Imagen www.expozaragoza2008.es
Hemos pasado un 8 de marzo sin complicaciones mayores, cuando aun está en la memoria de algunos el catastrófico de hace dos años, en el que saraos y alharacas abrieron puertas a un perverso virus que costó muchos miles de muertos. Éste, lo más noticiable ha sido un empeño político por arrebatarle el nombre a Atocha en favor de una recientemente fallecida autora. La atocha es el esparto y habrá quien pueda argumentar que tal nombre no tiene nada de noble. El prado de Atocha aparece en el Fuero de Madrid de 1202, y quienes le otorgan la nobleza son la historia y la tradición madrileñas, contra las que atenta el empeño. El Fuero regía el concejo de la villa con el cobro de tasas al ganado que entraba a pastar. Y en Madrid sobran calles y lugares para honrar un nombre, si esa fuera la real intención del empeño citado.
También a las mujeres les sobran razones para recibir honras, incluso a las anónimas. Hay en España calles a jornaleras en las que no se citan ni nombres ni orígenes. ¿A alguien se le ha ocurrido una calle a las víctimas de Matadi-Kibala? En este mercado, sobre el suelo de tierra, mujeres (en su mayoría niñas) venden lo que han podido cultivar e intentan así sacar adelante a su numerosa prole. Las instalaciones precarias de las que dispone el Congo (país con las mayores riquezas minerales del planeta), combinadas con una intensa lluvia, provocaron el pasado mes la caída de un poste de tendido eléctrico sobre los grandes charcos, y veinticuatro murieron electrocutadas. Y si no les gustan las víctimas anónimas (como el soldado desconocido), pueden por ejemplo dedicarle una plaza a Irina Tsvila, una muchacha soldado ucraniana asesinada por defender su familia, su hogar y su tierra de la barbarie invasora. Soldado. Soldada es un salario (como el que remordía la conciencia de Gabriel y Galán por no habérselo aumentado a su vaquerito), por más que algún que otro analfabeto lo ignore. Va llegando el momento de dar sitio en el 8 de marzo a esas mujeres que no lo pueden celebrar ni bailando ni cantando ni de fiesta en algún mitin o alguna verbena.
Y en apenas tiempo, se nos vino encima el 22 de marzo. Si muy pocos dudan de qué se habla cuando se cita el 8 de marzo, no corre la misma suerte el 22. No es una fecha tan trascendente. “Sólo” es el Día Mundial del Agua. “Sólo” pretende recordarnos que hay dos mil quinientos millones de seres humanos que no tienen acceso a ella.
Los que asistimos el 2008 en Zaragoza a la Expo del Agua oímos decir que es un recurso escaso y valioso, y como tal debe tener un precio. No hagan mucho caso, no es un recurso escaso. Sí lo es el agua adecuada para el consumo humano. Más que un precio (que los pobres no podrían pagar) necesita generosidad para su distribución y su mayor acondicionamiento. Ya dicen que se preocupan los esforzados del 2030, aquel programa que cada vez suena más a una mezcla de aprovechados e ingenuos. Dicho en lenguaje crudo, de tramposos e ignorantes. El clamor para mejorar la justicia del agua tiene barbas ya. Nació en la Cumbre de la Tierra (Estocolmo) hace cincuenta años, que dio paso a la Conferencia Global del Clima de Ginebra, donde se afrontó el calentamiento global y se alertó sobre el cambio climático. Treinta y cinco años han transcurrido desde el protocolo de Montreal, veinticinco desde la Conferencia de las Partes en Berlín y quince desde la ratificación del protocolo de Kioto, sustituido por el acuerdo de la Cumbre del Clima de París (2020), que se consideró jurídicamente vinculante para los que se adhirieron. Así que estos paladines del 2030 no están inaugurando ninguna cruzada nueva.
En este contexto de sucesivas iniciativas, se redactó hace veinte años la Observación General sobre el Derecho al Agua, que es un derecho de todos y un bien público fundamental para la vida. No hay que ser el mejor entendedor para deducir que, cualquiera que sea el debate sobre la propiedad del agua, el usufructo es público y pertenece a toda la humanidad.
Por aquel tiempo hubo en España turbulencias políticas que dieron lugar al “nuevo talante”. No sabemos exactamente en qué consistió, pero se revisaron estatutos autonómicos y allí aparecieron poderes públicos locales como gestores todopoderosos de sus aguas, con responsabilidad para evitar transferencias de unas cuencas a otras. El derecho estatal quedaba apenas como supletorio. ¿Se imaginan dónde podía quedar el internacional?
Así se borraron de golpe los proyectos de una red de transvases españoles, primera iniciativa para conectar con otro europeo, desde la cuenca del Ródano a la del Ebro, que tampoco vio la luz. En el colmo de las soluciones políticas, cerrando las bocas de especialistas e ingenieros, aparecieron las desalinizadoras, una fórmula de emergencia justificable cuando lo que se arriesga es la falta agua, pero que los aprovechados manipuladores utilizaron una vez más para colonizar las conciencias de los ingenuos, sin que esas calladas bocas pudieran alertarles que se trata de uno de los sistemas más agresivos para el medioambiente. Residuos costosos de eliminar y destructores del entorno marino, del plancton y de la concentración de oxígeno, con la consiguiente desaparición de peces y aves. Por no hablar del elevado consumo energético, que ya hacía de dudosa viabilidad tal plan por aquel entonces. A nuestro actual coste de electricidad, sin comentarios. Bien justificados, Arabía Saudí, Emiratos, incluso Estados Unidos, operan el mayor número de unidades. Y España los sigue cerquita.
Herbert Marshall, el científico canadiense que profetizó Internet, alertó así al mundo: “Una vez que hayamos sometido nuestros sentidos a la manipulación de los que se beneficiarán a través de nuestros ojos, oídos e impulsos, no nos quedará ningún derecho” Dijo también: “La Tierra no es una nave espacial repleta de pasajeros. No hay pasajeros. Todos somos tripulantes”. Contrariando al señor Marshall, me parece que un grupo de aprovechados que se creen tripulantes nos permiten generosamente viajar, hacia donde digan, en el vagón de ganado.
Aragón, la comunidad peninsular de menor pluviosidad tras Murcia, dio un ilustre hijo, altoaragonés de Monzón, Joaquín Costa. Hijo de agricultores modestos, enemigo del caciquismo, fue un político honesto, radical, regeneracionista y europeísta, al que su radicalismo le provocó algunas incongruencias (fomentadas en parte por lo heterogéneo del regeneracionismo), que fueron utilizadas por sus adversarios para su descrédito. Su lucha fue que se dotara a España de una estructura hidráulica capaz de aprovechar “depósitos de agua de las crestas y las entrañas de los montes, cruzándolos con un sistema arterial hidráulico” para que no se perdieran sin beneficio. También luchó (contemporáneo de Ginés de los Ríos) por una escuela que no perdiera los cerebros españoles por falta de instrucción. No tuvo mucho éxito. De las aguas se encargan jerarcas locales. De la escuela, los planes de enseñanza.
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