El tercer trimestre del año académico, en el que en varios cursos de secundaria y bachillerato se aborda el estudio del “Quijote”, suele coincidir con la fecha que conmemora, cada año, el fallecimiento de su creador, Miguel de Cervantes, con la celebración del Día del Libro. La festividad es especialmente señalada en Aragón dado que allí, además, el 23 de abril es su patrón, San Jorge, y este año la esperada celebración, tras la epidemia de covid-19, se va a volver a festejar en pleno centro de Zaragoza, en el Paseo de la Independencia.
Solemos los profesores de literatura buscar por estas fechas recursos que nos sirvan en el aula para aproximar la magna novela cervantina al alumnado más joven, y para este curso he seleccionado, entre otros, el resumen de la versión teatral que lleva por título “Ingenioso Hidalgo” (https://www.youtube.com/watch?v=JDPKie3bABI&t=155s) de uno de mis compañeros de pluma en este medio, el dramaturgo Jesús Arbués, al que tuve ocasión de saludar en persona no hace mucho en Madrid, tras la representación y coloquio en el Teatro Español de su aplaudidísima adaptación teatral de “La lluvia amarilla”, basada en la novela del mismo título de Julio Llamazares.
Pero no solo como lectora y como profesora de literatura me hallo en estos días inmersa en el universo quijotesco, sino como autora de un ensayo sobre el romancero y los sueños, pues no puedo dejar de recordar que, al fin y al cabo, el “Quijote” pudo estar inspirado en el “Entremés de los romances” que, desenterrado tras siglos de silencio por Adolfo de Castro en el XIX, arrojó, según Menéndez Pidal y otros estudiosos, nueva luz acerca de la génesis de la genial novela de Cervantes, pues el entremés narra las aventuras de un labrador que, enloquecido por leer infinidad de romances viejos, se lanza a correr aventuras tal si fuese uno más de los caballeros de aquellas épicas historias y, como el ingenioso hidalgo don Quijote, vuelve a su pueblo tras ser apaleado con una lanza.
Para hacer entender aclaraciones como esta y que los alumnos no confundan el concepto clásico de la ‘imitatio’ con la falta de originalidad, se habrá tenido, antes, que hablar de los tópicos literarios, se habrá tenido que trazar la línea genética que une al Lazarillo con los personajes de los pasos de Lope de Rueda, a Amadís con Alonso Quijano, o a las serranillas medievales del Arcipreste, el Marqués de Santillana y Juan de Mena con la Maritornes del Quijote, para que no parezca, -dada la insoportable estulticia de estos tiempos, en los que cualquiera ha de ser ‘original’ porque ‘antes muerta que sencilla’- que se acusa de plagio al Manco de Lepanto ni se le resta un ápice de originalidad a su novela.
Ya solo faltaría. Más de una vez habrán ustedes oído, ante alguna obra de arte incomprensible o espantosa, el comentario compasivo de que “por lo menos es original”. Por si quedase alguna duda, volveré sobre el tema la víspera del Día del Libro en la Fnac de la Plaza de España de Zaragoza, con motivo de la presentación allí de mi último ensayo “La mujer y los sueños en el romancero” (Mira Editores, 2021), pues la literatura es un diálogo constante a través de los siglos entre unas obras con las que las precedieron y sucederán, y el romance de la Serrana de la Vera, uno de los de mayor vitalidad todavía en nuestro folclore, habla con la Chata recia del “Libro de Buen Amor”, con las serranillas del Moncayo, con la vaquera de Morana y con la Maritornes del Quijote, en un infinito homenaje en el que, si les place, podremos participar también nosotros este viernes, a las siete de la tarde, en singular batalla para defender la honra de inspirarse en los clásicos y contra la felonía de hacer pasar por bueno algo creado a partir de la autista y bochornosa originalidad de la ignorancia.
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