril, psicólogo de la Universidad de Princeton, publicó en 1940 ‘Invasión desde Marte. Estudio de la psicología del pánico’, donde analizó el impacto social de la emisión radiofónica de la dramatización de la guerra de los mundos de Orson Welles y el Mercury Theatre en la noche de Halloween de 1938, que a veces ha sido erróneamente referida. Si se analiza en profundidad, la gran mayoría de los oyentes, el 85 por ciento o más, simplemente escuchó como un programa de radio. Sin embargo, para la realización de esta investigación el material analizado fueron en su mayoría recortes de periódicos. En este sentido, la impresión de pánico colectivo fue más una construcción social de los medios que no necesariamente se correspondía con la realidad. Otro ejemplo lo encontramos en 1973, durante otra emisión ficticia de un desastre en una central nuclear en el sur de Suecia que según los medios de comunicación provocó el pánico colectivo generalizado entre la población de la zona. Una encuesta telefónica realizada a 1089 personas en combinación con entrevistas a la policía y otras autoridades indicaron que esta información de pánico colectiva informada por los medios no se correspondía con la realidad tal y como fue recogido por el sociólogo Karl Erik Rosengreny sus colaboradores de la universidad de Lund una de las universidades suecas más prestigiosas de Europa en 1975.
Por otro lado, tal y como indicaba Dennis Mileti de la universidad de Colorado en colaboración con John Sorensen del Laboratorio Nacional Oak Ridge en 1990 tras revisar más de 200 estudios que analizaban la respuesta ante estados de alarma y comunicación de advertencias públicas de emergencias indicaron que es más probable que un mensaje provoque una acción de comportamiento ordenado o de protección si contiene información que sea suficiente para que una persona entienda, interprete, crea y personalice la advertencia. Es por ello, que una información suficiente sin exceso ni defecto parece ser lo ideal en situaciones de emergencia.
Consecuencias psicológicas
En este sentido, en 2020 Alison Holman y sus colaboradores de la Universidad de California analizaron en Nueva York y Boston como la exposición a un trauma colectivo (los atentados del maratón de Boston) a través de los medios de comunicación –en cantidad y características gráficas (por ejemplo, horas de consumo, imágenes sangrientas,…)– se asocia con el estrés agudo y síntomas de estrés postraumático en 4675 personas en un primer momento temporal (2 o 4 semanas después del atentado) y 3598 (seis meses después de los atentados). Los resultados mostraron que una mayor exposición a las imágenes se relaciona con mayor estrés, miedo al terrorismo futuro y deterioro funcional. E incluso se asoció con síntomas de salud mental. Por tanto, la cobertura mediática de los traumas colectivos puede desencadenar angustia psicológica en personas ajenas a la comunidad directamente afectada. Así, tal y como advierte Alison Holman, aunque los medios de comunicación son imprescindibles para poder acceder a los eventos acaecidos en nuestro mundo una exposición excesiva y prolongada en el tiempo podría aumentar la ansiedad y el miedo de la sociedad. Es más, esta investigadora también indica que la literatura científica indica que la disponibilidad de noticias 24 horas y plataformas digitales que dan una amplia cobertura a desastres puede tener un impacto perjudicial en la sociedad. En este sentido, si atendemos a la cantidad de horas que los medios están dedicando a dar cobertura a la actual situación de alarma, sí sería esperable una relación entre cantidad de horas y emociones desagradables como angustia, estrés, depresión e incluso estrés postraumático.
Así, en el estudio de Holmanen 2008 se encontró una relación entre miedo, estrés agudo e incluso salud cardiovascular entre individuos predominantemente expuestos al 11 de septiembre a través de la televisión. Y, en 2017, un meta análisis de 18 estudios, con 1634 participantes, concluyó que la exposición a desastres a través de los medios y puede causar resultados psicológicos negativos al menos de manera transitoria.
Además, el uso de imágenes impactantes en los medios de comunicación como recurso es susceptible de contribuir a aumentar la angustia y la cobertura visual para que esta se vuelva más vívida y de naturaleza gráfica a modo de “amplificador emocional”. Los estudios en torno a este aspecto indican que es posible que este tipo de imágenes capten la atención del espectador, produzcan mayor excitación fisiológica, y evoquen más emociones negativas que las imágenes no gráficas. Corin Bourne del departamento de psiquiatría de la Universidad de Oxford de Reino Unido.y sus colaboradores en 2013, indicaron que las imágenes pueden producir flashbacks a través de la activación de áreas del cerebro vinculadas al miedo, imágenes visuales, y procesamiento de amenazas.
