Estos días es noticia que en las redes sociales se han recogido unas cuantas decenas de miles de firmas para que la Fiscalía General del Estado actúe de oficio contra el presunto periodista Eduardo Inda y su medio digital OK Diario por difamación y mentiras en sus informaciones. No seré yo quien firme ese tipo de peticiones y ruego a los lectores que tampoco lo hagan ya que por encima de la diarrea mental del señor Inda y sus secuaces debe prevalecer el derecho a la libertad de expresión aunque ésta sea aprovechada para fines espurios.
Este caso puede compararse con la desmedida actuación que tuvo la Justicia en el reciente caso de los Titiriteros granadinos y su ya famoso Gora ALKAETA, titiriteros que, recuerdo, todavía siguen pendientes de un juicio por enaltecimiento del terrorismo y con libertad vigilada ya que tienen que presentarse a la policía cada cierto tiempo.
Ustedes dirán que no es comparable un caso con el otro y yo les daré la razón aunque quizá por distintos argumentos, en este caso por la intervención de la Justicia. En aquél caso fue, y es, aberrante y por ello mismo no se puede pedir ahora que la Justicia actúe de igual forma.
El tema de la libertad de expresión siempre ha sido controvertido y cuando afecta al honor de las personas o incluso cuando afecta a la misma esencia de la democracia (tal es el caso, cuando un medio de información miente de manera sistemática y obsesiva), puede hacer tambalear los principios más asentados pero buscar recovecos legales que impidan la misma libertad es abrir el camino a la censura.
A la memez y la estulticia se debe responder con inteligencia y con buen gusto, jamás con la represión. Es cierto que Inda miente y que las informaciones son goebbelianas pero la respuesta debe ser estética, además de ética. ¿Qué hace Inda en las tertulias de la televisión? ¿Por qué no se elige a un contertulio de la derecha con más capacidad dialéctica y sobre todo honradez en su oficio? Podríamos decir lo mismo de un tal Miguel Ángel Rodríguez, de Hermann Tertsch, de Salvador Sostres o de un buen ramillete de los habituales de las tertulias extremas y minoritarias y de las columnas de opinión de la destacable prensa libre española. Eso por no hablar de Federico Jiménez Losantos, capitán de las sardinas por méritos propios y trayectoria.
Es decir, la respuesta de unos medios de comunicación que realmente quieran ser creíbles debe ser la de apartar a estos aprendices de bufón y poner en su lugar gente seria, formal y realmente capacitada para su oficio, con ideología, naturalmente, pero para la que prime el buen hacer antes que el espectáculo y la degradación. Una respuesta estética que conlleva a la ética de su parte.
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