Uno de los más famosos cantares de gesta del ciclo carolingio es la Chanson de Roland, o Cantar de Roldán en español, cuyo manuscrito más antiguo conservado data del siglo XI. Cuenta este cantar que, estando Carlomagno en tierras aragonesas, debió abandonar sus campañas allí para hacer frente a una sublevación sajona, dejando al capitán franco Don Roldán al mando de la retirada de las tropas, lo que tuvo como consecuencia la muerte del caballero en la famosa Batalla de Roncesvalles. Varias hileras de montañas lo separaban de su amada, pero las altas cordilleras que se alzan entre tierras aragonesas y francesas no lograron impedir que su prometida, Doña Alda, tuviera un sueño inquietante presintiendo su muerte: soñó que se encontraba en un lugar montañoso, y un azor que allí volaba, perseguido y herido por un águila, se guarecía bajo sus ropajes, pero el águila lo sacaba de debajo de su brial y lo destrozaba con sus garras y pico. Ramón Menéndez Pidal recoge en sus Obras Completas el trágico desenlace, según la Chanson de Roland:
«El emperador ha retornado de España, y vino a Aquisgrán, al mejor sitio de Francia: subió al palacio y entró en la sala. Allí es venida Alda, la bella dama, y dijo al rey: «¿Dónde está Roldán, el caudillo, el que me había jurado tomarme por suya?» Carlos sintió dolor y pesar; lloraba de los sus ojos, tirábase de su barba blanca: «Señora, por una muerte me demandas. Yo te daré un buen cambio: no sé escogerle mejor. Será Luis, mi hijo, el que ha de heredar mis Estados.» Alda responde: «Palabra muy extraña es para mí ésta; no permita Dios ni sus santos ni sus ángeles que yo quede viva después de muerto Roldán.» Pierde Alda la color: cae a los pies de Carlomagno. Muerta está: Dios tenga piedad de su alma.»
El sueño de Doña Alda, premonición de la muerte de su amado, quedó plasmado en uno de los más bellos romances medievales castellanos; pero, ¿quién fue realmente Roldán? Cuenta la leyenda que la hermana de Carlomagno tuvo un parto precipitado, y el niño cayó rodando al suelo, de ahí el significado de su nombre, Roland. Los hechos históricos sitúan la llamada Batalla de Roncesvalles, que según algunos autores apenas debió de ser sino una escaramuza entre la retaguardia de las tropas carolingias y un grupo de vascones, en venganza por el saqueo de Pamplona, el 15 de agosto de 778 en el desfiladero de Valcarlos, aunque se conjetura que el encontronazo pudo haber tenido lugar en otros pasos angostos del Pirineo aragonés. La acción se sitúa en el contexto del intento de cristianización de los territorios de la Marca Hispánica y del espíritu cruzado del emperador Carlos: “En España, la lucha entre los califas de la dinastía Omeya y los partidarios de los abasíes adquiría cada vez mayores dimensiones. En esta situación inició Carlomagno su campaña, en la primavera del año 778; pero sus tropas se sintieron aisladas en un país cuyas propias características resultaban auténticos enemigos, y hubieron finalmente de retroceder. Era la desordenada retirada que fue inmortalizada por la francesa Chanson de Roland (que apareció en época de las Cruzadas). Los francos fueron rechazados, con ello, a su punto de partida, y todo hubo de comenzar de nuevo”, dice el historiador Jan Dhondt.[1]
El Cantar de Roldán se escribió unos tres siglos más tarde, y los hechos ya aparecen deformados por los elementos legendarios que hacen de Roldán un héroe, sobrino de Carlos, perteneciente a los Doce Pares de Francia, cuya derrota fue obra de un traidor, Ganelón, y no de los emboscados vascones a los que, además, los carolingios superaban en número, y que el relato épico transforma en un ejército de cuatrocientos mil sarracenos.
El lugar denominado «Pata de Pierrondán», supuesta huella del pie de Roldán en el término de Fuencalderas, en la comarca de las Cinco Villas, es otro de los hitos legendarios que se atribuyen a las andanzas de Roldán por tierras aragonesas. Pues se cuenta que, tras el fracasado intento de tomar Zaragoza, Don Roldán escapa a caballo por el prepirineo oscense y, acosado por el enemigo en las inmediaciones de la Sierra de Guara, asciende por la peña Amán desde la que, en un impresionante salto con su corcel, se arroja hacia la peña de San Miguel situada enfrente, la cual consigue alcanzar, aunque pierde a su rocín en el intento. Se dice que allí, en los mallos que en su recuerdo llevan por nombre «Salto de Roldán», se conserva la huella de aquel brinco tremendo. Tras ello, Roldán se dirige a pie hacia el Pirineo. La «Brecha de Roldán» situada en el Parque de Ordesa y Monte Perdido, paso que separa tierras occitanas de las aragonesas, es según las leyendas el resultado de que Roldán, herido de muerte por los sarracenos, hendiese con su espada Durandarte la roca y abriese en ella la imponente brecha que lleva su nombre, consiguiendo así cumplir el postrer deseo de ver su tierra natal antes de morir, pero no el de romper el acero: “¡Ah, Durandarte, qué bella eres!”, se lamenta el héroe ya herido de muerte en la Chanson de Roland. “¡Por esta espada sufro gran pesadumbre y dolor! ¡Antes morir que dejarla en manos de infieles!”
Muchas son las leyendas que han circulado en España y en Francia sobre el personaje del conde Don Roldán, comandante de los francos al servicio de la marca bretona, del que incluso se dice en alguna fuente provenzal que fue el hijo incestuoso de Carlos con su hermana. Lo cierto es que se le caracterizó en el Cantar de Roldán como un hombre fuerte y valiente, de larga cabellera rubia y rizada, bien barbado, pero algo soberbio y dispuesto a la indisciplina militar, ya que su orgullo le impidió tocar el olifante a tiempo para avisar, con el potente sonido del cuerno, a Carlomagno de la emboscada sufrida por sus tropas en la retaguardia.
Los romances castellanos nos cuentan cómo murió Roldán con gran detalle, hasta el punto de que algunos de ellos han sido tomados como fuente por los historiadores a la hora de contrastar las fechas y el lugar del fallecimiento del héroe franco. Fallecimiento más cantado que sus hechos o victorias militares, tal vez por ensalzar a otro héroe, el que le dio supuestamente muerte y se quedó la espada Durandarte que Roldán recibió de Carlomagno, aragonés por más señas: el conde de la Ribagorza, Don Bernardo del Carpio.
[1] Dhondt, J. (1972): La alta edad media. Siglo XXI editores, Madrid, pág. 10
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