Theatrum mundi era un lugar común muy frecuentado por los autores del siglo de oro, posiblemente por la divulgación que hizo Erasmo de Róterdam de ese tópico literario tomado de la antigüedad clásica, muy habitual en los sermones barrocos. Aunque fue tratado, entre otros muchos autores, por Cervantes (Quijote, II, 12), Lope de Vega (Lo fingido verdadero) y Quevedo (No olvides que es comedia nuestra vida /y teatro de farsa el mundo todo, /que muda el aparato por instantes /y que todos en él somos farsantes), fue Calderón de la Barca el que con más rotundidad lo plasmó en su auto sacramental El gran teatro del mundo, que debió de escribir hacia 1630.
La obra de Calderón, según Ángel Valbuena Prat, discurre a través de cinco momentos fundamentales: el Autor le explica al Mundo su Creación y los fundamentos teológicos de la misma; los Personajes se presentan al Mundo, quien les da los trajes para la representación; tiene lugar a continuación la representación de la comedia de la vida, cuyo título es Obrad bien, que Dios es Dios; terminada la comedia, el Mundo quita a todos sus trajes; por último, los Personajes se dirigen al Mundo para presentarse ante el Autor, tras lo cual este convida a los que han representado bien la función al banquete eucarístico.
El tópico del teatro del mundo expone que la sociedad (e incluso la misma existencia humana) se configura como una pieza teatral, en la que todos funcionan como actores, representando los roles que les han tocado en el reparto y, a menudo, cambiándolos frecuentemente.
En otra ocasión he contado aquí cómo las palabras tertulia y tertuliano pasaron del mundo de la escena teatral al campo del debate, debido a que la tertulia era el lugar del corral de comedias donde se acomodaban las personas más cultas y críticas. Los diferentes espacios del teatro en el siglo de oro estaban tan repartidos como los roles de los actores:
“A ellos se accedía a través de una puerta, situada en la planta baja de la vivienda, que daba acceso a la calle o a la plaza. Lo primero que se vislumbra al entrar en el corral de comedias es una especie de vestíbulo o zaguán donde se encontraba la alojería, un modesto espacio donde se servían bebidas tales como la aloja (de ahí su nombre, bebida compuesta de agua, miel, y especias aromatizantes). Sobre el zaguán y la alojería encontramos el lugar destinado única y exclusivamente a las mujeres del pueblo conocido como la cazuela, sobre la cual se ubicaba el desván o tertulia, que acogía a los clérigos e intelectuales.” [i]
Muy relacionado con el teatro del mundo está otro tópico de gran éxito en el barroco, memento mori, que nos recuerda que hemos de morir, y que todo lo que emprendemos, en algún momento, pasará a mejor vida. Como así le ocurrió a la tertulia cultural que fundé en la Casa de Aragón en Madrid bajo el nombre de “María Moliner”, que durante varios años se reunió allí los primeros jueves de cada mes. Se defendía en ella el uso del lenguaje y del diálogo en favor de la libertad, pero de la de verdad, no la libertad con la que se llenan la boca los políticos (la del libre mercado, la del despido libre o la de la libre circulación de capitales, ya saben) como los que tienen ahora en mente heredar los cargos de la junta directiva de la Casa de Aragón y, tal vez, ser los nuevos tertulianos de ese esperpento de conferencias online (que un día versan de alzhéimer, otro de jotas, o de dinosaurios, o de quesos) en que quedó, por obra y gracia del mediocre autor (con minúscula) de la comedia, nuestra querida tertulia “María Moliner”, que en paz descanse.
Finalizada la función, una nueva compañía, con ganas de hacer las cosas bien y de que la nueva pieza tenga un final feliz, lleva entre los muchos puntos de su programa electoral el de recuperar aquella tertulia. Ya no volveré a representar en ella el mismo papel que tuve, pues como he dicho varias veces no la volvería a dirigir, pero cuánto me gustaría verla reunirse de nuevo. Con gusto ocuparía nuevamente una butaca de tertuliana como espectadora de una función que ya no me haría reír sino que, esta vez sí, me causaría gran emoción. Asistiré con gusto, tras su prevista reanudación, como una espectadora más, al igual que asistían en el barroco desde el rey al villano, y si no se renueva, a otra cosa, mariposa: no son corrales de comedias lo que falta en este país que modernizó la escena teatral y creó el gran teatro nacional, ni se acaba el Teatro del Mundo cuando cae el telón de una mala comedia de enredo, con sus intrigas palaciegas como entremeses. Al final, los validos siempre acaban cayendo en desgracia, según el capricho del poderoso de turno, y los malos autores, ni ayer ni hoy, se han librado jamás del abucheo de las apretadas filas de espectadores que, al fin y a la postre, saben distinguir bien el grano de la paja.
[i] Visto en: https://barrocaymente.wordpress.com/2018/12/20/estructura-y-elementos-del-corral-de-comedias/
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