Llega la vacuna y se nos va el ministro Illa. Llamar ministro de sanidad al señor Salvador Illa es una forma de benevolencia. Desde el principio de su nombramiento (eso fue antes del maldito bicho), estuvo dedicado a las elecciones catalanas. Y en los ratos libres, echaba una ojeada a la cuestión sanitaria.
Ciertamente que esa ojeada se hacía desde la ignorancia con la que la clase política recibió al maldito. Parecía el momento adecuado para delegar en expertos profesionales. Pero no lo hizo. Se dedicó a salir frecuentemente en televisión de gran audiencia (algo indispensable para que un candidato le llegue al electorado), junto a un señor que decía cosas que o ya sabíamos o no eran verdad, amparándose en comités de expertos que nunca existieron. Parece que Cataluña es más prioritaria para el gobierno que la pandemia.
Al señor Salvador le substituye una señora ministra que se llama Carolina Darias. Fue una de las primeras víctimas del contagio causado por la escabechina del 8 de marzo en Madrid. Al menos, esa experiencia la tiene. Yo sólo me atrevo a pedirle una cosa: que se dedique a la sanidad. Si va a poner el 100% de su tiempo y de su energía en la lucha contra la pandemia, bienvenida sea.
Sería un grato cambio de rumbo en un gobierno que ha permanecido impermeable a una crítica internacional unánime. Por la alta tasa de mortandad en pacientes y sanitarios, por los contagios y la desprotección de éstos (que aprovechaban bolsas de basura y cartones para autofabricarse los equipos de protección), por el atraso en reconocer la gravedad del problema y tomar las primeras medidas (posteriores, por supuesto, al 8 de marzo, cuando éste que escribe ya había padecido la enfermedad en enero), por la inexistencia de una política territorial que permitiera el traspaso a hospitales vacíos desde centros que se veían forzados, por saturación e insuficiencia de medios, a cortes de edad para infra-atender pacientes, y, sobre todo, por la utilización de la tragedia para fines partidistas que nada tienen que ver con la salud pública, a través de estados de excepción totalitarios que en nada eran necesarios ni nada han mejorado en sanidad, pero que han conseguido el aumento de tributos, la exclusión de la sanidad privada, una mala ley de educación, una inexplicable masacre profesional de autónomos y pymes (en un número que multiplica por cincuenta el de víctimas mortales del virus) y culpabilizar a los propios ciudadanos y hasta a los sanitarios a través del miedo y la complicidad de algunos medios, de modo que, tras haber perdido su libertad, sus recursos de subsistencia y algunos seres queridos, se sientan culpables de una imprudencia falaz acusados por la propaganda. Y todo ello desde una atalaya de soberbia, donde no importa andar por caminos que Europa ha rechazado, como si los europeos fueran idiotas.
He dicho y nada retiro, que bienvenida sea Doña Carolina si se entrega por entero al problema sanitario. Si además llegara a acertar con medidas eficaces, muy bienvenida. Le están esperando largas listas de consultas y cirugías en patologías abandonadas, oncológicos, traumatológicos, cardiacos. Los no-covid. Le está esperando un programa de vacunación que no acaba de despegar en una población en la que hasta el 55% considera que la gestión precedente ha sido mala. Y no necesitan ya recurrir a trucos baratos, como aquella encuesta tonta e innecesaria sobre la prioridad entre economía o salud. Es evidente que, si preguntas a micrófono en la cara, te vas a encontrar con una mayoría a favor de la salud. Explica a la gente que esta dicotomía es falaz, que los avances en materia de salud se desarrollan siempre en sociedades prósperas, no en las pobres o en declive económico. De igual modo, no preguntes si prefieren o no ser los primeros en vacunarse. Ya se hizo y ya ganaron por considerable margen los que no quieren ser pioneros. Explica a la gente que el objetivo último de una vacuna es erradicar la enfermedad y que, al ritmo que vamos (el turno de vacunación no es lo más importante), no se erradicará nunca. Habla con la verdad, pero no con el miedo. Induce a la máxima prudencia, pero desde la esperanza. Quien ladinamente siembra miedo, ya lo sabe, cosecha esclavos. Y ésa es una de las acciones más indignas que puede cometer un gobierno.
Pero insisto en que ya no lo necesitan. ¡Ha llegado el temporal de nieve! Causa de confinamiento forzoso (¡fuerza mayor!, basta no quitar el hielo) y de cierres perimetrales. En las zonas donde la nieve es su fuente de subsistencia (por ejemplo, estaciones de esquí) deben estar “encantados” con los cierres. Y causa de que los largos meses previstos para vacunar se conviertan en años.
Hoy, la noticia en Israel es que se intenta alcanzar el 15% de población vacunada. El jactancioso señor Boris presume que el Reino Unido, gracias al brexit, va por delante de Europa, mientras se acerca al 2%.
Aquí, la noticia es que se ha vacunado una señora que se llama Araceli.
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