Pánico y alarma social
Sin embargo, el uso de imágenes en los medios, en cuanto a lo que generar alarma social se refiere, es indistinto. Debido, al menos en parte, a que muy raramente ocurre este estado de pánico colectivo que refieren los medios (con o sin imágenes), ya que se requiere la presencia de condiciones sociales raramente concurrentes. Los factores afectivos y/o cognitivosnecesarios para generar una alarma social se pueden clasificar de diferentes maneras, pero incluyen al menos lo siguiente según indicó en 2008 el sociólogo Enrico (Henry) Quarantelli, pionero de la sociología de la catástrofe, formado en la Universidad de Chicago y profesor en la Universidad Estatal de Ohio, donde fundó el Centro de Investigación de Desastres (DRC):
1- Percepción de una gran amenaza inmediata para uno mismo u otros. Lo que predomina es el miedo extremo más que ansiedad, ya que el riesgo para la supervivencia física es evidente. El miedo no importa en qué magnitud, en sí mismo no es suficiente para generar pánico a pesar de lo que algunos usuarios lo evalúan así de forma errónea.
2- La creencia de que es posible escapar a la amenaza (una percepción de que uno está atrapado no conduce al pánico; esto se puede ver en mineros de carbón enterrados o marineros en submarinos hundidos). Es la esperanza y no desesperanza, la que impulsa al pánico.
3- Sentimiento de incompetencia al tratar con la amenaza y ver que otros tampoco son capaces de ayudar. Si hay una percepción de que es posible alejarse del riesgo, lo común será un movimiento ordenado u organizado, y la evacuación del lugar generalmente ocurre. Ese comportamiento organizado no es de pánico, este hecho se puso de manifiesto en los sobrevivientes que dejaron las torres en el desastre del 11 de septiembre.
Por suerte, el fenómeno de pánico colectivo es raro. Se reportan casos de pánico colectivo en menos de 100 desastres en medio siglo por tanto es más un término popular que ha sido utilizado erróneamente. Algunos investigadores inciden en que hay que diferenciar entre crisis de tipo social u otras. Según Quarantelli (2008) una alarma de tipo social implica una brusca y simultanea interrupción de la mayoría de las funciones comunitarias cotidianas y las instituciones sociales. En este sentido ante una crisis de tipo social, las organizaciones incluidas las orientadas a emergencias dejarían de funcionar o lo harían de manera notablemente reducida (en contraste con un desastre donde pocas organizaciones en una comunidad se deterioran a tal grado). En segundo lugar, muchos funcionarios de la comunidad local y otros no podrían realizar sus roles de trabajo habituales y la mayoría de la ayuda debería provenir de áreas más distantes.En tercer lugar, la crisis inmediata y actual está socialmente construida por personas no locales y medios de comunicación (en contraste con un desastre donde la mayor atención es ofrecida por medios locales con solo informes incidentales y breves realizados por medios de comunicación de masas nacionales). En cuarto lugar, funcionarios y organizaciones gubernamentales y políticas de alto rango desde el nivel nacional (y a veces internacional) se involucran (en contraste con un desastre donde hay como máximo y principalmente atención simbólica dada por personas que no sean personas locales y agencias comunitarias / estatales).
En caso de crisis de tipo social algunos investigadores destacan los falsos mitos en torno a los comportamientos individuales y grupales en contextos de desastres tales como pánico, conducta antisocial, pasividad en emergencias, conflicto o abandono de rol, problemas de salud mental, etc. En cuanto al más referido estos días, el pánico, esta palabra aunque ha sido ampliamente utilizada tanto en la cultura popular como en la literatura científica cuenta con referencias muy diversas y heterogéneas sin que haya una definición unánimemente aceptada por la comunidad científica en torno a este término. Así por ejemplo, Quarantelli la define como «casi todo tipo de desorganización social caracterizada por un tipo de actividad disruptiva como pánico que incluye desde fenómenos psiquiátricos a fenómenos económicos». Otros investigadores incluyen linchamientos, suicidios, ansiedad individual y colectiva, saqueos, histeria colectiva, disturbios sociales, estampidas animales, e incluso fiestas orgiásticas indicadas por el doctor en medicina y psicoanalista holandés y estadounidense Joost Abraham Maurits Meerloo, en 1950, en su trabajo patrones de pánico.
