Abro los ojos. Me acabo de despertar. Levemente me incorporo sobre el lecho y agarro la correa de la persiana para subirla un poquito y permitir que la luz solar, algún débil rayo, penetre en la habitación suavemente acolchando su haz sobre mis retinas. Como de costumbre. Pero no es como de costumbre. Algo va mal. ¿Lo estoy soñando?, ¿realmente me cuenta que hace ya un rato que ha amanecido. Así ¿dónde está el sol? Asombrado y confuso echo pie a tierra, me incorporo totalmente y levanto con cierta brusquedad la persiana. A través de la ventana (sí, recordad aquella desde la cual nunca ví llegar al enemigo) observo el mismo paisaje de siempre pero ahora estoy estupefacto. Los árboles, el río, los tozales, los edificios del fondo, todo, lo estoy viendo en blanco y negro. Giro mi cuello y observo el interior de mi habitación. Repetición de la jugada. Cuadros, muebles, objetos … blanco y negro. Ha desaparecido el color. Si fuera una señal de la llegada del fin del mundo ya la habría estudiado en el libro de religión de mi enseñanza primaria pero recordaba muy bien que una señal de este tipo, tan fina, casi como una pose, no tenía cabida dentro del muestrario de horrores que anunciaban que todo ésto se acababa. Aquellas señales eran como más a lo bestia. Me quedo más tranquilo. O no. Depende de lo que a uno le interese este mundo. Descuelgo el teléfono y llamo a la oficina de teoremas perdidos:
– ¿Oiga, tienen ahí Vds. el color?
– ¿El color? ¿Pero no se ha enterado? Un tal Durán, Chema Durán, pintor y genio a tiempo completo, ha fallecido y justo en el momento de su muerte ha desaparecido el color del principio de observación de la realidad, de nuestro entorno, de nuestras vidas, de la paleta de cualquier artista con una tela delante. Ha sido una sincronía total. Lo que no le puedo decir si se lo ha llevado premeditadamente (que no me extrañaría … y que nos den), o ha sido un efecto automático de carácter emocional. Nadie lo podrá explicar nunca pero es lo que ha pasado.
– ¿Y a partir de ahora?
– Nos las tenemos que apañar como podamos, siempre en blanco y negro, a lo sumo, con mucha suerte, podremos alcanzar a visualizar algunas tonalidades grises. Tan grises como nuestras vidas.
– ¿Cómo se puede vivir así?
– Pero eso no es todo y ni siquiera es lo peor. Con Chema se ha perdido también la magia del collage, la geometría circular de inspiración cubista, un expresionismo de tonos fuertes y fondo abstracto, un discurso detrás de los pinceles pleno de generosidad, ingenio y coherencia. Una fuerza de la naturaleza. Irrepetible.
– Queda su obra.
-Claro que queda su obra, faltaría más, pero se ha muerto un creador y los conceptos que alumbraba y desarrollaba siempre se echarán en falta. ¿O es que usted conoce a alguien igual?
– No. Ni posiblemente lo llegue a conocer durante el resto de mi vida. Los que aquí hemos hemos quedado nos limitamos a decir lo que aquella camarera del ‘On the Road’ de Kerouac: «Me dedico a servir las mesas, atender a los clientes e ir tirando». La genialidad ya está en otra dimensión.
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