Entre las actividades programadas en la Comunidad de Madrid dentro la XVIII Semana de la Ciencia y la Innovación, que se han venido celebrando durante los días 5 a 18 de este mes, la Casa de Aragón en Madrid ha organizado una mesa redonda con científicos aragoneses en la que, además de los ponentes David Rodríguez y Esteban Martínez, investigadores del laboratorio de Víctor de Lorenzo en el CNB (Centro Nacional de Biotecnología) dependiente del CSIC, intervinieron la Directora General de Investigación e Innovación de la Consejería de Innovación, Investigación y Universidad del Gobierno de Aragón, María Teresa Gálvez, y el presidente de la Casa de Aragón en Madrid, José María Ortí. Esta actividad, coordinada por Antonio Miranda, jurista, politólogo y antropólogo, directivo de la Casa de Aragón, tuvo lugar el pasado día 15 en torno al tema «La biología sintética como palanca del cambio en el siglo XXI».
Tras las palabras del presidente de la Casa abriendo el acto, María Teresa Gálvez trazó un breve resumen de los logros obtenidos por los organismos científicos aragoneses en los últimos tiempos, y recordó a los investigadores de Aragón que quisieran “volver a casa” los esfuerzos que su comunidad autónoma realiza para hacerlo posible. Tras ella, tomó la palabra el biólogo e investigador del CNB Esteban Martínez, que disertó sobre la importancia de la biología sintética, amenizando su exposición con ejemplos y anécdotas curiosas, como el descubrimiento en Occidente de la efectividad de la quinina contra la malaria, que se produjo en el siglo XVII cuando la esposa del Virrey de Perú y Conde de Chinchón, aquejada de fiebres tercianas, fue curada gracias a una sustancia (cuyo nombre rinde homenaje a la localidad de su título nobiliario) derivada de un remedio tradicional de los indios a base de corteza de quina (en concreto, se dice que fue el indio Pedro de Leyva quien, sediento por las fiebres de malaria, cayó exhausto a la orilla de un estanque rodeado de árboles de quina en medio de los Andes peruanos, y apartando las hojas y cortezas que flotaban bebió unos sorbos de agua amarga, lo que le curó); o el caso del premio Nobel otorgado a la farmacóloga china Youyou Tu en 2015 por el descubrimiento contra el paludismo de la artemisina, obtenida gracias a una suerte de té frío en el que se remojaban ciertas hierbas en la medicina tradicional china, cuya receta se hallaba recogida en un escrito de 1600 años de antigüedad. En la actualidad, las investigaciones en biología sintética han avanzado de tal modo que una empresa alemana ha desarrollado con esta tecnología una tela de araña que, considerada el material más resistente actual, con el grosor adecuado sería capaz de sostener un avión grande de pasajeros; o hasta el punto de que sea ya posible producir por biotecnología carne apta para el consumo alimentario, con el consiguiente ahorro de reses y de pastos.
Las aplicaciones, señaló el segundo investigador, David Rodríguez, son muchas tanto en el campo de la alimentación como de la salud o del medioambiente; el problema es muchas veces de elección (o alimentar a toda la población, o cuidar el planeta; regenerar nuestros ecosistemas o frenar nuestra velocidad de progreso, etc.) y de ética (la modificación del ADN podría evitar la esclerosis lateral, pero cuando se trata de producir cambios que afecten a la prole y seleccionen atributos, se genera gran debate social). El desarrollo científico es hoy, dice David Rodríguez, exponencial, mientras que el del pensamiento es lineal, por lo que resulta cada vez más difícil hacer predicciones sobre cómo afectarán ciertas modificaciones a nuestra vida futura, pues ya hemos podido ver cómo el control de la naturaleza por parte de los hombres a veces genera mayores desastres (pone ejemplos bien conocidos como el de las reforestaciones con eucaliptos que desertizan los montes, la peligrosidad potencial de los alimentos transgénicos, o las repoblaciones con ciertas especies animales, como los conejos, que desbancan a otras especies autóctonas, etc.).
¿Debe la ciencia decidir qué es lo ‘normal’, o establecer los parámetros de lo ‘bello’ o de lo ‘bueno’? ¿No generaría así mayores diferencias y desigualdades sociales, por ejemplo entre quienes puedan pagarse ciertas terapias y los que no? ¿Y qué decir del peligro de usar la ciencia para dirimir los conflictos humanos, como ocurre con las guerras bacteriológicas?
Estos y otros interrogantes son, la verdad, enormemente inquietantes, pero creo que, al menos los que disfrutamos de la suerte de poder asistir a este encuentro con investigadores aragoneses, tuvimos la impresión de que nuestros científicos están tan preocupados como cualquiera de nosotros por las cuestiones éticas… lo que sin duda es un alivio pero, en todo caso, es asunto de índole tan compleja filosóficamente hablando que habrá que dejarlo para otra ocasión y tratarlo en otro artículo. Entretanto, sepan que aunque la malaria se considera erradicada de nuestro país desde 1964, la tónica es una bebida rica en quinina, así que, si son amantes de este amargo líquido, con o sin mezclar, ya saben: ¡más vale prevenir que curar!, que ni la más exacta de las ciencias es capaz de predecir lo que nos deparará el futuro incierto…
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