A los Magos de Oriente:
Está repleto el incensario, preparados los dulces y licores de la bienvenida, y entra por los ventanales que dan al Poniente el oro del atardecer, mientras brilla la estrella que interpela nuestros íntimos deseos.
Ojalá en vuestros camellos no olvidéis cargar para nosotros la fuerza interior que necesitamos para trasformar el conflicto en energía creativa. Que los límites exteriores que restringen nuestro compromiso favorezcan el desarrollo interno, para así regresar a la fuente del amor.
En estos días de brumas bajo las montañas, que se oponen a la visión clara de los hechos, nosotros no perseguimos otra cosa que empaparnos, y que la húmeda flexibilidad nos permita no quebrarnos sino adaptarnos a los cambios.
Hemos aprendido que renunciar no es perder, sino hacer una ofrenda para que la armonía no se rompa, y que no puede haber error alguno en hacer lo correcto, por más que ello suponga sacrificar lo que teníamos por nuestro y adorábamos.
Os pedimos, Magos del Oriente, que no olvidéis meter en vuestras alforjas, junto a la planta amarga de la merma, el laurel y la hiedra para nosotros, los aligerados de vestimenta, los a plena conciencia empobrecidos, los desarraigados con propósito de otorgar libertad y espacio, los que ahorramos tan solo en el dolor ajeno.
A nosotros, los que nos despojamos, nos os olvidéis de darnos el arrojo y el temple de alejarnos procurando evitar sufrimiento a los que amamos, la rasmia necesaria para sobrellevar los días de silencio que vendrán después de la renuncia, ese costoso regalo que apenas se agradece.
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