Que pereza comentar del famoso debate a cuatro. Un debate tedioso, repleto de lugares comunes, generalidades y discursos vacíos; un debate requetepreparado por los asesores y orientado a los fieles de cada partido; un debate que sirvió para más bien poco. Suele ser habitual que este tipo de espectáculos, en esta democracia despolitizada que hemos creado, se entiendan más bien como una especie de competición pugilística amañada, algo así como la lucha libre americana, todo espectáculo, todo músculo y nada de intención. Me gustaría poder recuperar un debate a lo Balbín, un debate con profundidad de campo, donde pudiéramos escuchar argumentos de fondo, un espacio donde se dejasen a un lado la demagogia y los guiños populistas para centrarnos, debatientes y espectadores, en las propuestas razonadas.
Pero quizá hablar de razón en política sea un oximorón, algo así como música militar. La política está llena de emociones, de creencias que entroncan con lo más profundo de nuestro pensamiento, de fidelidades a los colores del equipo, de vísceras en definitiva, todo lo contrario del pensamiento frío y racional que debería ser el frontispicio de la acción pública. Pero sé que es una quimera porque la política responde a la sociedad misma y ésta, es decir, nosotros, no somos racionales, nos movemos por impulsos.
Por eso el debate de estas elecciones es un debate de envoltorios, de siglas y colores, un debate que se parece más a una final a cuatro entre equipos futboleros que a un sereno debate universitario. Llama la atención que ahora la discusión sea nominalista en torno al término de una palabra: socialdemocracia. Antes fue el binomio arriba/abajo y todavía más atrás el de izquierda/derecha. Y llama la atención porque todo el mundo tiene opinión pero nadie se pregunta por los contenidos, por el significado de las palabras. ¿Qué es ser socialdemócrata? ¿Hay que recurrir a la historia para definir el término? ¿Desde cuándo, desde antes de la I Guerra Mundial o desde después de la II? ¿Qué políticas determina ser socialdemócrata?
Nada de todo esto se cuestiona, la ciudadanía repetimos como loritos los slogans que nos lanzan al consumo por la tele sin cuestionar su mensaje oculto. Por eso las campañas actuales, los debates son todo ilusión, un buen montaje escénico, un par de buenas tomas, alguna foto trucada y frases cortas que encajen en los tiempos televisivos. ¿Pero, se ha intentado otra fórmula distinta? Desgraciadamente la respuesta es sí, se ha intentado y ha sido un fracaso. Yo he visto (y he vivido desde el interior) campañas fracasadas que año tras año, elección tras elección, han pretendido explicar programas políticos complejos que trataban de dar soluciones a una realidad poliédrica: un fiasco, al personal no le interesa. Somos más del modelo Alfonso Guerra, ese del sarcasmo, la ironía y cuando toca, la agresión verbal, ese que busca al enemigo exterior para crear sensaciones identitarias.
Los partidos políticos, en campaña, son como los nacionalistas, no hablan de ellos, de sus propuestas, hablan de los demás, buscan un enemigo, al enemigo histórico, el mítico o el real, eso es lo de menos, y se arropan en la bandera, en los símbolos sagrados a cuya defensa se llama a filas. Y eso es lo exitoso, la racionalidad no tiene espacio en la política.
Por eso no merece la pena comentar en estas líneas el debate a cuatro.
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