El término romancero hace referencia a una colección de romances, o la persona que los recita o canta; pero en Aragón ‘romancero’ alude también a “la persona que murmura o que protesta entre dientes”[i]. Los romanceros de esta última acepción son multitud, porque por todas partes parece haber farfulleros dispuestos a las murmuraciones y al vituperio cobarde y por lo bajo, y muy pocos de la primera, es decir, de los que recitan o cantan los romances por transmisión oral, pero alguno queda. Sin ir más lejos, hace apenas unos días hemos podido escuchar en el Ateneo de Madrid a Victoria Gullón, romancera de la Sierra de la Culebra, y pocos días más tarde algunas interpretaciones grabadas y en directo, presentadas por Jesús Antonio Cid durante las conferencias que ha impartido en la Fundación Juan March con motivo del Bienio Pidalinopromovido por la Fundación Ramón Menéndez Pidal, que Cid preside.
No nos vamos a referir aquí a los romanceros como sujetos, sino al corpus de poesía narrativa tradicional que tiene su origen en la Edad Media y se ha transmitido hasta hoy por vías oral y escrita, extendiéndose geográficamente por muchas partes del mundo. A sus numerosas variedades espaciales se suman las lingüísticas (aunque también hay que decir que los romances se han transmitido y conservado principalmente en castellano) por lo que se ha comparado con un río de numerosos afluentes o con un árbol de numerosas ramas. Este árbol que según la metáfora utilizada por J.A. Cid es el romancero general, tiene entre sus ramas más antiguas la aragonesa, y entre las más recientes la del romancero gitano bajoandaluz. En este artículo trataremos de cómo la rama aragonesa nutre (sorprendentemente, tal vez) a la gitana de Andalucía en la figura del protagonista de uno de los romances histórico-legendarios más antiguos que se conservan todavía oralmente, el de Bernardo del Carpio, y que tiene por protagonista al conde Bernardo de Ribagorza.
Mientras que en Aragón no parece haber tenido tanta difusión como en Castilla la épica primitiva, sí que la tuvieron los romances, hasta el punto de que el hallazgo del primer romance escrito se produjo curiosamente en Aragón y no en Castilla, en el año 1421 entre los papeles del estudiante mallorquín Jaime de Olesa; y cuando ya los poetas castellanos Juan de Mena o Santillana consideraban el romance una forma poética propia de gente baja, en la Corte napolitana de Alfonso V de Aragón los poetas cultos componían romances, de los que algunos fueron a parar al Cancionero de Stúñiga. “El gusto por los romances es, pues, más temprano en el reino de Aragón que en el de Castilla, y las primeras ediciones peninsulares de romances, como pliegos sueltos o en colección, salieron de la imprenta de Zaragoza; el interés por este tipo de poesía pasó por unas vicisitudes parecidas a las que sufrió en el resto de la Península: comienzos de difusión en el siglo XV, éxito y expansión favorecidos […] por la imprenta y cultivo del romance por parte de autores famosos durante los siglos XVI y XVII; decadencia del género durante el XVIII y nuevo e ininterrumpido auge del romance hasta nuestros días, gracias a la recuperación de la poesía tradicional de carácter popular iniciada a partir del Romanticismo”.[ii]
No acaban ahí los datos históricos que confirman la importancia de este género en Aragón, y viceversa. Los primeros romances impresos en un pliego suelto aparecieron en el año 1506 en Zaragoza; en 1550 salió de la imprenta de esta misma ciudad la conocida abreviadamente como Silva de varios romanceseditada por Gutiérrez de Nájera, y en 1589 la Flor de varios romances nuevos y canciones, por Pedro de Moncayo. Posteriormente a estas hubo muchas ediciones corregidas y aumentadas del género romancístico. “Poetas famosos lo cultivaron, ocultando a veces su nombre. Después, aunque no dejó de cultivarse del todo, volvió al pueblo, fue guardado en la memoria de las gentes y recuperado por el fervor de los folcloristas románticos en el XIX y en el XX”.[iii]Esta cualidad de ser un género de ida y vuelta entre el pueblo y los autores cultos, es una de las características más interesantes del romancero, hasta el punto de que algunos romances que habían sido “retocados” o modificados por autores cultos se han conocido posteriormente tal como eran realmente antes de los retoques gracias a las versiones orales recogidas recientemente.
