Cuando la profesora de física le pregunta la fórmula, Álex está en la Antártida, en una misteriosa construcción emergida del hielo cuya extraña estructura remite a una antigua ciudad que los investigadores sitúan hace unos 12.000 años, cuando el continente helado aún era un lugar cálido. Así se lo contó el profesor de historia, que es también antropólogo: hay numerosos indicios que permiten pensar que existió una civilización humana que habitó tierras antárticas durante el fin de la última Edad de Hielo. La ciudad oval, que comenzó a emerger en 2012 y cuya estructura, enterrada a unos 848 metros de profundidad, se extiende por unos 241 kilómetros, podría ser la antigua ciudad perdida, construida por los antiguos atlantes, que mencionara Platón en 360 a.C.: la Atlántida.
Álex no recuerda la fórmula; recibe como respuesta un “no estaría mal que apuntases en tu cuaderno lo que pongo en la pizarra”, dicho con mala cara, y un “hay que estudiar más”. Había pensado preguntar, cinco minutos antes de que sonase el timbre, lo que le ronda por la cabeza después de que en la clase de filosofía se hubiese hablado del argumento teleológico y la teoría del diseño inteligente: si el mundo es perfecto y se rige por lógicas leyes físicas, ¿no será eso la prueba de que ha sido diseñado por una entidad superior, por Dios? Antes de que pudiera preguntarlo, le inquieren por la fórmula dichosa…
“Tienes alguna falta de ortografía, pero no está mal”, lee que han anotado debajo de su examen, en otra ocasión. Sus padres vienen de diferentes países; Álex habla dos lenguas maternas desde la primera infancia, además de inglés; su vida ha transcurrido en un vertiginoso periplo por diferentes países; del hielo de sus recuerdos emergen, vagamente, el metro de París, los árboles de la Selva Negra bordeando rápidas autopistas y un tranvía en lo que, supone, debía de ser Zaragoza. Cuando escribe en español, duda en cosas que a otros les parecen obvias. Hoy, el profesor de lengua castellana y literatura les ha contado en clase una anécdota trillada por todos los que impartimos esa asignatura: aquella respuesta que dio el escritor Max Aub Mohrenwitz cuando, preguntado sobre de dónde se sentía realmente, él, que llegó a tener cuatro nacionalidades en algún momento de su vida (francesa, alemana, española y mexicana), contestó: “Se es de donde se hace el bachillerato”.
Max Aub era, pues, valenciano. Como él mismo dijo, “uno es de donde hace el bachillerato, que es decir que uno es de donde nace conscientemente al mundo, a los sentidos, al amor. Pero me gustan los hombres de ninguna parte. Todos somos emigrantes. Todos somos exiliados en el mundo.”
No es a los alumnos a quienes debemos contarles esta anécdota. Somos nosotros, los que les enseñamos, quienes tenemos que tenerla, siempre, muy en cuenta. Porque es nuestro trabajo el de configurar el relieve geográfico de ese país que habitarán un día nuestros estudiantes, cuando consigan hacerlo emerger de entre sus recuerdos congelados.
[1] Visto en: https://www.abc.es/espana/comunidad-valenciana/abcp-donde-hecho-bachillerato-201105080000_noticia.html
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