Me van a permitir que siga abusando de su paciencia y vuelva, una semana más, a abordar el tema de los refugiados de la guerra y el papel que estamos haciendo los europeos porque no lo entiendo. No entiendo que a decenas de miles de personas que buscan auxilio huyendo de las bombas, del fanatismo, de la miseria, de la muerte y la mutilación sean tratados con desprecio, con asco, con desdén e incluso con miedo por parte de un sector de la población europea y por sus (nuestros) representantes políticos. Es repugnante.
Es repugnante la actitud de algunos europeos que se llaman a sí mismos ciudadanos (como si supieran lo que esconde esta palabra, unos valores que entroncan nada menos que con 1789) pero que no dejan de ser nada más que una masa amorfa incapaz de la menor sensibilidad con sus semejantes. Son los nietos de esos alemanes, de esos austríacos, polacos, ucranianos, rumanos, húngaros… Que en los años 40 miraban a otro lado cuando se gaseaba a millones de inocentes en las cámaras de gas o incluso colaboraban, como “ciudadanos” de una nueva Europa, en las persecuciones y pogromos.
No olvidemos que el fascismo es un invento europeo, ni asiático, ni musulmán, ni africano, es nuestro y su semilla, al parecer, sigue viva…
No olvidemos que el fascismo es un invento europeo, ni asiático, ni musulmán, ni africano, es nuestro y su semilla, al parecer, sigue viva y comienza a germinar en forma de xenofobia y miedo. Sí, son los mismos que sus abuelos y están en los mismos países. Son esas clases medias temerosas de lo diferente, egoístas y bienpensantes que se dan golpes en el pecho por el bienestar de los pollos en las granjas mientras suspiran por una mayor intervención militar en las guerras del Medio Oriente.
Es cierto que no son la mayoría, ni tan siquiera una mayoría, aunque su número es creciente elección tras elección. Pero lo más despreciable no son sus mentes cretinas, lo peor es el papel de esos políticos que se suponen deben ser la vanguardia de los derechos humanos. Esos políticos que con su ejemplo, con su unidad de criterio, con sus declaraciones y gestos deberían ser los primeros en plantar cara a la nueva bestia que duerme en nuestras cloacas. Sin embargo esos políticos, los nuestros, tienen miedo de perder tan sólo un voto y ceden sus principios, los venden en función de las encuestas de opinión.
Los principios no se negocian, al menos quienes los tienen lo saben bien. No es negociable, no es asumible que se siga mancillando la dignidad de miles de seres humanos a cambio de un puñado de votos.
La cesión a las demandas de los parafascistas por parte de los gobiernos europeos se traduce en un mensaje muy claro ante la ciudadanía. Si ceden es porque algo de razón tendrán. Esa es la lectura. Si cierran las fronteras es que dan la razón a los populismos de la ultraderecha europea que lleva años reclamándolo. Si ahora hay expulsiones ¿por qué no antes como reclamaba, por ejemplo, Le Pen?
Lo peor de una sociedad mediocre en una democracia es que sus políticos también lo son. La mediocridad, los políticos apolíticos, sin principios, sin ideología, los gestores que se horrorizan de los cambios, esos son los que están destrozando en cuatro días unos valores que han tardado años en cristalizar. Eso es lo que más asco me produce.
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