Se crearán – oigo – comités de expertos, sinónimo de experimentado, que quiere decir persona que ha adquirido conocimientos relevantes en algo concreto a través de experimentos o del uso o práctica prolongados. Cuando repito que los políticos debían retirarse y dejar el trabajo a los profesionales expertos, me refiero, como es natural, a expertos en tratamiento clínico y en gestión hospitalaria. Pero ¿me puede decir alguien quién tiene experiencia en el final del confinamiento con este maldito bicho?
Algunos de mis queridos lectores me escriben comentarios y agradezco todos los loores. Quiero que conste que también agradezco a los que me ponen a escurrir después de haberme teñido de verde. Quizá lo que más me contestaron fue el afirmar que a mediados de enero debió iniciarse la cuarentena. Ahora se habla del “milagro portugués”. He recibido ducha verde porque ellos iniciaron el confinamiento al mismo tiempo que España. Cuando un país no llega a un fallecido por diez mil habitantes mientras otro da cinco, la razón no está en las coincidencias sino en las diferencias. En Portugal, la reacción como sociedad ha sido rotundamente monolítica. Gobernantes y gobernados, ciudadanos de a pie y políticos, niños y militares sin graduación, medios, todos han empujado como uno para cerrar el paso a la muerte. España no puede pedir más al ciudadano, que asume instrucciones y sacrificios, a veces desde el miedo, perdiendo seres queridos, formas de subsistencia, la salud e incluso la vida. Pero desde los influyentes, las cosas no han sido ejemplares. Medios de alta audiencia serviles, acomodando (más que falseando) la información, amparo al vedetismo de políticos que reiteran presencias y mensajes, aprovechando para conquistar objetivos sectarios, algunos que (pensando mal) llego a entender, como desacreditar al rival, y otros que, por mucho que piense, mi corto entendimiento es incapaz de asimilar, desde masacrar a los autónomos hasta procurar la quiebra y desaparición de la medicina privada. Cabe decir, respecto a esto último, que el gobierno catalán tomó medidas unilaterales para amortiguarlo (ver Diari Oficial de la Generalitat 11/04/20) y que ha tenido poquito eco.
Yo, como cada preso a domicilio, imagino mi liberación y cuento los días. Tenía esperanzas en el fútbol (prioridad política que no lo hubiera sido para profesionales de la salud), pero un sentido común me dice que permitir concentraciones antes de julio sería imprudente. Estadios, teatros, cines, bares de copas diversos, discotecas, esas manifestaciones que tanto nos gustan, centros comerciales, hoteles, multitudinarias playas… No deberíamos verlo hasta bien entrado el verano. Y, sobre todo, algo que parece que casi nadie ha advertido: antes que normalizar la vida de calle, hay que normalizar la vida hospitalaria. No podemos afrontar los riesgos del desconfinamiento sin el arsenal hospitalario bien reajustado, recuperando a las víctimas colaterales desatendidas (infartados, oncológicos, ictus…), superando el desbarajuste que ha creado, principalmente, la cruda situación de Madrid, donde un árbol de contagios y muertes no dejó ver el bosque de excedentes sin utilización (camas vacías, quirófanos cerrados…) en otras comunidades. Se necesita reutilizar todos esos medios. Madrid, como primer paso hacia la normalización, va a desmontar el hospital IFEMA. No juzgo si la medida es oportuna o no, pero hemos de estar preparados para recidivas con algún hospital monográfico del covid19. Tienen que ser de gran tamaño, importa nada que sean privados o públicos. Además, si gana nuestro mejor deseo y el bicho no vuelve, no podemos permitimos el lujo de tenerlos ociosos. Pero siempre destinados a tratamientos y patologías fáciles de retirar y transferir a otros centros, a fin de asegurar respuestas rápidas a la no deseable pero posible situación de alarma nueva.
Y ahí cada pensador piensa por su cuenta. De ninguna manera vamos a salir todos y de forma indiscriminada. Prepárense para su nuevo carnet de conducir, que a las motos, camiones y demás clásicos, añadirá un nuevo epígrafe: el de peatón. Les puede costar colas de horas y kilómetros, porque, a dos metros por peticionario, van a ser largas. Y frecuentes. Ya que su plazo de validez no tendrá nada que ver con los clásicos. ¿Una semana? Y una semana entretenida, recabando todas las pruebas y certificados que hagan falta para la renovación. Especialmente, para las féminas, que tendrán que añadir su histeroscopia rápida semanal, ya que a las embarazadas no se les renovará.
Aragón propone la desescalada gradual empezando por el pueblecito rural. Tampoco juzgo, pero el autor de la idea, ¿ha contado con los hospitales? Para esto hacen falta expertos profesionales en gestión hospitalaria. Y para dar de una vez soluciones a esos trabajadores de sanidad que, desprotegidos y sin medios (casi cuarenta mil contagios), han sido los campeones del sacrificio. Si siguen cayendo, los enfermos van a acabar en el autotratamiento, ¡quizá en la autocirugía!, consultando a un blog.
Andalucía, la comunidad con mayor población de España, pretende ser la primera de la península en llevar a cabo el desconfinamiento gradual. Y su calendario pone énfasis en la normalización hospitalaria (ver BOJA extraordinario 23/04/20 pag.77). Me caben algunas dudas, incluso reticencias, sobre ciertas fechas de ese calendario, que juzgo en exceso audaces. Pero ninguna respecto a su valentía. Puede que influya la baja tasa de mortandad que han conseguido, 13,5 fallecidos de cada cien mil habitantes cuando la media de España era 50. Si así fuera, ¿a qué espera Galicia, que tiene pocos más, y no digamos Murcia, con 8,5? Una vez más, el miedo. Miedo a que, de ir algo mal, los lobos se echen encima. Eso convierte Andalucía no sólo en un desafío, sino en una prueba para todos, porque su valentía, si la apoyamos en vez de criticarla, puede encontrar soluciones que a todos nos ayuden. No basta con salir, hay que saber hacia dónde se va. Si, como sucede en mi novela “La Barca del Portugués”, Francia y Portugal nos cierran fronteras, puede quedar expedita la peor de todas, la salida hacia la paletería.
El paleto no es el que viste de pana con boina y faja sino el que sufre apneas de pánico ante la universalidad. Sin más horizontes que su barrio, sin más dieta que el potaje de su mamá y sin más lengua que un farfullo local. Cualquiera tiene derecho a vivir y pasear en su barrio, a comer las delicias de mamá los domingos y hablar con su vecino en la lengua que quiera. Pero cerrarse a la universalidad, al viaje, a otras costumbres, a lenguas mayoritarias, es cerrarse el buen camino. Todos llevamos nuestra paletería personal en la mochila y, si no queremos que nos domine, tenemos que romper fronteras. Esta nueva Europa grande que intentamos construir está levantada sobre los fantasmas de la vieja, la cortijera, la de los señoritos a los que hay que besar la mano porque para eso somos siervos de la gleba. A las nomenklaturas varias les encanta la situación, así que, a poco que puedan, continuaremos en dictaduras hasta el siglo que viene. El esclavo no puede ser amarrado con una cadena más gruesa que el miedo. No existe. Si no la rompemos, nuestro futuro será el cortijo. Acarrearemos estiércol y besaremos la mano al señorito cuando nos dé un duro de plata el día del santo patrón.
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