De la figura a la vez sublime y ridícula que es Don Quijote se ha dicho ya casi todo, incluso que se trata de un “héroe cuántico”[i] por ese ser a la vez un “sí” y un “no”, por ese estar a un tiempo cuerdo y loco, en la vigilia y en el sueño. El sueño de Don Quijote, especialmente el referido al episodio de la cueva de Montesinos, ha sido infinidad de veces reinterpretado en diversas claves artísticas.
En el tercer acto del ballet Don Quixot, obra musical de L. Minkus con coreografía de M. Petipa, estrenada el 26 de diciembre de 1869 en el Teatro Bolshói de Moscú, Don Quijote descansa en un bosque para recuperarse de sus heridas tras la batalla contra los molinos de viento; se queda dormido, y sueña que está en el jardín de Dulcinea, junto a las hadas del bosque. Allí pelea contra una araña gigante, sale vencedor y, cuando por fin está a punto de poder ver a su amada, el sueño se desvanece y, al despertar, se encuentra con un duque, acompañado de su corte, que lo invita a su castillo.
He tenido la fortuna de poder compartir docencia con Diego Martínez Torrón este curso en la Universidad de Córdoba, en una asignatura en la que el profesor y poeta ha hablado, cómo no, del Quijote, y de sus adaptaciones cinematográficas. Pero es en su poesía donde he encontrado la mirada más sugerente y moderna sobre el hidalgo manchego.
La conciencia del yo poético “colapsa” en el fragmento del poema de Martínez Torrón que transcribo más abajo, en el cual el amigo encontrado en un bar es y no es Don Quijote y, prendido aún del aliento de la araña abatida en el sueño, aparece a la vez joven y viejo, vivo y yerto:
“Era un hombre
agotado y triste.
Nunca salió de sus sueños,
los sueños más bellos
de una juventud
que se fue de puntillas.
Y esos sueños
ahora
le habían matado en vida.
Olvidó que
alguna vez
Don Quijote
debía crecer
con cada golpe
y comprender
la realidad grosera
de Sancho.
¡Pobre amigo
Don Quijote,
parado en el tiempo,
yerto en el camino!
Aquellos años
de aquella juventud vibrante
que todos vivimos intensamente
dejaron a muchos
en el camino.
Otros se hicieron otros
y sobrevivieron
sobre sí mismos.
Pero tú,
pobre viejo amigo,
pobre Don Quijote aislado,
te quedaste
allí para siempre,
prendido
del aliento de una araña,
colgado
de los pasos
de un reloj parado:
yerto Don Quijote
en el camino”.[ii]
[i] Véase el artículo “El Quijote y los sueños”, en el que se autor, ManuelLaza Zerón, se apoya, entre otros, en trabajos de Aldo Ruffinatto y Danah Zohar: https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/palabras-bosques/2016/04/24/el-quijote-y-los-suenos/
[ii] Diego Martínez Torrón: Al amor de Ella. Poesía completa (1974-2014). Ediciones Alfar, Sevilla, 2016, pág. 340-341.
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