Aunque todos entendemos de forma más o menos intuitiva en qué consiste eso que llamamos «compasión», (“sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien”, según definición de la Academia), se trata de un término de gran complejidad en castellano. Procede del verbo latino ‘PATI’ y, según Joan Corominas, su significado etimológico es el de ‘sufrir’ o ‘soportar’. Se puede usar sin pronombre, y así el diccionario de la RAE nos pone como ejemplo la frase “Compadecemos vuestras desdichas”, pero lo más corriente es que el verbo compadecer adopte forma pronominal y vaya seguido de preposición.
«Compadecerse de» alguien significa, literalmente, ‘padecer con alguien’, es decir, compartir la pasión o el sufrimiento de alguien, y de ahí proceden los términos compasión, compasivo, etc.; pero trocando la preposición cambiamos también la clase léxico semántica del verbo, que deja de pertenecer al grupo de los verbos de sentimiento y emoción para tomar otros valores; así, «compadecerse con» viene a significar ‘llevase bien’, ‘corresponderse’ o ‘estar en consonancia’ dos o más cosas o situaciones entre sí, y de ahí vienen derivados como compatible o compatibilidad: “El consumismo materialista de estas fechas no se compadece con el puro espíritu de la Navidad”. Por si esto no fuera suficiente, «compadecerse a» tiene el sentido de ‘unirse, amoldarse o adaptarse’: “Como está sin empleo, Ramiro tiene que compadecerse a todo lo que disponga su señora, que es la que lleva el sueldo a casa”.
La compasión navideña tiene un poco de todo lo que contemplan esas acepciones. Al mismo tiempo que «compadecemos a» los más necesitados o a los que, simplemente, están solos en estas fechas de grandes –y hasta indiscriminadas– demostraciones de caridad y de afecto, no nos queda más remedio que «compadecernos con» el asunto de los regalos, las cenas de empresa, la visitas a familiares con los que no tenemos mayor contacto y otras servidumbres sociales, y «compadecernos a» trinchar el pavo de Nochebuena o compartir las uvas de Nochevieja con quienes no querríamos ver ni en pintura, sólo por no tenerla serrana con los padres, con los hermanos o con el cónyuge. O sea: avenirnos a pasar por el aro.
En el hemisferio norte la Navidad coincide con una época del año en la que se dan las condiciones más duras para la supervivencia en la naturaleza, lo que propicia una mirada interior más honda y mayor compasión al mirar alrededor: la lástima que inspiran un niño sin zapatos o una anciana sin casa se convierte en algo intolerable en pleno invierno. A muchas personas –entre las que para bien y para mal me cuento– a quienes les gusta la Navidad como periodo del año en el que tanto la introspección como la empatía se agudizan y, por ende, aumenta la sensibilidad hacia quienes sufren y, en consecuencia también, la reflexión sobre cuál puede ser el sentido último del sufrimiento humano, nos resulta cada vez más irrefrenable el íntimo deseo de mandar a paseo el diccionario con las dos últimas acepciones del verbo dentro, y no compadecernos ni «con» ni «a» nada que nos resulte inaceptable, negándonos a pasar por el aro de hipócritas avenencias. Y es que en ocasiones puede resultar muy cierto que “la compasión, bien entendida, empieza por uno mismo”.
Susana Diez de la Cortina Montemayor es filóloga, directora académica de AulaDiez (www.auladiez.com) y autora de diversos libros de poesía y gramática española para extranjeros
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