El ministro Illa parece haber elegido la fecha, mientras escribo estas líneas el 18 de diciembre, día de la Virgen de Adviento, virgen preñada, más conocida por Esperanza, aunque tiene múltiples advocaciones, como Dulce Espera, Macarena, María de la O y, al pelo para hoy, Divina Enfermera. Deben haberle salido infinidad de competidoras, ya que divinas enfermeras en estos terribles días de la pandemia ha habido muchas que gloria merecen. Ellas y los médicos y sanitarios, que (a falta de datos fiables) presumo que cerrarán el año con más de noventa mil afectados y cerca de cien muertos.
Pero el ministro nos da en este día de la Esperanza la gran nueva, ¡llega la vacuna! No sabemos en qué orden y forma se va a administrar. Si bien, eso no acierte a preocupar al 66% de los españoles, que ya han manifestado su intención de no ser pioneros en este capítulo. La vacuna viene de laboratorios e investigadores muy acreditados y, aunque el anómalo récord de velocidad que ha acompañado su desarrollo provoque ciertas reticencias, parecen insuficientes para el pesimismo. Otras cosas son los complejos y críticos medios de transporte y almacenamiento hasta su aplicación. Ahí sí creo que el gobierno nos debe algunas explicaciones. Pero, tranquilos, que las dará. No sabemos cuáles, pero las dará.
Con 1.800.000 infectados reconocidos, 50.000 muertos y 150.000 restablecidos, me falta mucho para cuadrar cuentas. Paso por alto contagiados porque para mí fue y es una cifra imposible de saber. Pero los muertos se cuentan con facilidad. El INE o las funerarias dicen mucho más que un cansino parte de televisión. España llevaba años entre 400 y 425 mil decesos. Si este año los superaremos en 65 ó 70 mil, no son muertos de carretera. Son los muertos del covid. Lo que la vacuna tiene que corregir.
Si no, siempre podremos encomendarnos a la Virgen de la Esperanza.
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