También puedes perderte en lo que conoces … y extraviarte en lo familiar (…).
Son frases que pertenecen a ‘Más tranquilo’, el tema que abre este quinto álbum de Kiev Cuando Nieva. Pero son también asertos que se corresponden sustancialmente con su misma filosofía creativa: No dar nunca nada por hecho, no asirse a lo conocido, no transitar caminos trillados, evitar lo previsible. Y al revés, hacer de lo extraño algo común y de lo inexplicable algo cotidiano. De hecho, sus letras son a veces crípticas, siempre enigmáticas, pero al mismo tiempo extrañamente familiares.
Tras ‘Kiev cuando nieva’ (2006), ‘Todos los ademanes’ (2009), el directo ‘Parece doble’ (2012, una colección de versiones de artistas outsiders en un encargo del festival Periferias) y el ya clásico ‘De tarima’ (2013), el grupo oscense afronta su quinto trabajo largo sin bajar la guardia y sin concesiones de ningún tipo, manteniendo su sello personal y su peculiar idiosincrasia. No en vano es uno de los escasos grupos del panorama nacional que puede presumir de enarbolar un discurso original y de poseer un universo radicalmente propio. De vocación claramente arty (todos sus componentes son también artistas plásticos), cada uno de sus discos ha sido concebido como una obra de arte total, desde su misma portada hasta el último detalle en los arreglos y la producción. La ingenuidad voluntariamente lo-fi de sus primeros trabajos ha dado paso a un sonido primorosamente elaborado en este ‘Los bienes’, que da comienzo con la que quizá sea su joya más refulgente: El tema ‘Más tranquilo’, ese cruce imposible entre Robert Wyatt y Los Ángeles, o entre Ivor Cutler y Los Brincos. O lo que es lo mismo: La dulce impresión de un caos controlado, con una sección de vientos sinuosa, unos hallazgos rítmicos extraordinarios, dos interludios raros que hacen parecer que el tema termina (pero no) y un maravilloso final (ahora sí) que evoca el mejor sonido Canterbury. Difícilmente superable.
Pero es solo el principio de un sinfín de estimulantes sensaciones, en el que Javier Aquilué y Antxon Corcuera se reparten las tareas vocales y tejen los mágicos sonidos del disco junto a Carlos Aquilué (que en este disco ha acentuado su labor como productor) y Jaime Sevilla. El delicado y sutil ‘Palacio’ propone una serie de viñetas extrañas y una atmósfera desconcertante, capaz de oscilar entre el organillo de feria y el 60s doo-wop. Al precioso bluegrass lisérgico de ‘Coche de línea’ (con leves toques de afrojazz setentero a lo Mongezi Feza o Dudu Pukwana) le sigue la deliciosa reivindicación de la verbena y el baile agarrado de ‘Linóleo’. Y es que lo agradable no está reñido con lo imprevisible. O mejor aún, lo cortés no quita lo valiente.
El pop pastoral y la atmósfera plácida de arcadia feliz de ‘Colirrojo’ abre paso al folk de cuidadas armonías vocales (Beatles, Crosby Stills Nash & Young, Beach Boys, de nuevo Wyatt) y continuos cambios de ritmo de ‘Palomar’. Y ‘Herramienta’ es todo un manual de instrucciones emocionales (¿para qué volver a utilizar la misma herramienta que falló? (…), con ligeros ecos jazzies y melodías que retuercen la esencia del pop. El punto final lo pone una hermosa relectura de ‘Paseo’, un tema de Roldán que bajo su apariencia de weird pop no oculta su delicada cadencia y su perfecta arquitectura sonora. ¿Lo bizarro como nuevo mainstream?
La masterización de Rafa Martínez del Pozo y la inspirada portada de Antxon completan el embrujo de un disco magnético. Son solo ocho canciones y poco más de veintisiete minutos. Kiev Cuando Nieva: Rácanos en cantidad, exuberantes en calidad.
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