Llegó la Janssen, pero viene de vacaciones. No se pondrá a trabajar dentro de los organismos de los sufridos españolitos, ¡no! Eso, ya veremos cuándo.
Hoy quiero, antes que el papel se me agote, dar cumplimiento a un deber largamente pendiente, el de agradecer a mis lectores su fidelidad y sus respuestas. Incluso las que me ponen a escurrir, porque todas enseñan, sobre todo considerando que los lectores suelen tener razón. Es cierto que la mayoría de los ambulatorios mantienen las puertas materialmente abiertas, pero si dentro no te abren otras o has de pasar por largas (y a veces infructuosas) caminatas telefónicas, para mí la medicina primaria está cerrada. Y mal cerrada, hay que reabrirla ya.
Es cierto que fue Hermann Göring, y no Hitler, quien propuso (retóricamente) a los alemanes la disyuntiva entre mantequilla o cañones. Yo pensé que el nombre de Hitler sería más llamativo y muy fácilmente identificable a los lectores (de los que estoy seguro, son tan antinazis como yo), y no me imagino a Göring pronunciando una sola palabra que no estuviera bendecida explícita o implícitamente por su führer. Sobre todo, si se tiene en cuenta la respuesta que él mismo se dio a continuación: “Las armas nos harán más poderosos. La mantequilla, solamente más gordos”.
Esta respuesta, aun burda y obvia, mantiene su miga. Porque la mantequilla, esa necesidad de panículo, se llama hoy confinamiento. Y las armas se llaman vacunas. No son para vacaciones, sino para ganar la guerra. La que debe concentrar el sacrificio y la dedicación de todos, pero un partido político naranja (de un empacho, no de zanahorias sino de desorientación), decidió abrir la caja de los truenos, comenzándolo en Murcia, desde donde se extendió hasta las elecciones de Madrid. El mismo partido que pudo estar en el Ayuntamiento de Zaragoza mirando para un lado y en las Cortes de Aragón para el otro, sin valorar el riesgo que corría ante la opinión del pueblo, que podía no entender aquello o entenderlo demasiado bien.
Entre las convulsiones que los truenos y sus rayos causan en la clase política, asoma la idea de que Madrid puede ser un escenario anticipado de elecciones generales. Nada más lejos de la realidad. La rica diversidad de las regiones españolas hace que cada una saque de su propia capa su propio corte de sayo. Pero de algo muy importante si nos puede dar un indicio: si la carga de mediocridad que ha inundado nuestro mundo político en los últimos 5 años ¿nos ha llevado ya al fondo o seguimos cayendo?
Si continúa la maledicencia, la descalificación al adversario, la calumnia fácil, la demonización necesaria para fracturar la sociedad (que asegura al mediocre, redentor elegido por sí mismo, esa posición de salvador ante los suyos, lo que es tanto como asegurarle, triunfe o no, un noble sillón para sus asentaderas), la utilización de medios de gran audiencia serviles, y el miedo y la ignorancia (los grandes asesinos de la libertad) inundando la vida del pueblo llano y confundiéndolo; si en ésas estamos aún, significa que no hemos terminado de hundirnos o que, incluso tocando fondo, nos hemos clavado en el fango hasta las cejas. El covid les ha venido al pelo para asegurar el miedo, hasta el punto que cabe dudar si realmente todos quieren erradicarlo. La ignorancia (dicen algunos) llega con la ley Celaá, pero no es exactamente cierto. La enseñanza (osadamente llamada educación) viene desde hace largos años siendo moneda de cambio en el mundo político, sin ningún escrúpulo para el futuro de generaciones a los que niega o bastardea el acceso al conocimiento. Sin el esfuerzo a contracorriente de muchos profesores (que no me atrevo a afirmar que no vayan a ser perseguidos), el desastre generacional hacía tiempo que estaría servido.
La ley Celaá no ha hecho más que soltar el resorte de la cuchilla cuando el sistema educacional tenía ya el cuello en el trangallo. Convenientemente apoyada por unas modas dietéticas perversas para los niños (que favorecen la desnutrición y el subdesarrollo cognitivo y motriz por carencias de proteínas, ácidos grasos no poliinsaturados, vitaminas del grupo B y diversos oligoelementos), esta no-enseñanza entregará a los futuros tiranos generaciones dóciles y gregarias, y permitirá la desvergüenza de alcanzar el “estado de la felicidad” (el del bienestar ya estará obsoleto), cuidando su ración de “fake meat” (anglicismo de lo que aquí siempre llamamos “pienso”) y liberándoles de la carga de la propiedad privada, pues todo pasará a ser posesión de esa panda de maleantes, que nos lo cobrarán a su antojo.
Sólo una salvación posible: la de abandonar ya el lodo y comenzar a subir hacia la luz. Y una clara exigencia a nuestros candidatos: que nos hablen de lo que piensan construir, de lo que van a hacer por una sociedad herida, empobrecida y enferma, con heridas que no tienen parangón en la Europa desarrollada. De juzgar a sus enemigos ya nos podemos encargar nosotros sin necesidad de sus sabias admoniciones. Dejemos el viejo chiste inglés como lo que es, como un chiste: “- ¿Por qué piensa, señor ministro, que los electores son imbéciles? – ¡Porque nos votaron!”.
Buscando frases ajenas al ventilador del estiércol, encuentro, señora Ayuso, una suya: “El 4 de mayo no significará un paréntesis en mi preocupación por la sanidad”. Y buscando continuidad, leo “Madrid puede alcanzar este mismo verano la inmunidad rebaño”. Magnífico proyecto y magnífica frase. Pero es una frase. Denos algo que se pueda tocar ya, sin esperar seis meses. Si no se les ocurre nada, tengan una sugerencia: reabran la medicina primaria. Con las necesarias prudencias, pero como siempre fue, médico y paciente cara a cara, sin barrocas e inútiles búsquedas telefónicas en las que perderse. Reábrala ahora, no espere más.
Y, señora ministra de Sanidad, también he visto, en previsiones oficiales, que España cerrará abril con porcentajes de población vacunada superiores al 7%. Enhorabuena. Y a ese ritmo, ¿para cuándo el 100%? ¿4 años? ¿No es un poco exagerando cuando Israel ya va a ensayar las calles sin EPI’s? E inglaterra, dicen, va a ampliar, con las prudencias necesarias, el número de presentes en espectáculos y eventos. Nuestros sanitarios contestan a quienes les piden su habitual esfuerzo ante las olas que vienen: “Se exige a la tropa sanidad y valor en esta guerra, pero no les dan armas”. Tienen razón, ¿qué hacen las armas de vacaciones? Si son de verdad, que se entreguen a la tropa inmediatamente. Si no, que vuelvan por donde vinieron.
Las vacaciones, ya nos las tomaremos cuando el enemigo haya sido exterminado.
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