Los romances son series indefinidas de versos octosilábicos asonantados en los pares. Es una composición de origen español y una forma propia de la poesía narrativa hispana, apta también para la lírica, según definición del DRAE. “Poéticamente es un ‘corrido’ o tirada ilimitada de versos octosílabos, alternativamente asonantados, combinando la asonancia según convenga en sus trechos”.[iv]Al igual que en el romancero general, los temas del romancero aragonés pueden clasificarse en históricos, líricos, novelescos y religiosos, y está constituido por composiciones tanto de autor anónimo como conocido que giran en torno a Aragón y sus orígenes históricos, y por variantes de otros romances no aragoneses producidos en la región. “Los primeros romances aragoneses que se imprimieron en el XVI están escritos en castellano con aragonesismos que irán desapareciendo en las siguientes ediciones”[v], sobre todo a partir de 1412 cuando ocupa el trono la dinastía de los Trastámara, de origen castellano. Los romances históricos aragoneses cubren la nómina de reyes y hechos gloriosos de la historia de Aragón (desde Sancho Abarca y Ramiro II hasta Afonso XIII o VII de Aragón) y de personajes de leyenda como los Amantes de Teruel o el propio Bravonel, así como los religiosos, que se concentran principalmente en torno a la Virgen del Pilar y, en mucha menor proporción, San Lorenzo, además de los temas de otros romances baturros más locales y costumbristas, de épocas más recientes. Aragón proporciona al romancero general hispano una figura de enorme peso forjada a partir de un personaje histórico: el conde de Ribagorza, del que se dice que Bravonel fue su lugarteniente en la batalla de Roncesvalles, donde Bernardo del Carpio, Bravonel y el rey Marsín de Zaragoza (la condición de musulmán de este último parece ser el motivo de la vinculación de estas gestas con la Reconquista) derrotaron a los doce pares de Francia, y en la que el propio Bernardo mató a Don Roldán. El profesor de la Universidad de Oviedo José Vicente González García ha defendido la tesis de la historicidad del personaje, asegurando que cuenta con «centenares de pruebas documentales»[vi]que lo confirman. Así lo recoge también en su Romancero AragonésJosé Gella Iturriaga, donde cuenta cómo la batalla, que iba muy igualada en fuerzas, dio un giro favorable a los españoles gracias a la intervención de Bernardo y sus huestes:
“DE LA PORFIADA BATALLA DE RONCESVALLES Y MUERTE DE LOS PALADINES POR BERNARDO DEL CARPIO Y BRAVONEL DE ZARAGOZA Y SUS GENTES
[…] Todos con valor pelean,
no se conoce ventaja […]
ansí el feroz español
y el francés valiente andaban:
mas tanto Bernardo hizo,
y Bravonel, por las lanzas,
que en breve espacio cantaron
victoria, victoria, España;
vivan Alfonso y Marsilio
por todo el campo volaba.
Murió Roldán y Oliveros
con toda la flor de Francia,
y Carlomagno lloroso
huye, y deja a la compaña,
con la pérdida mayor
que jamás tuvo en batalla.”[vii]
Sabemos que algunas cuartetas de romancero han pasado a formar parte de cantares de jota. Sobre la relación del romancero tradicional con la jota, dice González García: “En Aragón, cualquier forma de versificación que surgía del campo, era romance llano o canción de jota.”[viii]Lo que no está nada claro, según comentó Jesús Antonio Cid en su segunda conferencia del 26 de febrero, es por qué motivo y de qué modo ha pasado al acervo de los gitanos un romance histórico tan antiguo y que narra unos hechos tan poco afines a su cultura como el de Bernardo del Carpio. Sea como fuere, Cid no dejó de señalar que a pesar de tratarse de una rama bastante reciente, posee una gran singularidad gracias sobre todo a la música. El romancero gitano era de uso exclusivo en las bodas principalmente y no estaba abierto a los payos, sólo recientemente se ha roto ese tabú y se ha empezado a dar a conocer. Gracias al ciclo de conferencias impartidas por Cid tuvimos ocasión de escuchar algunas de esas bellísimas versiones gitanas, en auténtica primicia, tanto en formato audio como en directo. Aquí les dejamos el enlace que contiene esas audiciones, no se lo pierdan: el romance de las hazañas de un caballero aragonés en la batalla de Roncesvalles, cantado en nuestros días por los gitanos de Andalucía.
Audio y presentación de las conferencias: http://www.fundacionramonmenendezpidal.org/portfolio/conferencia-el-arbol-del-romancero-y-sus-ramas-de-la-epica-medieval-a-los-narco-corridos-mexicanos/
[i]Así se hace contar en la Gran Enciclopedia Aragonesa(GEA) que citamos aquí según consulta realizada de la versión en línea.
[ii]Íbidem (GEA)
[iii]Íbidem (GEA)
[iv]Ramón Celma Bernal, en José Gella Iturriaga (1972): Romancero aragonés. Quinientos romances históricos, histórico-legendarios, líricos, novelescos y religiosos. Zaragoza. La cita es del prólogo (pág. IX)
[v]GEA
[vi]Véase González García, V. (1978): Bernardo del Carpio y la Batalla de Roncesvalles. Revista El Basilisconº4, septiembre de 1978
[vii]De Gabriel Lasso de la Vega, 1587, Folio 48 v. a 50, según cita de Gella Iturriaga (1972:20)
[viii]Del citado prólogo de González García (1978:X)
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