No está claro si la luna se alió con los cristianos para llevarlos a la victoria o a la perdición, pues como cantan los poetas de todos los tiempos, bajo el ambiguo influjo del romántico satélite muchas veces resulta que el cazador torna en cazado, como al parecer le ocurrió al rey Sancho de Aragón y Pamplona.
Sancho Ramírez (1043-1094), tras conquistar Barbastro a los musulmanes en 1064, conceder el Fuero de Jaca en 1077, ordenar la construcción de su catedral y convertir en capital del reino de Aragón a esta villa situada en pleno Camino de Santiago, conquistó Graus y Ayerbe, lo que le abrió el paso hacia las tierras bajas del Cinca y la Hoya de Huesca, respectivamente. Para la defensa del llano, Sancho construyó fortalezas en gran número y mandó fortificar sobre la roca viva el castillo de Loarre, pues estaba en su mente que la conquista de Huesca sería la que le abriera el camino a Zaragoza. Pero para llegar a Huesca era preciso ir eliminando otros obstáculos que, si bien menores, no resultaban fáciles, y así ocurrió en 1092 con la villa conocida como Monte Mayor, por hallarse estratégicamente situada en lo alto del monte del mismo nombre. “Dada la topografía del enclave, no era fácil apoderarse de la villa, a la que se cortó toda posibilidad de recibir refuerzos externos”, relata Alfonso Zapater, de modo que “se convino en esperar a que luciera en lo alto del cielo la luna llena para atacar de noche, como así se hizo.”[1]
Desde entonces, la villa de Monte Mayor recibió el nombre de la que había sido cómplice de las tropas cristianas y pasó a llamarse Luna, “en recuerdo de aquella luna llena que iluminara desde el firmamento los edificios, las calles y las plazas de la villa, convirtiéndose así en el mejor aliado del rey cristiano y de sus tropas”, refiere Zapater, y aquella estela de luz, en efecto, abrió el camino que condujo a Sancho Ramírez a Huesca, y a su muerte.
Murió, sin embargo, Sancho dos años después sin haber logrado entrar en Huesca, pues lo alcanzó una flecha mientras se encontraba sitiando la ciudad. Su cuerpo fue llevado a Montearagón, uno de los lugares que él había fortificado en vida, y posteriormente a San Juan de la Peña, donde hasta hoy descansa. Así de traicioneros y confusos pueden llegar a ser los caminos iluminados por la luna.
La que esto escribe, que recibió en herencia de su madre el apellido que coincide con el nombre original de aquella antigua villa hoy llamada Luna, suele pedirle al astro su bendición en cada cosa que emprende, pese al aviso -que la historia aquí contada del rey Sancho bien ilustra- de que no hay que confiar demasiado en el éxito de lo que se acomete bajo su influjo, pues ya lo dice el refrán: “No te fíes de la fortuna, que es mudable como la luna”.
[1] De Aragón pueblo a pueblo (vol. X, pág. 1.543), según cita de Agustín Ubieto Arteta en Leyendas para una historia paralela del Aragón medieval, (Diputación de Zaragoza, 2010).
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