Cuando el sol del invierno ilumina la nieve sobre la peña se diría que no puede haber un lugar más bello, por eso ha decidido, después de tantos años usando teleobjetivos y filtros sofisticadísimos para fotografiar con su cámara los lugares asombrosos del mundo, que lo que quiere en realidad es captar lo cambiante, así que desde hace años toma cada día una misma fotografía del mismo plano, y a veces capta el vuelo de una grulla, otras una bandada de ocas o un murciélago, nubes de diferentes formas y colores, y una vez incluso consiguió una imagen bastante correcta de la luna, por el procedimiento de aplicar la cámara del móvil a la lente de un catalejos. Este año ha intentado -sin éxito- retener la Estrella de Belén sobre su peña, esa alineación de planetas que no se veía desde la Edad Media y que tanta expectación ha causado.
De pequeño soñaba con ser futbolista y, como tantos niños, les pidió a los Reyes Magos un balón de reglamento. Así se los llamaba, con suficiencia, en el patio del colegio. El que conseguía uno de esos, ya sólo tenía que entrenar para llegar a lo más alto. Y sin embargo, por esas cosas de la vida, se enamoró y se casó, más bien tarde, con una del pueblo de al lado, antropóloga anclada a su tierra por más señas, y él consiguió entrar en el SIPCA[1], y allí se quedaron ambos, tan contentos. El balón de reglamento fue perdiendo el aire pero sigue por ahí, guardado en alguna caja en la falsa. Por si venían los hijos, que no llegaron nunca.
Es feliz. Enormemente feliz, diría él. Casi le da vergüenza serlo tanto. Está supervisando la fuente que llaman de la Marigüeña, y de la que su mujer le contó que el topónimo señala uno de los vestigios más antiguos en la península de la deidad femenina matriarcal, la diosa Mari, la Mari Buena. Mira con reverencia, casi cuenta uno por uno, los cantos rodados con los que está construida la rudimentaria fuente; pide a los Reyes Magos que destinen un pelín del presupuesto para poder mejorar y señalizar el pequeño espacio aledaño, donde de improviso un coche se orilla tras el suyo y de él bajan una mujer de mediana edad con dos críos de unos ocho y diez años, calcula, móvil en ristre. “Ya vienen a hacerse la foto los turistas”, masculla, pero entonces escucha la voz de la madre que les dice a sus niños: “Mirad muy bien esta pileta, porque aquí muchas veces se habrán parado a abrevar los camellos que traen los regalos a los niños de estos valles, pero su nombre es Maribuena, la buena diosa Mari, que existió mucho antes, millares de años antes de que naciera el más viejo de los tres Reyes Magos, y que cuida de todos nosotros desde siempre porque es la madre naturaleza, la que gobierna el sol que sale cada día, la nieve que cae todos los inviernos, la primavera que los sucede”. La Diosa que hace cambiar el cielo sobre la peña que desde hace años él fotografía diariamente, la dueña de la fuente, la que fluye en el agua y hace crecer la luna por las noches. En cada foto, siempre la misma foto, ahora comprende que sólo está intentando retratarla a Ella.
No todo está perdido, se dice: aquellos dos niños habían fotografiado la fuente de nombre Marigüeña, donde beberán una vez más los camellos de los tres jóvenes Reyes Magos que esta noche traerán a cada niño un balón de reglamento, un móvil nuevo.
[1] S I P C A: SI S T E M A D E IN F O R M A C I Ó N D E L PA T R I M O N I O CU L T U R A L AR A G O N É S, Gobierno de Aragón – Instituto de Estudios Altoaragoneses
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