Quiesto/ Querito/ Queriu/Querido Dr.:
Aún me quedan dos largas jornadas laborales por delante, antes de Navidad, con el aliciente de la entrega de unos premios literarios escolares que no pueden sino consistir en una selección cuidadosa de varios libros imprescindibles, entre los que era imposible que faltase alguno de Julio Verne; me premio a mí misma también por el trimestre cumplido leyendo estos días la deliciosa traducción al aragonés de Francho Nagore[i] de una novelita de Verne que me hace reír de buena gana, Una fantasía del Doctor Ox, extraño nombre en clara alusión al experimento que dicho doctor, aprovechando que la ciudad de Quinquendone le había encargado mejorar su iluminación, lleva a cabo, en secreto, de gasear masivamente con oxígeno puro a sus pacíficos habitantes , los cuales ven sulfurarse sus ánimos, y la tranquila y aburrida convivencia se llena repentinamente de trifulcas.
Me falta el oxígeno, querido Doctor Ox.
No discuto que sea verdad eso que dicen de que la mascarilla no afecta al rendimiento en el deporte, pero yo me quedo sin aliento en mi carrera diaria hacia un autobús al que suelo subir con la mordaza húmeda de vaho y los ojos emborronados de rímel. Salgo de casa cuando aún es de noche y puedo contemplar, no sin horror estético, los esqueletos de las fantasías lumínicas de la Navidad, que han convertido las mañanas decembrinas madrileñas en pura fantasmagoría. Subo al estrado asfixiada por la irrealidad pero, afortunadamente, desde los pupitres más de veinte pares de ojos quinceañeros me devuelven a lo concreto de mi puesto de trabajo, que siempre he realizado con placer, el de enseñar.
Enseñar es, pese a todo, un experimento muy cansado, querido Doctor Ox.
Tanto resto de iluminación matutina (de noche no podríamos disfrutarla aunque quisiéramos, por el toque de queda) me castiga los ojos ya maltratados por las pantallas de ordenadores, móviles y otros dispositivos electrónicos de uso docente. Veo por el rabillo del ojo un diablo colorado de mirada sulfúrica cuya cola es una flecha como las que yo pinto en la pizarra para enlazar los constituyentes de los sintagmas o resumir las épocas de nuestra historia literaria.
Y no habrá escapatoria hacia la nieve, querido Doctor Ox.
Los ojos enrojecidos no recuperarán el descansado blanco en la mirada. Ningún salvoconducto ni libro de familia ni certificado de empadronamiento me va a permitir volver donde nací, y las piedras que sostienen la techumbre nevada seguirán estando húmedas y frías en la casa vacía donde me gustaría encender un fuego junto al que escuchar las historias navideñas de sus únicos habitantes: los fantasmas.
Mi casa es una pura fantasía, querido Doctor Ox.
Incluso los fantasmas se acabarán también marchando de dentro de las casas de piedra ruinosas, húmedas y cerradas, con sus blancos tejados en los que antes la vista descansaba, definitivamente hundidos. Se olvidarán aquellas leyendas que en las larguísimas noches de estas fechas relataba la sabiduría oral para explicar la dureza de aquella geografía y aquel clima, la hostilidad de un mundo en el que sobrevivir requería las más de las veces pactar con el diablo, como se cuenta que tuvo que hacer un joven enamorado de aquellas tierras para conseguir novia: a cambio de lograr su amor, contrajo con el maligno una deuda cuyo cobro aquel se reservaba. Y sucedió que un día que el muchacho llevaba a su amada a caballo en la espalda, para proteger los pies de ella de la nieve, ambos salieron volando y el demonio exigió al joven que cumpliese lo pactado y arrojase a su novia desde la altura, pero él se negó al tiempo que la moza se encomendaba a la Virgen con un rezo oportuno, logrando así que, cuando pasaban sobre el que hoy se llama precisamente Puente del Diablo, el pacto satánico quedara roto. Muy cerca de allí, se erige en lo alto la ermita de Santa Elena impidiendo el paso del mal por esos oscuros lugares, blanco vestigio de una antiquísima tradición ligada a la victoria de la espiritualidad en el mundo.
El mundo es hoy un lugar hostil, querido Doctor Ox.
Hay demasiada energía eléctrica derrochada en adornos navideños espantosos, y escasea el oxígeno; no es su pureza la que nos sulfura y envenena, como en la ‘villa del quinqué’ que caricaturizara Julio Verne. Un buen fuego requiere consumirlo en abundancia para brillar, calentar los interiores y conjurar el blanco helado: el oxígeno del aire con el que se aviva la llama desde la cadiera. Apaguemos las luces, Dotor Ocs, Doctor Ox, Doctor Oxígeno. Hay nieve en los tejados de las casas de piedra y hay nieve en Santa Elena y sobre el Puente del Diablo. Da suficiente luz toda esa nieve, fuera. Dentro, lo que necesitamos es oxígeno. Feliz Navidad.
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[i] [i] Nagore Laín, F. (Trad.): Un conzieto d’o dotor Ocs, de Chulio Verne. Pulicazions d’o Consello d’a Fabla Aragonesa. Uesca, 2020.
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