No quisiera repetir lo de cada año, que si la Atención Primaria (AP) debe ser la base de la sanidad pública, que si hay que potenciarla… Definitivamente, no hay intención. Lo que no entiendo es qué se saca menospreciándola.
Hace un año decía que nuestro sistema sanitario iba a salir muy tocado de esta pandemia. Era modélico a nivel mundial, pero solo por el esfuerzo individual de cada elemento que trabaja en él. Hoy ciertamente está tocado y la AP agoniza.
La AP ha sufrido mucho, quizás no más que otros. La UCI, Medicina Interna, Urgencias, 061, la Medicina Privada, y toda la profesión ha sido sometida a una dura prueba, son diferentes eslabones y cada uno se ha resentido de un modo u otro. La sanidad pública parece una unidad integral, pero no es así; AP, 061, y hospitales no trabajan con la coordinación precisa, y a pesar de ello el resultado es ciertamente bueno por lo dicho, aunque siempre mejorable.
Los últimos meses la AP ha sido blanco de muchas críticas. ¿Fundadas? No todas. Se le ha acusado de estar ausente, de desaparecer: eso es falso, ha estado en primera línea sumando por desgracia más muertos entre sus profesionales que ningún otro estamento. Ha sido un buen freno hospitalario a pesar de su poca notoriedad, y ha controlado al grueso de infectados y la propagación.
La base de la práctica médica es la relación médico-paciente y se le ha acusado también de no ver pacientes, de esconderse. Verdad a medias… ¿A quién culpar? ¿Dónde ha sucedido? ¿Por qué? Lo ignoro ya que no hay registro, no se denuncia, se hace crítica global y pagan justos por pecadores. Se ha introducido un elemento distorsionador en esta relación, llamado telemedicina, que en la práctica se ha reducido a hablar por teléfono cuando ha habido suerte, y eso no es telemedicina. Una cosa es recordar que toca hacer análisis y otra diferente que me duele la tripa. Al enfermo hay que verlo, y no se ha facilitado este contacto.
A pesar de ello, el trabajo se ha multiplicado, por aumento de burocracia, conversaciones telefónicas improductivas, jubilaciones anunciadas y no repuestas, ausencia de sustitutos, incremento de bajas laborales, aumento de guardias, horas extras ni siquiera retribuidas, jornadas maratonianas día tras día… Nos han dicho que no hay profesionales. Lógico. Ni han formado los previstos hace años, ni se han esforzado en retener con contratos dignos a los formados tras 11 años de dura preparación.
Todo esto al parecer es secundario si atendemos a los problemas que llevan entre manos nuestros dirigentes, con sus elecciones, sus sillones y sus mociones de censura. Mientras tanto, el grado de “quemazón” de los profesionales alcanza niveles preocupantes; el ser humano tiene límites que estamos rozando.
Potenciar la AP no es utilizar a los MIR, personal en formación, como mano de obra barata. Potenciar la AP no es sustituir médicos por enfermeros para ahorrar en sueldos. Quizás otro objetivo sea sustituir el transporte sanitario medicalizado por paramédicos, transporte sanitario a secas, como en otros países. En estos momentos, ya aquí, una urgencia vital es posible que sea atendida por personal no médico hasta llegar al hospital.
La AP va a cambiar, pero ¿para bien? A veces para que algo se arregle interesa más romperlo y hacerlo nuevo. Parece ser que en ello están, pero con la impresión de que no hay plan B.
Los sanitarios vamos a sufrir mucho, pero los que de verdad vamos a pagar las consecuencias vamos a ser los pacientes.
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