¡Olé, olé, estamos de salida! No sé si también saldremos los perversos (Madrid, Barcelona, Castilla-León), o nos suspenderán hasta septiembre. El resto recibirán, cuando la fase 3, transferencias a sus gobiernos regionales de la gestión y la responsabilidad, terminándose así el largo periodo de cogestión del estado de excepción. Esto me lo van a explicar más despacio. Si se impone una dictadura legal (¡constitucional nada menos!), la gestión y su responsabilidad son exclusivas del dictador. Alguna voz tenida por moderada ha pedido a la oposición que no sea tan cruda con el gobierno y sus “posibles” errores. Yo no soy del gobierno ni de la oposición, pero me parece de una obviedad aplastante que en una situación dictatorial la única forma de oposición viable es zurrar al dictador, que tiene armas suficientes e incluso excesivas para defenderse, entre ellas la potestad de hacer lo que le venga en gana.
No pretendo ocultar, ni sabría cómo, que a mí esto del estado de excepción me cae como una puñalada trapera. Hasta para un pueblo tan acostumbrado al insulto (capaz de desarrollar en su propia incubadora la leyenda negra parida por otros), éste lo veo excesivo. ¿Somos un país de estúpidos de tal calibre que ni ante la amenaza de un arma de destrucción masiva conseguimos unirnos y aparcar nuestras rencillas hasta después de haberla derrotado? Porque, si no es así, ¿qué falta hace la dictadura? Pues está claro que hay quien opina que sí, que lo somos. Yo, particularmente y confiando en que la mayoría de mis lectores me secunden, creo que no. Y además, ese sistema exige un liderazgo político, algo con lo que siempre he estado disconforme. Cuando a uno hay que extirparle un tumor, ¿busca un subsecretario o busca un cirujano especializado? Los políticos no van a anteponer el bien común a sus intereses y agendas partidistas. Entre otras cosas, porque quien lo hiciera, al día siguiente dejaría de ser político. Lo echarían del partido.
- Defender la caza. Los virus no parasitan esas baldas que fregamos con frenesí, sino los seres vivos. Y aunque haya mucho urbanita ecologístico amante del campo, los animales de los que entienden son sus mascotas. Del campo y de la fauna salvaje quienes entienden y saben cuidarlos son los agricultores, los ganaderos… y los cazadores. Sin ellos, el riesgo se multiplicaría, especialmente en especies plagas, como el conejo o el jabalí, si quedaran sin control.
- Llevar a mínimos el transporte público, vivero de contagios. Tanto odiar a los automóviles so pretexto del progreso, y cada vez que cierra una fábrica es un drama social y económico para la zona afectada. Tal vez ayudando al desarrollo de vehículos pequeños y sin emisiones, el drama social, económico y sanitario perdiera malignidad
- Prohibir por varios meses las manifestaciones y concentraciones, que se han convertido en deporte nacional. Huesca ya se han quedado sin desfile. Me gustaría saber qué otros “desfiles” van a prohibirse
- Estimular la producción de energía de alto rendimiento económico, porque con los costes actuales (otro título europeo, el de mayor coste, al que somos candidatos), la suspirada recuperación será imposible
- Devolver a los hospitales a su funcionalidad antes de la epidemia, poniendo cuanto haga falta para acabar con las listas de espera, en cirugía, en ciclos oncológicos, en rehabilitaciones…
- Reducir con valentía la fractura social con la que están destruyendo a la sociedad española. Esta zanja es como un foso medieval que protege un castillo, dentro del cual el mediocre se hace inexpugnable. No somos un pueblo estúpido, pero sí desmemoriado. Se nos olvidó el tiempo en el que conseguimos aprender a convivir. Y se nos olvidará lo que estamos pasando en la misma verbena de la victoria
Mantengo mi oferta si alguno da la cara por una de estas propuestas. Por todas, sería imposible. Estaría despedido de su partido mucho antes. Enfrentarse al miedo, a la delación y a todo lo que se sembró para encadenarnos, ya lo haría candidato a un premio electoral.
En mi artículo del 29 de abril (“La salida, ¿hacia dónde?”) ironizaba sobre la necesidad de un carnet de conducir de peatón, para autorizar quien puede andar por la calle y quien no. Venía a cuento de una demanda popular de test que se estaba generalizando y que me parecía del todo inoportuna. Eran tiempos de parar muertes no de distraerse con analíticas. Hoy han cambiado las cosas y sí creo necesario que esas serologías se hagan. No olvidemos que la estrategia de los gestores de la crisis se ha basado en el no contagio, en el “quédate en casa”, y ahora todos ésos que salgan a la calle serán especialmente vulnerables. Nuestra legión necesita identificar a sus hastatos, la primera línea de combate contra el virus, que son los contagiados que se han recuperado e inmunizado. Ya advirtió algo así la señora Merkel, a quien nuestro digno representante tachó de insolidaria. Es lo menos de lo que podíamos tacharla, dado que los números de Alemania son seis o tal vez más veces mejores que los nuestros. Y exigiremos, ¿o no?, cuarentena al que quiera venir. Parece el cambalache del porteño Santos Discépolo. El burro enseña al profesor.
No cabe duda que la dictadura siempre es confortable para el dictador y su núcleo. Favorece el cambalache, el mercadeo, los golpes de mano silenciosos y muchas otras ventajas que nada tienen que ver con la salud pública pero sí con la vida política. ¿Por qué, entonces, renunciar a este suculento privilegio? Relean el párrafo anterior. No sabemos con qué fuerzas contamos y, por tanto, la recidiva es un peligro real que, hasta que no se realicen las serologías, no somos capaces de dimensionar. Si algo saliera mal, ¿no es preferible tener enfrente una cara no amiga a la que cargar con los muertos? Quien tome el relevo deberá animar a la ciudadanía a salir a combatir al enemigo y a afrontar el riesgo, con todas las precauciones posibles por supuesto, pero sin volver al zulo. Nada que objetar al confinamiento porque lo aceptamos colectivamente. Sin embargo, visto hoy, si tenemos en cuenta que cerca del 90% de nuestros muertos eran mayores de 64 años (es decir, población no activa), ¿qué razón había para paralizar todos los sectores económicos? Y si se produce una recidiva (perdón, rebrote) ¿volveremos a pararlos en un nuevo estado de excepción?
La crónica que publiqué el pasado 29 de abril (“La salida, ¿hacia dónde?”) siguió a la del día 23 (“Los muertos no se cuentan”), donde clamaba por atender los gravísimos problemas del momento y no perder el tiempo recontando muertos. ¿Sabíamos a dónde íbamos? Porque, salvo que aparezca el milagro (vacuna o extinción del patógeno), temo que seguimos sin saberlo. Pero sí seguimos recontando muertos. Ahora, hacia atrás. Eso se llama resurrección.
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