Algunas veces me han preguntado cómo es posible que haga tantas cosas: estudiar, escribir, hacer ejercicio físico, cuidar de una familia y varios animales, trabajar, dar recitales, llevar dos casas… Pues gracias a que encuentro satisfacción personal en todas esas cosas. Siento gratitud, en especial, por la calma que me proporcionan las dos horas semanales de yoga que desde los veintitantos años me regalo. Si no fuera por esas dos tardes, en el último piso del Ateneo, estoy segura de que no habría podido desplegar tanta actividad en mi vida. El yoga es una forma de alimento cuya energía positiva traslado a la poesía, al aula, al huerto. La fuerza creadora viene de todo aquello que nos alimenta: amor, comida, cuidado, movimiento o aire limpio que respirar.
“El perro del hortelano, que ni come ni deja comer”, es posiblemente un dicho de origen andalusí, pues aparece documentado en la literatura arábigo-andaluza del siglo XI, y de ahí pasó al acervo popular y literario castellano, dando lugar al título de una de las más célebres comedias barrocas de Lope de Vega.
El dicho se refiere a aquellas personas que son como el perro, que vigila el huerto de su amo aunque, siendo un animal carnívoro, no pueda disfrutar de las hortalizas por las que no siente la menor apetencia; pero que tampoco deja que otros animales las coman: no se beneficia de aquello que no necesita ni le gusta, pero lo que sobre todo no soporta es que a otros sí les agrade y lo disfruten.
Los ‘perros de hortelano’ humanos afortunadamente no abundan, porque su forma de actuar pone tan de manifiesto su radical falta de inteligencia que ellos mismos suelen experimentar bochorno ante su propio proceder. Pero cuando te encuentras en la vida con uno de ellos, sabes que por su celo se pudrirán los alimentos que él no quiere… si bien a ti no te dejará ni olerlos.
Porque, podridos o en sazón, son propiedad de su amo, del cual lo es él también, y el perro sabe que no ha de morder, sino lamer, la mano de quien le da de comer. Pues, de otro modo, el perro, efectivamente, no comería, aunque quisiera: su sustento depende del hambre de otros, su satisfacción consiste en la insatisfacción de los demás.
Y si eso viene siendo así desde el siglo XI por lo menos, cuánta insatisfacción estéril, cuánta fruta podrida, cuántas moscas…
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