“Los partidos son manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve, no mejorarán lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, paupérrima y analfabeta. Pasarán uno tras otro dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte. No harán más que burocracia huera, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica y adelante con los farolitos…
“Han de pasar años, tal vez lustros, antes que este régimen, atacado de tuberculosis ética, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental…
“… Mínimo cien años más para que en este tiempo, si hay mucha suerte, nazcan personas más sabias y menos rateras que las que actualmente tenemos.”
Casi ocho años después de dejarnos en “La fe nacional” este estremecedor retrato de la política de su tiempo, Benito Pérez Galdós, el mejor novelista histórico que España ha tenido, fallecía en el invierno de Madrid.
Hace ya tiempo, en mi cada vez más lejana juventud, releía yo a Galdós y deseaba enviarle un mensaje, donde quiera que se encontrara, para decirle que afortunadamente no había tenido razón, que no habían hecho falta cien años, que lo habíamos conseguido, que en la España fracturada dos siglos y medio desde la sucesión del Hechizado (mil novecientos treinta y seis no fue realmente la fecha de esa fractura, sino más bien de su exacerbación), por fin habíamos conseguido una generación y una fórmula que dieran cabida a todos, en una sociedad más desarrollada económica, social y culturalmente, que nos llevó a fines del pasado siglo a nuestro máximo histórico en los tres campos. Pertenezco, huelga decirlo, a la heroica y gloriosa quinta del 68, la gran traicionada.
Recuerdo, en tiempos más modernos, cuando se pusieron de moda los seminarios de liderazgo. La primera vez que oí la palabreja “coaching” y que alguien inventara la de “meta”, que hizo furor. En la lección inicial ya explicaban que los problemas no existen. Existen las oportunidades. Estamos hoy muy lejos de los conservadores y liberales a los que aludía Galdós, y los nuevos gobernantes parece que ya pasaron por los cursos de liderazgo. El covid 19 no es un problema, sino la gran oportunidad de poder para eliminar al rival. Un rival convenientemente culpabilizado y demonizado dejará de existir sin remedio. Se trata de pasar, desde el escaso valor democrático de la partitocracia actual a la tiranía del partido único.
La mayor pregunta de muchos foros viene de la incógnita irresoluta en una ecuación ferozmente dispar, entre nuestro horrible tratamiento de la epidemia y el relativamente exitoso de otros países de nuestra órbita, como sucedió en Portugal. La respuesta no puede ser más simple. Para ellos hay un gran problema, que exige unidad, generosidad y respeto a los conocedores a fin de superarlo. Aquí no hay problemas, sino una gran oportunidad, la de llenar el suelo de mierda, a ver si los rivales resbalan y se parten el alma. No unir esfuerzos sino buscar el descrédito de los otros. A la propaganda se le llama verdad y a la extinción de alternativas justicia. La mediocridad al poder. El ciudadano, sus problemas, su economía y su salud, les importan un comino.
¿Quieren ustedes una verdad? Las grandes pandemias de la historia se han saldado con contagios masivos del rebaño hasta volverse inmune… salvo que la técnica y la farmacología hayan llegado a tiempo de parar el mal. Por supuesto, propiciadas por científicos y conocedores del problema, nunca por políticos. ¿Quieren justicia? Pues aplíquenla al culpable, que no es sino el malnacido que mandó criar al bicho maldito, ya ampliamente aceptado que fue tratado artificialmente. Y confiar en las luces que empiezan a aparecer en forma de rebelión en algunos sectores de la comunidad científica y sanitaria, que reclaman dirigir ellos, y no los políticos, la lucha contra el mal. Ése es el contagio que debería extenderse. Y, de paso, afectar también a los docentes, para que dirijan la enseñanza y se opongan a planes y sistemas que sólo pretenden ampliar la ignorancia del pueblo de forma que la de los tiranos pase por erudición.
Por desgracia, este juego inmoral del engaño y la trampa parece que tiene recorrido. Está al caer la república, y con ella la desaparición del último gozne, el rey, que queda entre el profesional del poder político y el de la supervivencia diaria, que es el ciudadano. Cuando la más alta magistratura del Estado quede en manos de la nomenklatura, sólo importará terminar de hundir a las alternativas del modo que sea, siempre que no requiera mucha inteligencia ni implique mucha dificultad. Es fácil remover muertos o reescribir a capricho una historia que ni recuerdan, porque no la vivieron, ni conocen, porque son ignorantes. Mucho más fácil que buscar un futuro mejor y un mayor progreso para esos niños y jóvenes de ahora, a los que se pretende sumergir en la ignorancia y en una deuda que les resultará impagable, a cambio del prometer el paraíso de los tontos. Sexo, drogas, fiesta y subsidio.
Es posible que éstos, a su manera, lleguen a ser razonablemente felices siempre que no se permita que conozcan otra cosa. Hasta puede que no hagan falta campos de reeducación. Los cantores de la división, del odio y del retroceso se han pasado de frenada. No se han parado en mil novecientos treinta sino que nos han llevado hasta Galdós, en este año del centenario de su muerte. Tal vez un campo sí sea necesario, chiquito y muy breve, por si queda algo de cuerda a los que hicimos posible la libertad de verdad, el futuro de verdad y el progreso de verdad, que estamos demasiado viejos para semejante trágala. La generación del cambio, la gran traicionada.
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