Si se mira desde más allá del monasterio de San Juan de la Peña, el monte Oroel tiene el aspecto de un cachalote emergiendo del océano; si se mira desde Jaca, parece una serpiente del color de la piedra. En ambos casos, antiguos seres vivos hoy bajo amenaza de extinción, como lo está también la lengua aragonesa, a punto de desaparecer.
Cuando todavía está muy reciente la noticia de la designación de los primeros quince miembros de la Academia Aragonesa de la Lengua termino de leer el cuento que me regaló en Jaca su autora, Luzía Fernández Ferreres, titulado Quí diz que ras sirpiens no vuelan? (colección Cuentos de casa nuestra), editado por la Dirección General de Política Lingüística del Gobierno de Aragón, y compruebo que comienza con la fórmula tradicional (Vé-te-me una vegata) equivalente al castellano érase una vez, y termina con lo que sería el colorín colorado, este cuento se ha acabado de la cuentística popular aragonesa: E cuento contato…, por a chaminera entalto ha volato!
Roto el eslabón de la cadena generacional que une a los hablantes naturales de una lengua, la esperanza queda en gran parte puesta en aquellos autores que no dejan de cultivarla, en quienes se esfuerzan por dejar constancia escrita de su sonoridad y su belleza, y de la esencia cultural de sus tradiciones.
Bajo la gran cabeza de serpiente de la peña Oroel, vé-te-me una vegata que llegó a mis manos este cuento infantil de la serpiente que voló, y ojalá que sea uno entre muchos y en lugar de extinguirse se convierta en el cuento de nunca acabar.
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