El contagio emocional
Tal y como hemos indicado anteriormente, aspectos tales como el exceso de información, tal vez la incertidumbre inicial y el contagio emocional entre otros puedan explicar, al menos en parte, la expectación mediática y el miedo, no tanto la psicosis que suele ser más referida por los medios erróneamente, que real. Tal y como indicó Elaine Hatfield y sus colaboradores en 1994 el contagio emocional ocurre cuando las emociones de una persona fluyen hacia otra. Las personas con un alto contagio emocional experimentan las mismas emociones que los otros y responden emocionalmente a las experiencias de los otros. Ursula Hess (1998) señaló que el contagio emocional es un proceso de transmisión puramente emocional en el que los procesos cognitivos no están involucrados y, como resultado, las personas tienden a volverse fácilmente emocionados al compartir las emociones de los demás. Cristina Maslach (1982) de la Universidad de California en Berkeley y autora del cuestionario de síndrome de estar quemado por el trabajo afirmó que el contagio emocional es una debilidad humana, y aquellos que se emocionan muy fácilmente encuentran más emocionalmente difícil lidiar con situaciones estresantes.
No obstante, el contagio emocional entendido como la comunicación entre opiniones y emociones que se multiplican y refuerzan de manera colectiva ha sido ampliamente informado y tiene en su base teorías explicativas tales como las teorías de la norma emergente, del aprendizaje social, de la convergencia, de la desinhibición, o de la mente, entre otras. También se ha estudiado este fenómeno desde la neurociencia a través de “las neuronas espejo”. Cabría destacar que no solo ocurre en emociones negativas. En este sentido, en estudio realizado por investigadores del Laboratorio de Neurociencia Social Cognitiva de la Universidad de Valencia, dirigidos por la catedrática Alicia Salvador se encontró que los niveles de testosterona y cortisol aumentaron entre los seguidores que visualizaban la final del mundial de futbol entre España y Holanda en 2010, poniendo de manifiesto la importancia del componente social de la conducta humana, la relevancia del ‘yo social’, así como las personas pueden experimentar respuestas psicobiológicas cuando no son agentes directos del evento sino meros observadores. En este sentido, la exposición a un estresor provoca un aumento en la liberación de cortisol la hormona del estrés y esta liberación podría darse siendo observadores de como otros se enfrentan al estresor y no solo siendo los agentes principales.
En cuanto al papel de los medios de comunicación y el miedo, tal y como se ha comentado anteriormente si lo que se espera es una respuesta adecuada a nivel emocional, cognitivo y conductual del usuario destinatario de la información, esta debe ser la suficiente, sin exceso ni defecto de la misma. Esto generará una respuesta adaptada a las circunstancias. Por otro lado, referente a lo que hemos comentado anteriormente, si el estresor desaparece la respuesta al mismo (el aumento de cortisol, la hormona del estrés, por ejemplo), debería disminuir. En cuanto al contagio emocional se refiere, también cabría esperar que si las emociones de los otros cambian, es decir, se observa que se ha contenido el virus, el estado de calma será contagiado de modo que las personas realizaran un intento consciente de adherirse a la norma emergente adecuándose a un modelo de ser como los demás y actuar en consecuencia adoptando el mismo comportamiento que ellos. Es decir, redefiniendo lo que es un comportamiento aceptable bajo este nuevo contexto socialmente definido (p.ej. tras una tragedia todo el mundo habla del tema pero si dos años después una persona habla de ese tema todos los días las personas verían ese comportamiento extraño). Por tanto, ante una crisis de tipo social el comportamiento de la sociedad suele ser ordenado y organizado a pesar del contagio emocional y el miedo. El papel de los medios de comunicación es crucial y la información debería ser adecuada y clara de manera que permita analizar la situación, comprender la amenaza, su impacto y las acciones a tomar.
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