Cuento de Navidad dedicado a aquellas personas cuyo deseo sería pasar estas fechas en diferentes lugares a la vez y deben elegir estar en uno solo: o con los amigos o con la pareja, o con los padres o con los suegros, o con la nueva novia o con la ex mujer y los niños, o con los propios hijos o con sus abuelos…
Eva, la que envió dentro de una botella su sonrisa con el escueto mensaje “Sabré llegar a ti, aunque no pueda” cuelga en el árbol -perenne y feo como tú le contaste que era el de la ciencia- la última bolita navideña, y su reflejo frío de cristal plateado termina de helarle el corazón; a pesar de los años, en Navidad sigue siendo una escolar ordenada y cuidadosa de pequeña estatura, como esos niños obligados a hacerse mayores sin haber terminado de crecer del todo, y por eso necesita subirse a un taburete para repartir los granitos de dulzura con cuyo centelleo trata de combatir la grisura circundante, sin poder evitar sin embargo que con ello destaque aún más la fealdad de esa cárcel en la que se afana en ocultar las rejas tras cortinas primorosamente bordadas, en disimular los desconchones del alma con gestos rituales como cortar rosas rojas para los jarros de los aniversarios; y todo es porque en la misma jaula viven los que ella más quiere, y si están solos son felices, se olvidan de los desperfectos tras el empapelado y cantan villancicos, ríen porque están juntos, pero incluso en lo más destellante de su dicha Eva no deja ni un segundo de pensar en ti, y a través de los visillos te envía besos de canela e incienso que no podrás oler, pero que te arroja con manos que perfumó sólo para ti, porque confía en que tú -en cuyo pecho de buena gana se acurrucaría como un pajarillo agradecido- no sabrías negarle el abrazo largo y cálido que te imploran sus ojillos risueños, y sin poderlo evitar rodearías sus hombros con tu brazo como si te dirigieras con ella a alguna parte, y luego, deteniéndote para despedirte, la estrecharías contra tu pecho con calurosa determinación; y ella, después, de vuelta al pulcro espacio de su reclusión, con el chisporroteo alegre de una bengala te escribiría en el aire “El abrazo que me diste me duró toda la noche”; sonreirás, porque no sabes que sólo bromea cuando sufre (querría vivir la vida de verdad, la vida buena que no está viviendo, y no esta mala vida de pega) y le dirás que es graciosa como una brujita traviesa, porque no te das cuenta de que no está jugando, que ha llegado hasta ti pero no sabe cómo, sólo sabe que el alma se le quedó prendida del hilo negro que te abunda en el pecho, prendada de tus frases ancianas como mitos, y por eso ella, Eva, que no sabe cómo ocurrió ni qué pensar del caso, termina de adornar el árbol como si fuera ese tuyo del que tanto le hablaste, cuelga la última bola plateada, mira todo el conjunto sintiendo en las mejillas el calor de la mentira, y juntando las manos con arrobo, sonríe: ¡que empiece la fiesta!
Susana Diez de la Cortina Montemayor es filóloga, directora académica de “AulaDiez español online” (www.auladiez.com) y autora de diversos libros de poesía y manuales de español como lengua extranjera.
Leave a Reply