El diseñador gráfico y escritor aragonés en lengua catalana Carles Terès debutó como novelista con “Licantropia”, un inquietante relato con hombres lobo en la Franja, situada en las comarcas fronterizas de Aragón con Cataluña, con el que obtuvo en 2011 el premio Guillem Nicolau. La también premio Guillem Nicolau de 2010, Merche Llop, habla en sus apasionados poemas, escritos originalmente en la misma lengua, y que cito según la traducción castellana de la edición de Prames (2019:37), de ese instinto animal que desgarra con la potencia del deseo primero; dice así:
[…] Ignorantes observadores del camino finito
y sometidos por la profecía del nacer
buscamos el aliento del recuerdo primero, refugio de lobos.
Nada queda del reino pasado
[…] solamente la melancolía nos arrastra
hacia un abismo sin retorno
de un paisaje muerto.
El libro de Llop está estructurado en cinco apartados –que abren las ilustraciones de Marta Castelló– el cuarto de los cuales se titula nada menos que “Monstruosidad”: la que desde antiguo se atribuye al licántropo, el hombre lobo al que domina su naturaleza animal en las noches de luna llena.
En la última sesión del curso extraordinario de la Universidad de Zaragoza “Aragonés y catalán en la literatura de Aragón”, dedicada al problema de escribir en catalán en esta tierra, los autores invitados, Merche Llop y Héctor Moret, dijeron respectivamente que se escribe con pasión (ella), pero matizando que con la necesidad de controlar la pasión (él), corrigiendo. Se me ocurre que el acto de escribir fuera de esta manera representado como un desbordamiento pasional incontrolable, como si el autor, bajo el influjo de la inspiración, se comportase igual que un lobo que, al volver a su estado normal, controlado, se arrepintiese de sus excesos nocturnos… o no, porque no los recordase. También yo, en mis Mutaciones (Ed. Manuscritos, 2019:70) recuerdo haber reflexionado sobre la licantropía en varios poemas; uno de ellos, de la serie “Sustancia” titulado “Hierro”, expresa lo siguiente:
Para el lobo, narcisos
en las majadas,
y tras los paraísos
luna enrejada.
Lo único que permite reconocer, aceptar y superar la monstruosidad que se halla agazapada en lo profundo de cada ser humano es el autoconocimiento, representado por los narcisos (el amor a sí mismo); el hierro de las rejas que da título al poema simboliza la fuerza del autocontrol, que no impide al escritor escapar al influjo de la pasión creadora (como tampoco al lobo al de la luna), pero permite contenerlo.
Porque el licántropo tiende a devorar, no lo olvidemos. El desgarro literario, en muchos casos, tal vez no quede más que en un amasijo de restos descarnados, en la imagen de una pura y salvaje destrucción.
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