Si abro las puertas -piensa Chelo- se llenará de hojas el zaguán, entrarán remolinos de polvo y de pelusas, el polen en marañas de pelo de animales y pequeñas partículas de tierra, briznas secas de hierba diminutas y todo lo demás: la suciedad del mundo. Y si solo dejase cerradas las contraventanas, por entre sus celosías, pasaría lo mismo.
No es solo la pereza de tener que barrer luego, sino los estornudos, el lagrimeo, los mocos, y lo que es aún peor: el ver estropearse la armonía interior, afearse de polvo las superficies relucientes, incrustarse en todos los objetos hermosos y selectos de dentro esa roña asquerosa, que es tan difícil luego de sacar.
Mejor cerrarlo todo, porque hay viento. Y soplando una mota imaginaria se sienta complacida a contemplar la belleza interior, sus flores de papel, a salvo del otoño.
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