Hoy tocan las campanas de gloria. Media España entra en la fase 1. Precipitadamente, creo. Aunque hay quien cree lo contrario: algunos de los que no han sido autorizados a entrar. Pero el gobierno, firme y audaz, entra ya y sin un plan B. Que lo critique quien quiera. Yo no puedo, me falta autoridad moral porque tampoco tengo plan B. Desde el principio tengo y mantengo el mismo, erre que erre, aunque no me haga caso nadie.
Un ilustre político acaba de sentenciar, con evidente lucidez, que si Madrid y Barcelona tienen mayores incidencias, ambas deben esperar aún. Me ha emocionado. Recuerda mi infancia escolar y sus usos pedagógicos, tiempo hace olvidados y hasta denostados. ¿Hoy te has portado mal? Pues, ¡hala!, una hora extra en “el estudio”. Para mejor comprensión de las nuevas generaciones, aclararé que “el estudio” era un confinamiento. ¿Sacrificar Madrid para beneficio de otros? ¡A buenas horas! Ya lo propuse en mi primer artículo de esta serie y voy por el séptimo. De por qué y quién produjo esa gran incidencia no se habla. Hoy, día de gloria, no toca.
A nuestros gobiernos varios los pueden poner como un trapo, es algo que incluyen sus sueldos, pero si descartamos los colores y buscamos datos objetivos, numéricos, tenemos uno, tal vez el único, por el que el gobierno puede ser acerbamente criticado. España ostenta el nada honorable liderazgo de mortandad en la Unión Europea. Y no es algo que tenga que ver ni con el clima ni con la renta ni con la población. Entre aquéllos a los que más que quintuplicamos el índice de mortandad, puedes encontrar desde la pequeña y meridional Portugal a la norteña y grande Alemania. Tiene que ver con la actitud política, con su agenda, con la obsesión por el enfrentamiento y ¡si se pudiera! con el aniquilamiento del rival. Como miembro de la gloriosa y heroica quinta del 68, la que asumió un proyecto de entendimiento común para superar más de doscientos treinta años, rematados por cuarenta de dictadura, de enfrentamientos civiles (desde la sucesión del Hechizado), me siento estafado por oportunistas y vedetistas de último cuño, que ponen su objetivo en recuperar aquella fractura social y su propia gloria, por encima de cualquier otro bien. Y la distancia abismal con la que aquéllos nos superan, está cimentada en una actitud solidaria común, por encima de las diferencias políticas, regionales, económicas o de cualquier otra índole, en una amplísima tregua a favor de su lucha de todos contra el asesino que vino del este. A lo mejor Portugal nos echa una mano. Después de haber salido a la calle (como España y sólo en mi opinión) precipitadamente, lo probable es que sufra una recidiva, y ello porque tienen un porcentaje respetable de población no contagiada. España, con su estimable estadística de contagiados y muertos, puede ser menos vulnerable. Si así sucediera, ya tenemos una preciosa explicación: lo estamos haciendo mejor que los otros. Y si no, pues advertidos estamos que los negros vientos volverán en octubre.
En fin, si el gobierno necesita un plan B, con gusto le regalo el único que tengo y que llevo repitiendo desde el principio. En algunas cosas, muy popular no va a ser. Vean:
- Devolver a la gente a su encierro domiciliario y liberarla semanas más tarde con fases cortas y pocas. La calle, que vuelva para los sanfermines. Es una medida que causaría odios populares, excepto, quizá, en Pamplona.
- Entregar el mando a expertos en gestión hospitalaria y a epidemiólogos, no expertos en coronavirus porque todavía no los hay (se están incubando). Los políticos deben pasar a una discreta segunda fila y apoyarlos en bloque.
- Protección prioritaria al personal sanitario, mártires y héroes por esta falta de previsión. Además de inhumano, tonto reclamar cuatro mil profesionales más, entre médicos y enfermeros, mientras pasamos los cuarenta mil afectados en el sector por no haberlos equipado debidamente. No sé de qué chistera pretenden sacar los cuatro mil. En las que yo he mirado, no caben tantos.
- Dejar preparados algunos hospitales, grandes y estratégicamente situados, para una recidiva. Compatibles con pacientes de fácil traslado si vuelve la ola.
- Recuperar YA la normalidad hospitalaria, con sus consultas, sus quirófanos, sus especialidades y sus ingresos. Oncología, cardiovasculares, trauma… No causar más víctimas colaterales por desatención, que ya no está justificada.
- Obligar a toda la ciudadanía a salir (cuando salgan) protegida, como poco con máscara y guantes, y bajar a mínimos el transporte público. Más odio popular.
Sorprenderá que pida brevedad de fases en un proceso que debe ser gradual. La razón es de orden práctico. El personal está muy harto, y existe el riesgo de que empiece a salir sin más y hasta sin protección. No vale una considerable mayoría cumplidora de las normas. Para liar una gordísima, es suficiente con un número de insumisos relativamente corto. Y sorprenderá que, además, pida test para todos después de haberlo rechazado… en anteriores momentos. No es lo mismo distraer recursos para test masivos cuando el enemigo nos desbordaba y penetraba por todos los flancos, que hacerlo aprovechando una desaceleración, quién sabe si provisional, cuando sí sería útil conocer el número de inmunizados y los grados y plazos de inmunización. Realmente, el pueblo llano no quiere fases ni zarandajas, lo que quiere es el milagro, ése que le devuelva su vida de antes. Y el milagro no lo van a traer las doctrinas ni las ideologías ni los charlatanes. Como siempre, lo tendría que traer la técnica, en este caso la farmacología, y se llama vacuna. Ya hay quien, en sus sueños, se ve vacunado y comiendo el turrón. Desarrollar de una vacuna no es cuestión de cantar la jota y coser un bordado más o menos complejo. La del sida se buscó con ahínco y no se encontró nunca. La de la viruela, posiblemente la más exitosa en la investigación inmunológica, se consiguió a finales del siglo XVIII y hubo que esperar 180 años para erradicar la enfermedad. Así que no le pongamos fecha al turrón, no sea que nos caduque.
Chocante que una sociedad laica y crecientemente atea ponga en el milagro su mayor esperanza. En tiempos muy lejanos, ya se hubiera sacado al santo en rogativa. Tal vez, si lo hubiéramos en hecho en éstos modernos, las cosas nos hubiesen ido mejor.
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